A menudo nos acercamos al concepto de “Archipiélago Canario” pensando en plátanos, gofio y diferencias horarias, cuando no en un grupo de islas apretadas en un recuadro al suroeste de nuestras pantallas televisivas. En Canarias siempre brilla el sol y los aviones van y vienen repletos de turistas ávidos de playas de arenas negras y volcanes. Pero, ¿Qué sabemos en realidad de este bellísimo archipiélago, de sus gentes, sus costumbres y su historia? Cualquier duda que pudiéramos tener al respecto, se nos despejará tras la lectura de “La prestamista”, una perfecta ópera prima que permite un acercamiento a la realidad de La Palma a través del personaje de Petra, una mujer singular, lesbiana, calculadora y previsora, de trato seco y directo, pero generosa y atrevida cuando la situación así lo requiere.
Como en las grandes sagas familiares, la autora de esta novela, venezolana de nacimiento pero desplazada a la villa de Mazo en su infancia, nos narra los avatares de la emigración canaria a Cuba y Venezuela planteándonos un escenario, casi mágico en algunos momentos, que abarca desde 1850 a 1946. Y digo mágico porque entre sus páginas he intuido un nuevo Macondo, un universo cerrado en el que la vida y sus sinsabores atropella a todos sus habitantes. Así, conducidos por los avatares de una familia que no escatima en muertes, nacimientos y amores secretos vividos entre cuatro paredes, iremos intuyendo que la prosperidad llegará a unas islas empobrecidas gracias a las aportaciones de los emigrantes que marcharon a Sudamérica a probar fortuna, con desiguales resultados. De las hambrunas que fuerzan la emigración a Cuba, al siglo de oro palmeño y la irrupción del credo de izquierdas en una sociedad desabastecida; más tarde la República, la Guerra Civil y los alzados…. Pero, para tomar ese primer barco que cambiaría el rumbo de sus vidas, las gentes del pueblo recurrían a Petra, rica por la herencia recibida tras una precoz orfandad. A caballo entre los siglos XIX y XX, los viajes financiados por Petra eran auténticas Odiseas llenas de ilusión e incertidumbre. Pero quizá tengan el mismo peso en la novela los viajes interiores, aquellos que vive la protagonista de puertas para adentro, entre sirvientes, gentes recogidas en el camino de la vida y pasiones no confesables.
Y qué delicia descubrir palabras que nos transportan a otros mundos- Jimaguas, magua, gueldera, totonjíl, tagasaste, chinchales, machango, locero, rebujiñas, opilada, templume, andancio, podona, torrontudo, sisnado, margullo- . Qué delicia conocer al fin los sinsabores cotidianos de unas islas empobrecidas. Qué delicia recogernos con Petra y su amante y ver cómo la vida penetra en la casa por puertas y ventanas.
Construida sobre los pilares de la exaltación de la igualdad, la justicia y la libertad, la novela atrapa desde la primera página. Buena documentación y buen estilo narrativo, a lo que añadiremos una historia poco convencional. Al igual que guardo en mis armarios de lectora algunos episodios de la cuentista Silvina Ocampo (aquel sirviente libidinoso que vigilaba por el ojo de la cerradura a la niña de la casa probándose el vestido de la comunión) quedará en mi memoria, ya para siempre, la boda secretísima de Petra con Juana, la mujer de su vida, ese silencio amoroso que se volverá clamor público ante la mirada de un pueblo castigador e intransigente.
En definitiva, una novela más que recomendable y una gran sorpresa, dado que la autora, Maria del Mar Rodriguez, es nueva en estas lides. Desde aquí le auguramos un prometedor futuro.