Alicia Salinas nació el 21 de septiembre de 1976 en Rosario (ciudad en la que reside), provincia de Santa Fe, República Argentina. Es Licenciada en Comunicación Social por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña en el área de Comunicación del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe, en el Instituto de Periodismo Rosario (ex TEA Taller Escuela Agencia de Periodismo), donde está a cargo de la cátedra de Taller de Redacción II, y colabora con el suplemento Cultura y Librosdel diario “La Capital” de Rosario. Se ha formado en dramaturgia y actuación. Es autora de obras de teatro, monólogos y piezas breves, algunas de las cuales fueron representadas. Ha sido incluida, entre otras, en las antologías “Los que siguen”, “Dodecaedro”, “Pulpa”, “Las 40. Poetas santafesinas 1922-1981”, “Diecinueve de fondo”, “Poetas del tercer mundo”, “Fin zona urbana”, “Veinte años del Festival Internacional de Poesía de Rosario”, “Abat jour”, “Corte al bies”, “Chazals on a bay trail” y “Somos centelleantes” (fanzine de artistas por el aborto legal). Poemas suyos fueron traducidos al inglés por el poeta John Oliver Simon. Participó en el volumen colectivo “Crisis social, medios y violencia: A diez años de los saqueos en Rosario”. Poemarios publicados: “La sumergida” (2003; 2ª edición —en formato electrónico—: 2016), “Gallina ciega” (2009) y “Tierra” (2017).
1 — Así que nacida el día de la primavera y en un año…
AS — En un parto en avalancha, nací el día de la primavera de 1976 bajo el signo chino del dragón de fuego y el halo de la dictadura argentina más sangrienta. En la víspera del 21 de septiembre, mis padres avanzaron raudos desde el sur rosarino rumbo a una clínica que ya no existe, ubicada al lado de una biblioteca (Argentina) y frente a una plaza (Pringles). Llegué a este mundo de madrugada y antes del plazo “científicamente” estipulado, con cierto apresuramiento. Fui primera hija, nieta y sobrina de una joven pareja —25 años ella y 30 años él—; cuatro abuelos de ascendencia española, italiana y croata; y una tía materna y un tío paterno solteros que se convirtieron en mis padrinos. Me bautizaron en la histórica parroquia San Francisquito, centro neurálgico de una barriada del sudoeste donde estaban afincadas dos generaciones anteriores a mi papá.
La primera infancia transcurrió en Tablada, barrio de estirpe obrera, a la vuelta de la biblioteca Constancio C. Vigil. Recuerdo nítidamente los grandes árboles de la calle Necochea, el empedrado de adoquines, los vecinos de al lado a los que llamaba “nonos”, el repartidor de vino en damajuana a bordo de un camioncito, una enredadera de tulipas violetas sobre el muro de calle Ayacucho, la calesita de la avenida San Martín.
Mis padres quisieron llamarme Alinés, un nombre que aseguran haber escuchado por allí, pero que en el Registro Civil rechazaron con el argumento de su irrealidad. Mi historia personal despuntó arraigada a una entelequia, a una fantasía sin sustrato legal, a un deseo familiar que quedó trunco y por el que no se dio pelea en un contexto de terrorismo de Estado. Improvisación mediante, el documento reza “Alicia Inés”. Identidad partida, inventada en el momento, siempre presente: recién a los nueve años, cuando me cambiaron de escuela, adopté el nombre Alicia. El apodo sin embargo aún me acompaña y no he conocido persona que lo porte.
2 — ¿Hermanos?...
AS — A los tres años y medio, ya nacido mi hermano, atravesé un período que sólo registro por relatos de terceros. ¿Habrá impreso en mí aquella experiencia alguna faceta melancólica o dramática? Mi padre sufrió un accidente doméstico y lo trajeron de vuelta en el momento justo, cuando ya caminaba hacia una fulgurante luz a través de un túnel. Al parecer, este contacto tan cercano con la muerte lo puso en otra perspectiva; después de varios meses (¿años?) se recuperó y nos mudamos a una casa propia en el barrio España y Hospitales, frente a un club, sobre un pasaje. Eso me permitió jugar en la calle con otros chicos y chicas de la cuadra, andar en bicicleta, subir a los árboles, saltar a la soga y al elástico. Fue una infancia llena de aire libre, a la que a los ocho años se sumó mi hermana menor. A los vecinos se les decía don y doña, en el verano casi todos salían a la puerta a tomar fresco, no existían las computadoras personales y había que esperar horarios para ver dibujitos. Me interesaba ir a la escuela y estudiar —era muy aplicada; leer literatura infantil y juvenil y armar colecciones (de insectos, de monedas, de billetes, de plumas) representaba un entretenimiento privilegiado. También escribía un diario íntimo.
