(Granada en venas de lirio y besos)
A Manolo Ramírez Tejero, entre definitivas sábanas bendiciendo humor; Manolo Tejero, para todos a quien quiso
«La formidable Muerte estaba muerta»: Quevedo
«El apocalipsis será la muerte de la muerte […] las manos son el lugar donde terminan las soledades»: Mario Cuenca Sandoval: El don de la fiebre
«Despega los labios despacio, que no se separen,
como si de un álbum de cromos antiguos se tratase;
cuídalos bien, sin romper el beso»
El llanto de la coleta
***
Reza el miedo esta tan noche esquiva para vosotros
—siete sellos, siete copas y siete trompetas—
gruesas cuentas largas y grises rosarios sin horas azules:
Sois los últimos vecinos sin haberos conocido nunca.
¿Con quién te tocó, Manolo?
Si las manos son el lugar donde terminan las soledades,
no tuvisteis ni un principio de guiño por la calle,
ni un comienzo de nombre que te sonara,
ni un apretón de manos con los últimos vecinos.
Aunque vosotros, los últimos vecinos,
sin saludaros nunca,
aquí estáis conmuriendo juntos,
entre transparentes flores enclaustradas
que, tímidas, derraman asustadas tibias lágrimas.
Todavía se puede salir de aquí, por ahora,
pues aún la muerte no nos ha señalado
con su agudo índice el negro alfil del tiempo.
Manolo,
el pelo carbón agitado, la palabra recíproca en tu boca,
sembrada de siete madreselvas y jazmines,
germinado por siete caléndulas brotándote en el pecho,
amor granada en siete venas de lirio y besos:
¿qué va a ocurrir con tu recta mirada,
ancha, estrechando la cintura poderosa del deseo;
con esa ajustada carta del as de corazonadas,
póquer de violetas que repartías por las esquinas del mar;
con los jazmines del último jardín, olor a piedra
de tu fuerza desde aquellos hombros redondos, sin aristas de penas;
con la raíz apenas inerte de tu cuerpo en vías de inerme acero,
mientras besabas al aire de tu vuelo el delirio esmerilado de unos días;
con los siete sellos, siete copas y siete trompetas del Apocalipsis;
con tu carmesí humor desgranando encarnado amor,
granada en venas de lirio y besos?
¿Y qué es tan larga pregunta esta para haberte muerto tan pronto?
¡Qué va a ocurrir con este helado resplandor de silencio!
Tus manos sosegadas y sin soledades,
arrecifes en veranos, otoños en plisados
tejiendo el velo repleto de futuros,
tirando tejas de amor sin techo
en hojas de papel terso, como cuerpos,
giralunas extendidos de sol.
Seguro que te acuerdas:
La miel helada que la luna vierte.
¡Cómo no te ibas a acordar,
si me resucitabas el fulgor del verso
bajo la semioscuridad de la lluvia
tras una tarde eternamente acompañada!
De una tarde de una salud tímida, quebrada,
empañada, empeñada tu mirada de alquitrán
y azul al enhebrarse a otros ojos,
que venían, medrosos, sin saberlo a buscarte
en la oscuridad de unos labios sordos.
Ahora trasmina el silencio inaudito de tus desconocidos vecinos,
extintos hasta su oculta sombra, y solo oyes
los pasos de sus nombres, el taconeo gigante de la Muerte
jugándote la mala pasada de acabar antes la partida, sin darte
la revancha que merecían tus ojos encendidos, tu sonrisa de cristal y orillas,
aquel póquer de violetas que ganabas a las esquinas del mar
y ese fulgurar de cintura, en el caracoleo emotivo de tus nervios de fruta.
Ahora es destrucción este copioso silencio,
porque te han visto en una arena sin playa,
intensa como la piel, ahogado único de música callada
bajo el largo espejismo de un mañana sin cartas.
¿Dónde estaba yo poco antes de tu apocalipsis?
Frunciendo epístolas, repicando pizarras, sintiendo páginas,
oyendo al silencio llagado que has llegado a llenar por completo.
Es este silencio final de trompetas donde la almohada definitiva reposa la [cabeza
imperial de tu humor, cuando siete delfines saltan para acompañarte por el [costado
y se resbalan en tu frente, despacio, húmeda, silenciosos, lenta, deslizada:
Mar entero de olas que revuelcan a las anémonas contra tus hombros de [Monte Alto,
hasta que llegue cada uno con su apocalipsis particular, y san Juan nos [escriba
sus últimas siete cartas, sus rasgados versículos, ya sin números, infinitos, [como tu mirada.
El pelo, carbón agitado.
Nos veremos, granada en venas de lirio y besos, Manolo.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!