Isla Solaz o de las Putas
La bahía se extiende trazando un amplio arco de arena dorada. Más allá del cordón de dunas, en una casa pintada de blanco con los postigos azules, Daenerys y Gusano Gris, sentados en el porche contemplan a un grupo de niños que juegan en la playa.
Gusano Gris—Creí que estabas muerta. Todos pensamos que Jon Nieve te había matado.
Daenerys—Jon Nieve mató una parte de mí. Pero el fuego del volcán revivió la otra, la esencial y auténtica. Ahora soy muy consciente de tener una segunda oportunidad, y voy a aprovecharla.
G.—¡Segundas oportunidades! Nosotros, los Inmortales también las hemos tenido. Nos prepararon desde niños para ser soldados y luchar. Matar y morir era lo único que sabíamos hacer, pero hemos aprendido a hacer las cosas normales que hacen los hombres normales. Cultivar la tierra, pescar, criar animales, construir casas de madera...Y ha sido posible gracias a las mujeres de esta isla.
D.—Háblame de ellas.
G.—Solaz ha sido siempre territorio femenino. Según viejas historias, sus primeras habitantes fueron sacerdotisas de una religión ya desaparecida, y hablan también de unas brujas que vivían dentro de árboles huecos. Pero son sólo leyendas. Lo cierto es que hace muchos años un grupo de damas viudas y solteras crearon una comunidad a modo de ciudad de reposo para mujeres convalecientes, enfermas crónicas y embarazadas. Más tarde empezaron a instalarse también aquí las prostitutas que habían logrado comprar su libertad y acopiar cierto patrimonio para disfrutar de un tranquilo retiro.
D.—¿Y cómo conseguisteis que os aceptaran?
Se abre la puerta de la casa y aparece una atractiva mujer de mediana edad portando una bandeja con vasos de limonada. Es Ulrika, la pareja de Gusano. Se sienta y les ofrece la bebida.
Ulrika—Yo responderé a esa pregunta. Cuando aquella mañana vimos fondeados en la bahía tres barcos llenos de hombres armados, se nos heló la sangre en las venas y temimos lo peor. Las cobardes huyeron a las cuevas de las colinas y las valientes, entre las que me encontraba yo, los esperamos en la playa. Gus y tres hombres desembarcaron en un bote y nos explicaron quiénes eran y sus intenciones. Querían solicitar nuestro permiso para acampar un tiempo en nuestra isla para acopiar víveres y reponer fuerzas. Fueron tan convincentes que se lo dimos.
G.—Lo que realmente les convenció fue saber que no teníamos dagas entre las piernas.
Ulrika se rie y palmea con afecto la espalda de Gus.
U.—Es lógico, cariño. En principio Solaz es un lugar seguro porque los piratas saben que carecemos de riquezas. Tampoco poseemos juventud ni capacidad de procrear, la mayoría peinamos canas y estamos arrugadas y achacosas. A pesar de eso estamos siempre alerta porque el mal no repara en esos pequeños detalles.
G.—Lo cierto es que después de pensárselo mucho y discutir a gritos varios días nos permitieron acampar en la otra punta de la isla y, al poco tiempo empezaron a venir a visitarnos con todo tipo de excusas.
U.—Yo fui una de las primeras, lo confieso. Eran tan bizarros y amables. Cuando vi a Gus metido en el río hasta la cintura intentando pescar truchas con las manos, me enamoré locamente de él. Después ocurrió lo que tenía que ocurrir. Hombres y mujeres se fueron emparejando. A ratos nos detestamos pero no podemos vivir lejos los unos de los otros.
D.—¿Y cómo empezó lo de los niños?
G.—Fue una iniciativa de Sir Davos que recorre el Mar Angosto por placer tras haberse retirado de la vida pública. Conocía el drama de esos críos huérfanos y pensó que aquí podrían encontrar...¡una segunda oportunidad!
Ulrika levanta el vaso.
U.—¡Brindemos por las segundas oportunidades!
Desembarco del Rey
Una fila de carros tirados por bueyes transportan bloques de piedra hacia las ruinas del Gran Septo de Baelor que Cersei hizo volar con fuego valyrio. En medio de una ruidosa polvareda, entrechocar de metal contra roca y madera, brigadas de hombres levantan un nuevo edificio. Unos montan andamios y otros excavan cimientos o construyen muros. Un maestro cantero supervisa el trabajo de un joven que labra un capitel con la figura de una cabeza de lobo. El joven, que lleva el pelo rapado, luce un tupido mostacho y un aspecto saludable y vigoroso. Se hace llamar Johan Black, pero ese no es su verdadero nombre.