En el árbol genealógico —el cual trepé lo más que pude— no figuran artistas sino hombres y mujeres que trabajaban en el campo y, más acá, otros que desempeñaban oficios como sastre, camionero, modista, ama de casa. Todos sabían leer y escribir pero recién mis padres, nacidos a mitad del siglo XX, serían los primeros de sus respectivas proles en acceder a la educación secundaria y superior (ella maestra y bibliotecaria, él ingeniero químico). La familia, demostración concreta de ciertos hitos de la trama colectiva de la historia argentina: ola inmigratoria, pasaje del campo a la ciudad, movilidad social a través de la escuela pública. Lo cierto es que de niña tuve espontánea inclinación frente a las manifestaciones artísticas y exploré la lectura, la escritura, la danza clásica, el teatro, la cerámica. No desde la formalidad o la competencia sino más bien en términos de práctica y juego, como una manera placentera de expresarme y transcurrir el tiempo (no pasaba lo mismo con los deportes, nunca llamaron mi atención). De todos modos, el “ser” o “trabajar” en el arte cuando fuera adulta no estaba realmente habilitado y por eso hubo que dar rodeos. Quiero decir que devenir escritora o actriz aparecía como opción impugnada de antemano. En el imaginario familiar, quienes hacían eso “morían de hambre”.
3 — Escritora o actriz.
AS — Había asistido a talleres de teatro desde cuarto grado y cursé el primer año de la carrera de actriz en la Escuela Provincial de Teatro y Títeres, mas recién volví a las tablas dos décadas después, desde la dramaturgia, e incluso a los cuarenta subí de nuevo al escenario. Siempre que pude escribí, antes casi de saber hacerlo. En principio, cuentos —a los seis años armé una “colección” propia inspirada en “Los cuentos del Chiribitil”, que mi madre ha conservado—, después fui anidando en la poesía o ella me tomó. Como desde los dieciocho años trabajaba y estudiaba Comunicación Social, la poesía iba quedando a un lado. Si en un momento la relegué, al final abracé y asumí la experiencia poética como identidad y modo de estar en el mundo, más allá de cualquier mandato, designio o (auto) boicot. Es oficio elegido, no pasatiempo.
Mi acercamiento a la materia poética antes que académico y reglado fue autodidacta y vivencial, a partir de la lectura y el intercambio directo con poetas en bares, encuentros, lecturas, viajes, amistades. No he asistido a talleres, sí a dos espacios que podrían llamarse de clínica, con las admiradas poetas rosarinas Concepción Bertone y Sonia Scarabelli. En rigor, la formación hunde sus raíces en un tiempo del que no tengo recuerdo consciente: en aquel entorno tecnológico sin pantallas de finales de los 70 y principios de los 80, me contaron muchas historias, me leyeron en voz alta, me llevaron al teatro. Más tarde o más temprano desarrollé un extraordinario apego por las palabras, sus combinaciones, su musicalidad. Me interesa el lenguaje, como forma, herramienta, vehículo y puente. Seguramente por eso trabajé como periodista, pasando por todos los rubros. Donde me sentí más cómoda fue en el medio gráfico: empecé en un diario en 1998, a los veintiún años, antes de graduarme en 2002 en la UNR. Seguí las dos orientaciones de la carrera, en ese momento denominadas Masiva e Institucional, pero no cursé ninguna materia relacionada con el derecho. Y sin embargo pronto me inicié como “corresponsal” en los Tribunales provinciales, desandando los pasillos del periodismo judicial. Escribí en especial para las secciones Ciudad y Policiales del diario “El Ciudadano”, casi todos los días durante diez años. Amén de otros empleos, en 2008 comencé en el área de Comunicación Social del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la provincia, donde aún permanezco. ¡En suma, ya cumplí dos décadas rodeada de abogadas y abogados! Parafraseando a Claudia Piñeiro, “he tenido la suerte de hacer una carrera que me llevó a los lugares donde quería estar, incluso a lugares que no había imaginado”.
De mi madre heredé la claustrofobia, a finales de los veinte llegué al psicoanálisis y a principios de los treinta a la docencia. Participé como profesora de materias y seminarios, aunque lo central son las clases de Redacción que brindo desde 2007 en el instituto de periodismo IPR, ex TEA. Esta actividad me permite irradiar la experiencia cosechada en las redacciones, no sólo desde el punto de vista técnico sino de los dilemas de la profesión; ahondar en los géneros periodísticos (de eso trata el taller, que se dicta en segundo año); y conectarme con jóvenes, muchos de los cuales tienen la ilusión, la frescura y la energía para comunicar, investigar y pelear por la construcción de una verdad que no nos aliene, más allá del sistema mediático. Sobre todo me relaciono con el oficio desde otro lugar, con la materia prima maravillosa que es la lengua y debemos conocer para decir con justeza y precisión. A mis alumnos y alumnas les recomiendo que lean de todo sin desdeñar la poesía, porque si bien ésta no asume una vocación “utilitaria” puede transmitir mucho con poco (función también de los periodistas, en especial cuando titulamos). No es una idea propia, ya lo decía el maestro Ryszard Kapuscinski, quien conjugó su labor como trabajador de prensa con la de poeta. El rol de docente me sirve para seguir aprendiendo junto a los estudiantes cómo habilitar el hacer del otro en lugar de inocular un saber, y para desplegar mi obsesión por la edición y la ortografía. En otras palabras, el ojo atento a la mácula sin esfuerzo, en mi carácter de empedernida perfeccionista nacida bajo el influjo de Virgo.
4 — Obsesión, entonces, y perfeccionismo.
AS — Fui una niña curiosa que de a poco y por intuición se interesó en la poesía —le dicté el primer poema a mi maestra de tercer grado, a los ocho años—, una adolescente melancólica que estudió por imposición en una escuela comercial pero nunca le dio corte a la contabilidad, y una joven que entró rápido al mercado de trabajo para preguntar y contar historias, muchas acontecidas en los márgenes de la ciudad, de la sociedad, de la ley. Traté de seguir la premisa de otro maestro de la literatura y el periodismo, Rodolfo Walsh, quien dijo: “Escribir es escuchar”. Cuando dejé el diario pude darle forma a una novela corta, se ve que antes me obturaba la práctica cotidiana de la prosa y el coro de voces ajenas. Este texto en particular quiso en principio ser un cuento y se fue ampliando tanto que resultó en una novela de cien páginas. Obtuvo un premio en un concurso literario de una editorial porteña, pero nunca se publicó; ojalá algún día vea la luz. En los años en que estuve escribiéndola, ya se habían editado en Rosario mis primeros libros de poemas —“La sumergida” (2003) y “Gallina ciega” (2009). Por alguna razón necesitaba expresarme artísticamente también por fuera de la poesía; de hecho, en ese período —a pesar de estar muy exigida en lo laboral— comencé a estudiar dramaturgia. Entre 2012 y 2017 se pusieron en escena piezas de mi autoría y algunas fueron seleccionadas para participar en ciclos de teatro. Finalmente volví a las fuentes y pudo entregarse al mundo el tercer libro de poesía, “Tierra”, editado en Buenos Aires el año pasado, y con el cual aún resueno.
Estuve muy en contacto con la esfera pública, con lo grupal y el afuera, en la secundaria y en la facultad participé de los centros de estudiantes y luego en el Sindicato de Prensa, entre otros espacios. Por el contrario lo doméstico nunca me interesó y en general me pesó, aunque debí arreglármelas porque dejé la casa natal temprano, apenas tuve soberanía económica. Soy muy mental, no tengo habilidades manuales ni me doy maña con los quehaceres patriarcalmente asignados a mi género. Con los años también aprendí a valorar las tareas de cuidado, intramuros e invisibles; a entender al alimento y su preparación como la principal medicina frente a los productos de la industria que en realidad nos enferman. Tengo muchos poemas sobre la relación mujer-hogar, donde ese vínculo aparece asociado a la alienación antes que al disfrute. Por ejemplo “Ama de casa”, de “Gallina ciega”, refleja una atmósfera de dualidad entre lo siniestro que puede implicar el encierro, todo eso que pasa “dentro”, y cómo se muestra esta mujer a la hora del té, cuando ha hecho u organizado ya casi todas las tareas/cargas de la jornada.