Maestro—Aprendes bastante rápido para haber empezado ya mayor. Si te esfuerzas mucho puedes acabar siendo un buen tallista o labrante.
Johan—Lo intentaré, aunque manejar el cincel o el punzón es más difícil que empuñar una espada.
M.—¿Espada? ¡Cuándo habrás empuñado tú una espada, desgraciado!
Johan sonríe y se concentra en su tarea. Horas después, a la caída de la noche, con aspecto fatigado se interna por un laberinto de callejas por las que deambulan perros y gatos famélicos. Entra en una pequeña vivienda a ras de suelo y lo recibe una joven pelirroja de ojos azules que le da un fuerte abrazo. Es Katy, una de las sogas que le ayudó a salir del pozo al que había caído.
Katy—¿Cómo te trata mi padre? Me dijo que te haría sudar sangre si no aprendías pronto su oficio.
Jon—Es un buen maestro pero tiene la cabeza más dura que las piedras que talla. Igual que tú. ¿Y cómo habéis pasado el día los dos?
Jon acaricia el abultado vientre de la chica.
K.—Muy tranquilos, comiendo y durmiendo casi todo el rato. La mujer del carnicero me ha dicho que han abierto una casa de salud donde las mujeres de los trabajadores podemos ir a parir gratis. Dice que hay jergones con sábanas limpias, toda el agua caliente que se pueda necesitar y las mejores comadronas de Poniente para atender a las parturientas. ¿Te lo puedes creer?
J.—¿Quién paga esos lujos?
K.—Dicen que ese caballero que es una gigantesca dama rubia y que tuvo un hijo hace un tiempo...¿Cómo se llama?
J.—Te refieres a Brienne de Tarth. Pues espero que gracias a su munificencia pronto sepamos si es niño o niña.
K.—¡Es niña! Y la llamaremos Daniela, o mejor Dany que es más corto y bonito.
Johan frunce el ceño un instante pero enseguida esboza una gran sonrisa y abraza a su mujer.
Alrededores de Desembarco del Rey
Escoltado por dos de sus hombres, Bron cabalga por un camino serpenteante entre frondosos bosques en dirección a una mansión que se yergue en la ladera de un cerro. Es propiedad de Brunilda Garrofa, una de las mujeres más poderosas de Poniente que controla el comercio de vinos, aceite, especias, maderas nobles y piedras preciosas. Lo recibe en un claustro presidido por una fuente de alabastro bajo una pérgola tapizada de plantas trepadoras. Es una mujer menuda, de edad avanzada, cubierta de joyas y recargados atavíos. Sus pequeños ojos negros relucen maliciosos en un rostro arrugado y simiesco.
Brunilda—Bienvenido a mi humilde morada, caballero Bron. ¡Oh, disculpad! Tal vez debo dedicarle otro tratamiento, ¿sir, lord....?
Bron—Caballero está bien. En realidad soy un soldado de fortuna.
Bru.—Y de mucha fortuna, según tengo entendido.
Bron—No me puedo quejar, pero lidiar con los Lannister, sean enanos o mancos merece una recompensa especial.
Brunilda lanza una carcajada.
Bru.—¡Si lo sabré yo, querido amigo! Yo también tuve que soportar muchos años a esa familia de leones y, aunque algunos eran realmente perversos, debo decir en su descargo que sabían muy bien cómo gastar el dinero y hacerlo ganar a sus fieles. Potenciaban el arte, la artesanía, el comercio. Adoraban las cosas bellas y, al rodearse de ellas se enaltecían y ennoblecían el poder. Estos Stark, gente fría y adusta del norte, son harina de otro costal. Iniciaron una guerra absurda y han decapitado Poniente. ¡¡Seis Reinos!! Es una ignominia que me revuelve el estómago. El Rey Tullido es un incompetente visionario y se rodea de ineptos y aduladores. El único proyecto que han emprendido, reconstruir el Septo de Baelor no tiene sentido. Hay problemas mucho más urgente como reactivar los tratados comerciales con el sur.
Bron—El señor en cuyo nombre vengo también detesta a los Stark. Quiere averiguar qué ocultan bajo sus pieles de lobo y conseguir que regresen a las montañas de las que nunca debieron salir. Encadenados y con el rabo entre las piernas. Ese señor al que represento se pregunta si podríais ayudarnos en ese empeño.
Bru.—Lo haré encantada siempre que disponga de recursos suficientes. Los malditos Stark que los dioses confundan han arruinado gran parte de mis negocios.
Bron—No hay que preocuparse por el dinero. El señor del que hablo posee financiación ilimitada.
Continuará...