5 — ¿Con quiénes vivís, Alicia?
AS — Con mi gata Janis, ser mágico con quien compartimos fecha de nacimiento, y mi adorada hija Isabel, milagro de la vida que me hizo conocer la espesura del amor y de la entrega. Por ella crucé muchos umbrales… ¡hasta he sido capaz de cocinar! En rigor se tornó necesario mejorar mi/nuestra alimentación, sobre todo durante la gestación y la lactancia, que se extendió tres años y nueve meses y medio con lo que ello implicó a nivel de esfuerzo psicofísico y negociaciones familiares y laborales. A pesar de lo perturbador que puede suponer una maternidad intensiva como la que voy eligiendo a cada paso, esta experiencia vital me afirmó en el feminismo, me permitió empoderarme y emanciparme, volar y enraizar —aunque parezca contradictorio. Semejante transformación también impactó en la poesía, sobre todo en el tono del libro “Tierra”, parido a tres años de devenir mujer-madre. Esta es una categoría que he adoptado para definirme y visibilizarla, por sus implicancias sociales y políticas.
Hoy trato de integrar lo aprendido a lo largo de mi vida, incluso la sombra, el dolor, el destrato, las distintas formas de violencia. Y de superarlas, muchas veces en un esfuerzo de la voluntad. Me veo en lo sucesivo dedicada a la crianza y el acompañamiento de mi hija, a la lectura y la escritura, al arte y a la vida, a dar y a recibir, intentando siempre transformar el mundo —desde mi lugar y junto a otros— en un paraje menos mezquino, más bello y humano. Menudas tareas, mientras me sea dado el aliento.
6 — Por rosarina y participante de “Crisis social, medios y violencia. A diez años de los saqueos en Rosario”, te invito a que rememores aquella crisis y nos cuentes cómo se estructuró el volumen, quiénes han sido los otros autores incluidos y a qué apuntaba tu crónica.
AS — Cuando ocurrieron los saqueos de mayo de 1989 yo tenía doce años, estaba en séptimo grado. Recuerdo que se nos interrumpió la cotidianeidad porque fueron días en los que había revueltas e irrupción en locales en casi todos los barrios, se suspendieron las clases, no circulaban los colectivos ni atendían los bancos, se declaró estado de sitio. Mi familia vivía a pocas cuadras de un supermercado grande, en zona sur casi sobre bulevar Oroño, arteria de doble mano que al salir de la ciudad se transforma en la autopista a Buenos Aires. Por allí veo llegar camiones verdes de Gendarmería y agentes apostados con armas largas; las calles desiertas y el aire tenso; el vecino de al lado —atendía una granja en su garaje— subido a una banqueta para destornillar el cartel metálico que revelaba la existencia de provisiones adentro de la casa. Conozco personas que participaron de aquellos saqueos y otras cuyos comercios fueron saqueados. Creo que la inquietud de los adultos a mi alrededor en aquellos días pasaba por cómo conseguir los alimentos, cuyos precios eran permanentemente remarcados y luego se cerraron los canales de abastecimiento, por la inflación desmedida, por la crisis social y económica a la que sobrevino la salida del presidente Raúl Alfonsín del gobierno. Hubo casi una decena de muertos y la evidencia inocultable en la escena pública —a mi salida de la infancia— de la desigualdad y de la pobreza.
Cuando ya trabajando en el diario faltaba un mes para el décimo aniversario de los hechos, propuse un ejercicio de memoria para reconstruirlos. Mis jefes aceptaron aunque implicaba salir de la rutina asignada y sostuvieron que acudiera a la hemeroteca municipal a rastrear las noticias aparecidas en el 89 (hacíamos periodismo sin Google ni redes sociales; “El Ciudadano” no tenía archivo de la época porque era recién nacido) y a tomar testimonios de vecinos, supermercadistas, historiadores y periodistas vinculados directamente a los saqueos, hasta entonces los únicos de la historia reciente. La nota ocupó dos o tres páginas y se llamó “Crónica de una ciudad tomada”. En paralelo desde la UNR se preparaba uno de los primeros trabajos que abordó estos sucesos desde la mirada antropológica, histórica, periodística. Mi artículo —ampliado con nuevos datos y otros que no habían entrado en el original— fue incluido en un volumen colectivo que se editó luego de un foro de análisis sobre el tema, celebrado en agosto de 1999 en el Complejo Cultural de la Cooperación.
El libro figura en muchísimas bibliotecas institucionales y ha sido citado en numerosas investigaciones. Lo publicaron el CECYT (Centro de Estudios en Cultura y Tecnología), el CEHO (Centro de Estudios de Historia Obrera) y el CEA-CU (Centro de Estudios Antropológicos en Contextos Urbanos) de la UNR. Recoge artículos de periodistas, antropólogos, historiadores y comunicadores sociales: Osvaldo Aguirre, Gabriela Águila, Cristina Viano, Gloria Rodríguez, Nora Arias, Edith Cámpora, Silvina De Zorzi, Pablo Francescutti, Santiago Arias, Gabriela Czarny, Claudio Rizzo, Horacio Sívori, Luis Baggiolini, Sandra Valdettaro y el militante social y de derechos humanos Rubén Naranjo.
7 — “Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir”, leo en la contratapa de “Somos centelleantes”, fanzine (impreso con carácter de urgencia) de artistas por el aborto legal, seguro y gratuito (disponible en Internet). Casi treinta escritoras incluidas, con prosas y poemas.
AS — Este libro surgió de una convocatoria por redes sociales que hizo en junio un grupo de poetas y en el que se incluyó un texto publicado en “Gallina ciega” (“Niño de invierno”). “Somos centelleantes” nació como fanzine urgente poco antes del tratamiento del proyecto de ley sobre el derecho al aborto en la Cámara de Diputados y se distribuyó durante la extensa vigilia frente al Congreso de la Nación. Recoge textos de veintiocho escritoras argentinas, incluida la poeta y militante ya fallecida Hilda Rais [1951-2016]. Además dio lugar a la formación de un colectivo literario, mujeres artistas que estamos a favor de la legalización del aborto y tenemos la convicción de que el arte tiene el poder de transformar la realidad. Por eso no nos callamos, no nos resignamos a que decidan por nuestros cuerpos, tomamos las calles y las palabras. Así nos definimos.
La antología se presentó en agosto en Buenos Aires, a sólo tres días del debate en la Cámara de Senadores. De distribución gratuita, ha sido leída en voz alta aquí y allá, al calor de las movilizaciones y actividades que impulsa el movimiento de mujeres en torno al derecho al aborto seguro y gratuito. Hemos promovido su impresión y circulación, por eso puede descargarse en forma sencilla desde la web*. Compilada por Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Gaby Mena y María Raquel Resta, “Somos centelleantes” lleva una ilustración de tapa de Sukermercado (Paula Suke), con diseño de León Pereyra. Las autoras somos, además de Rais y quien suscribe, Gabriela Pignataro, Claudia Almada, Flor Codagnone, Aldana Antoni, Clara Suárez, Gaby Mena, Gladis López Riquert, Liliana Garulli, Natalia López, Natalia Bericat, Romina Ávila Tosi, Fernanda López, Vera Grimmer, Silvina Gruppo, Lila Magrotti Messa, Carolina Bruck, María Raquel Resta, Macarena Moraña, Patricia Maidana, Analía Medina, Alicia Benítez, Malena Saito, Patricia González López, Andi Nachon, Julieta Troielli y Fernanda García Lao.
8 — Dirijámonos a esa novela corta, por vos escrita y aun inédita. Y, además, ¿tenés otros textos narrativos?
AS — Tengo algunos cuentos, me gusta leer y escribir prosa, sucede que en el lugar en el que más me reconozco dentro del terreno de la literatura es la poesía. Sobre la novela, que transcurre en escenarios rosarinos, no abundo públicamente por si alguna vez encuentro la disposición, el tiempo, la voluntad y la energía para retomarla y sobre todo presentarla en un concurso o a una editorial. Terminé de escribirla en 2012 y al año siguiente ya estaba embarazada, lo cual me alteró el orden de prioridades. Luego incursioné en el teatro mientras que me di y llegó la posibilidad de cerrar “Tierra”; ahora estoy con los últimos trazos del próximo libro de poesía. Entonces pareciera no ser el momento de activar por este material (a menos que caiga una propuesta del cielo), algo paradójico si consideramos que la realidad social semeja la de aquella época en la que transcurre. Es una historia de corte realista, de descubrimiento no sólo de la ciudad, sino de los desafíos y las decisiones necesarias para sostener las amistades, los amores, los destinos, en el medio de un país al borde del estallido. Se la podría catalogar como una novela de iniciación, aunque eso deberían precisarlo los especialistas.
No recuerdo con exactitud cuándo se me ocurrió el proto-argumento, sí que paseaba por el Parque Independencia y de regreso lo registré en la computadora. Al tiempo, acaso animada por la lectura del gran Cesare Pavese, lo retomé y me volqué a escribir. Los personajes adquirieron entidad y relevancia —no sólo en el escrito sino también en mi vida—, se incorporaron a mis sueños, pensamientos y conversaciones. Trabajé esta ficción hundiendo las patas en las fuentes de la realidad, por intuición, con entusiasmo. Viví el proceso como un espacio de libertad, como si tejiera una trama de evocaciones, iluminando y haciendo foco en algunos detalles, restituyéndolos, volviendo a buscarlos.
Una curiosidad relacionada con el texto es que en un momento la protagonista festeja su cumpleaños, y sin mencionarlo en forma explícita yo le asigno una fecha de nacimiento. Ese mismo día, años después, comenzaría mi trabajo de parto, el cual fue tan extenso que la niña de carne y hueso llegó al mundo recién al día siguiente. De esta manera la hija literaria y la de sangre tienen cada una su exclusividad, a pesar de que a ambas les he insuflado mucho de mí. ¡Pero sus vidas y caminos son propios!
9 — Giremos ahora, si te parece, a tu dramaturgia.
AS — En 2010 comencé a escribir textos breves en primera persona, no estaba segura del género al que pertenecían aunque sospechaba que eran dramáticos. En el intento por averiguarlo terminé metiéndome en las aguas del teatro: recibí becas para estudiar en la escuela Arjé de Buenos Aires y en Argentores [Sociedad General de Autores de la Argentina] con Ricardo Halac; además tomé otros cursos de dramaturgia así como seminarios de dirección y de actuación, y hasta actué en una obra. El germen lo constituyeron aquellos primeros monólogos cómicos, se había abierto una especie de grieta que permitió el alumbramiento de unos veinte textos con idéntico estilo, dichos por una voz femenina. Esta mujer que peroraba, las más de las veces formulaba planteos extremistas en su esfuerzo por aceptarse y relacionarse con el mundo, generalmente incorporando un microrrelato donde ardía el dilema existencial. Lo extraño y maravilloso fue que me permití el humor, un recurso que en la poesía nunca incorporé porque el tono de los poemas se mantiene a lo largo del tiempo grave y solemne.
En 2012 subió a escena el primer monólogo en el marco de un concurso organizado con aval de Argentores. Referida a las tribulaciones de una mujer soltera, “La teoría del huesito” se vio en el bar cultural de Rosario “Bienvenida Casandra”. De otro concurso surgió “Un regalo para Miriam” en 2014, que participó en el ciclo “Nuevos dramaturgos” del teatro La Nave. Esta obra fue la que más rotó, la llevamos incluso a la localidad santafesina Los Quirquinchos para el cierre de la Semana de la Mujer, organizada por la Secretaría de Cultura de la comuna. Hicimos una función de teatro debate porque todos los personajes son mujeres y además trata sobre la maternidad, los mandatos, los estereotipos. En versión extendida, en coautoría con la directora y nuevo elenco del que formé parte, hicimos con “Un regalo…” temporada en 2016 en el Cultural de Abajo. Ese mismo año fue seleccionada “La cuidadora” para el ciclo “Historias mínimas” de La Nave y al año siguiente “Ímpetu”, donde salgo del registro de la clase media y tomo como base una historia real ocurrida en una villa de la provincia de Buenos Aires. Estas dos últimas piezas breves son dramas, y si bien se incorporan personajes masculinos, se mantiene el protagonismo y el peso de las mujeres.
En estos años he visto y leído mucho teatro, aunque siempre hay ganas de que sea más, hasta dicté clases de dramaturgia. Los desafíos se relacionan ahora con mostrar los monólogos y alguna de las obras más extensas que tengo escritas, esperando su momento.
10 — El escritor mexicano Federico Campbell (1941-2014) afirmó: “Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir, sino cuando se tiene deseos de decirlo”. ¿Algún comentario…?
AS — Ojalá el deseo rigiera siempre nuestras vidas, no sólo nuestra escritura. Creo que al empezar a escribir —y también cuando continuamos— lo hacemos porque sentimos ganas, necesidad, placer o alivio al expresarnos. Es un momento del proceso creativo que —siguiendo a Nietzsche— podríamos definir como dionisiaco, por caótico y libre. Pero también es parte de ese proceso el llamado al orden, es decir, la corrección y la autocorrección, la apertura a lo estilístico y al oficio, según el filósofo, “lo apolíneo”. Si sólo contemplamos el deseo, lo que algunos llaman “el amor al arte”, dejamos de lado la dimensión de trabajo que también suponen las tareas artísticas, y las investimos de cierto halo místico. Escribir es siempre re-escribir.
Me interesa tomar conciencia de que no estamos solos en el mundo sino que nos sumamos a un coro de voces: enraizados, los poetas dialogamos entre nosotros, con los maestros, con la tradición y con otras disciplinas. Entonces, producir un objeto artístico en general y poético en particular implica insertarse siempre en una trama colectiva, ofrecer mi palabra a esa red. En verdad no quisiera establecer generalidades o conceptos cerrados, se trata más bien de puntos de vista que van decantando a partir de la experiencia, la reflexión, las búsquedas.
Mi propia producción ha sido permanente desde la adolescencia y bastante profusa. Tengo escritos cientos de poemas aunque en los últimos quince años concreté el armado y la publicación de tres libros, que a lo sumo incluyen sólo cien. “La sumergida” apareció en el marco de un proyecto cooperativo en el que un grupo de poetas jóvenes de Rosario nos reunimos bajo el paraguas del sello “Los Lanzallamas”. Casi todos editamos en la denominada “Colección Camalote” nuestros primeros poemarios. El libro había surgido en 2002, año especialmente crítico en la Argentina, y recoge tres voces: una militante desaparecida hablando desde el fondo del Río de la Plata, quien la acusa y quien la perdona/comprende/redime. Ya no quedan más ejemplares de papel pero se puede leer on line porque en 2016, al cumplirse cuatro décadas del golpe de Estado, fue editado en el País Vasco por Xabier Susperregui con portada de la artista plástica mexicana Guadalupe Montemayor. En 2009 publiqué “Gallina ciega” a través de la editorial rosarina Ciudad Gótica; hay un cambio en el matiz de la voz y aparecen tres escenarios que de alguna manera también están presentes en el libro posterior: lo doméstico, delimitado por la casa y que determina la vivencia de la intimidad; lo silvestre y natural como apertura que pone en relación con la exterioridad; y la ciudad como escenario donde emerge la cuestión social. “Tierra”, que salió por el sello porteño La Mariposa y la Iguana, es a pesar de sus zonas oscuras, más luminoso. Los poemas maduraron con los años, se depuraron, adoptaron por fin una forma. Los esperé con paciencia. Parece que debí estar bajo el agua y luego a los tumbos como la gallina antes de conectarme con los ciclos de la naturaleza, de echar raíces. La tierra es la superficie firme sobre la que caminamos, pero también tiene la capacidad de descomponerse en polvo… Lo duro contiene lo blando. La novedad es que esa blandura se manifestó en mí y en mi poesía.
11 — ¿A qué escritores no debiera uno morirse sin haberlos leído, y porqué?
AS — Ay, suena muy fuerte dicho de esa manera… A pesar de haber transitado por la academia con toda su estructura y prescriptiva creo en el autoconocimiento, en los caminos propios. Claro que los poetas en tanto nos asumimos artesanos del lenguaje deberemos conocer la materia con la que trabajamos, además de saber quiénes son nuestros predecesores y pares, con quiénes dialogamos, a quiénes vamos a desafiar o subvertir. En ese sentido, yo me nutro de diversas voces y hay algunas con las que me identifico más, que me han marcado y abrazo, pero no porque vaya a escribir en su línea. Son los maestros y las maestras elegidas de un camino con vericuetos, más exploratorio que sistemático.
Más joven he leído mucho —casi todo en poesía y teatro— de Alejandra Pizarnik, Federico García Lorca, Alfonsina Storni; siempre vuelvo a Roberto Juarroz, Joaquín Giannuzzi, Paco Urondo y Juan L. Ortiz. Me inclino ante los poetas italianos, especialmente Eugenio Montale y Cesare Pavese (adoro también su narrativa); y ante algunas potentes voces norteamericanas: desde E.E. Cummings y Emily Dickinson a Anne Sexton. Rescato las obras de las argentinas Celia Fontán y Claudia Masin, a quienes admiro. Me resuena y convoca Octavio Paz. ¡Pero estaría dejando afuera a tantos! Una rápida enumeración de lecturas que he disfrutado y me aportaron tantísimo: en poesía, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Walt Whitman y los argentinos Olga Orozco, Juan Gelman y Jorge Boccanera; en teatro Sófocles, Shakespeare, Chejov, Beckett; en narrativa, William Faulkner, Albert Camus, Roberto Arlt y, por supuesto, Franz Kafka, León Tolstoi. Como se decía antes en la radio: “Ampliaremos”. ¡Que así sea!
12 — ¿Pocas pulgas, grandes dotes, numerosos cargos, notable versatilidad o altos ideales?
AS — Ojalá sean altos mis ideales y en las prácticas se traduzcan. Que no tenga miedo de sacudirme las pulgas, porque eso significará que no resulto condescendiente frente a lo que me daña o disgusta, que le puedo poner un límite (probablemente el gran aprendizaje a transitar). Es posible que lo versátil me caracterice o haya caracterizado, de hecho desde niña tengo hiperlaxitud, léase facilidad para estirarme y rotar las articulaciones. El cuerpo da una pauta, hay que ver que no le ganen la estructura, el enfoque excesivo, la rigidez de la mente. Como decía más arriba, debí dar rodeos y tomar desvíos para anidar y afirmarme en casi todos los frentes, en especial en el camino hacia lo artístico. De allí puede provenir la configuración de un escenario de abundantes tramas, algunas superpuestas, lo que ahora se llama multitasking. Pero hay un denominador común en esta ecuación: la palabra, la comunicación, el ir hacia los otros para buscar, encontrar, completar, crear un sentido. El resto son los movimientos que se despliegan en distintas direcciones, los intentos, las exploraciones, los estrépitos… Si en algún lugar residen las dotes es en la intención de emprender un vaivén, de pulsar un ritmo.
Lo que quisiera más allá de estas pruebas y errores propios del arte y de la vida, es seguir habitando la casa de la poesía. Que desde allí pueda parar la olla, tomando una expresión popular, se presenta más complicado. En consecuencia, me vislumbro en el ejercicio de otras actividades, además de la lectura y la escritura, a las que el mercado les asigne un valor; quiera el universo que tales tareas estén siempre pespunteadas por el hilo de la palabra. También me encantaría que hiciéramos del poético un oficio sustentable —en lo colectivo, más allá de las individualidades—, porque no sólo nos situaría como trabajadores sino que sumaría una gran potencia en términos sociales, culturales.
13 — ¿Qué hábitos ajenos te resultan detestables y cuáles de los propios deplorás?
AS — La neutralidad me resulta tan detestable como peligrosa; más que antes me irritan los vectores pusilánimes, el abuso del poder y la confianza. Por supuesto, reniego de la violencia en todas sus formas, cual sea el rostro o la máscara que asume o la apaña. De mí me disgusta cuando me vuelvo demasiado severa o demasiado insegura, dos polos que parecen opuestos pero conviven, incluso a veces frente a la misma situación. Dicen los que saben que se trata de integrar la sombra, de aceptar… ¡Ay, si se pudiera aceptar sin resignarse y encima operar un cambio verdadero, qué lección tan luminosa atesoraría(mos)!
Tuve un hábito que llegué a deplorar porque hacia el final me dominaba y no lograba librarme de él ni queriendo desde el fondo de mi corazón: fumar tabaco. Por suerte a los treinta y seis años, luego de veintidós de consumir cigarrillos casi a diario, apagué la última colilla. Fue un esfuerzo de la voluntad y agradezco sostener esta decisión. Hoy miro el celular más de la cuenta y me preocupa que roce lo adictivo estar tan pendiente de él. No obstante valoro que se haya transformado en una puerta de acceso a materiales que de otra manera no leería, sobre todo en las noches de insomnio, cuando la casa por fin reposa. Debo pedirle una cita a la Justa Medida, pero al menos para mí es una señora bastante escurridiza. Quizás con los años nos veamos más seguido.