«Un crítico es un señor que escribe acerca de un libro para los que lo han leído. Los que escriben para quienes no lo han leído no tienen ni siquiera que leer el libro, porque los que leen a los críticos para “hacerse una idea” no suelen tener ninguna. Cae en la trampa del gusto ajeno.»
Max Aub, Trampas, p. 74
“¡Paciencia y barajar!”
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha
“Todo es barajar.”
Max Aub, Trampas, p. 36
“Max Aub murió en México cuando preparaba en su casa el tapete verde y la baraja para ponerse a jugar a los naipes”, reza el texto de contracubierta de Trampas (Reino de Cordelia, 2017), una colección hasta ahora inédita de aforismos sobre el juego del autor exiliado, lo que da un toque de humor negro a la afición de Aub por los juegos de mesa.
Ludopatía en la que destaca, de forma sobresaliente, el juego de manos de la literatura. Y buena prueba de ello, por partida doble, su novela epistolar Juego de cartas (1964).
Y “carta” en su doble sentido de baraja y/o epistolario, que en su anverso muestra un naipe y en su reverso oculta una epístola/billete/esquela/nota de un ¿crimen ejemplar?
¿QUIÉN FUE MAX BALLESTEROS, EH?
O
CRIMEN DE DOBLE FILO EN UN FOLLETÍN DE 108 EJEMPLARES/ENTREGAS
“Jugar siempre con dos barajas.”
Max Aub, Trampas, p. 75
¿Un crimen ejemplar o 108? Porque ese es el número de naipes que compone esta novela: dos juegos (azul y rojo), que en las ilustraciones del pintor apócrifo Jusep Mª Campalans, “amigo de Picasso”, identifican la baraja española y la francesa: oros (♠), copas (♥), espadas (♣) y bastos (♦), con dos comodines/joker por cada mazo de cartas. Y las figuras jerárquica y correlativamente apareadas: sota/valet, caballo/reina y reyes.
PRECURSOR DE LA MEMORIA A/U(S)B o MILLONES DE NOVELAS EN UNA
«No sé quién inventó que los hombres son de una pieza. Los hombres son un “puzzle”, un juego difícil de componer —y más de recomponer—, porque siempre nos los entregan hechos polvo —para los ídem—, a ver qué y quién sale.”
Max Aub, Juego de cartas
108 microrrelatos que, a manera de puzzle, tratan de perfilar el ser-y no ser- de un tal Max Ballesteros, y que, en solitario o en una timba, pueden componer, de entrada, 108 a la centesimoctava potencia novelas de 108 capítulos cada una, tres años después de los Cent Mille Milliards de Poèmes de Raymond Queneau, cofundador del OuLiPO, de la que Aub parece haber hecho su “Obrador de Literatura Virtual”: un pan como unas hostias.
LABERINTO MÁGICO o CINCO HORAS CON MAX
“Trampa adelante es exactamente lo contrario de llevárselo a uno la trampa.”
Max Aub, Trampas, p. 49
En una caja –fúnebre- que permite hacer la ouija mediante una sesión de cartomancia —leer las cartas, nunca mejor dicho— o de prestidigitación que convoque al ausentado Max, se materializa el fotomatón en cuatro dimensiones: oscuro y mediocre chupatintas conservador y mujeriego —“Sin contar que, aparte de las precauciones, ella tuvo que saber de sus cien aventuras” (Marisol)—, que deja una viuda, Carmen —Yo sí sé lo que acabo de perder” (Carmen)—, con una hija natural subnormal —“Según los médicos necesitará asistencia toda su vida” (Edgar)—, y cuya muerte plantea Juego de cartas como una novela policiaca o negra: ¿suicidio? —“En uno de esos altibajos se pegó un tiro” (José Carlos); “Máximo se suicidó porque no pudo resistir esa distancia que crece cada día entre el trabajo y el hombre” (Miguel Ángel)—; ¿homicidio? —“[…] ha ido creciendo en mí la seguridad de que Carmen mató a Máximo” (Ana); “Desde luego no usó el cianuro. Le bastó la mala leche, el infundio diario…” (Modesto)— ¿o una muerte más natural? —“Máximo Ballesteros falleció de muerte natural. Fue una trombosis coronaria contra la que fue inútil luchar” (Gregorio Roca)—. Y en ese laberinto mágico ayuno de referencias espacio-temporales y ajeno a alusiones políticas explícitas —entre infrarrojos y ultraviolentos— es donde el lector habrá de ir decidiendo, en función d”el azar y la necesidad”, quién es el héroe —“¿Quién supo cómo fue? Tu misma pregunta es respuesta” (Miguel)—, si Teseo o el Minotauro, retratándose a sí en su interpretación, a la vez que desarrolla inferencias, desvela sobreentendidos y elabora asociaciones mil.
Carta blanca, pues, para que el lector dé carta de naturaleza a su Máximo Ballesteros.
ARTE CUBISTA
“Cogí el montón de cartas en la mano — algo empieza a aclararse: ¿no las pinté yo mismo en una ocasión, de niño, hace tiempo?”
Gustav Meyrink, El Golem (Tusquets, 1995, p.101)
Pero ateniéndonos a las dos dimensiones en que figuran dibujados esos “cartoncitos coloreados intercambiables” —como describiera Unamuno el juego de naipes—, Juego de cartas es el virtual retrato cubista resultante de superponer, en cada nueva partida, 108 perspectivas distintas —de las relaciones sexuales de Max con ellas, las profesiones con ellos— por parte de Max —Aub—, amigo del pintor cubista Jusep Mª Campalans, en una tentativa de acotar, como la escultura, el vacío: el espacio de tiempo de una vida, de un don nadie, un perfecto desconocido para sí y los demás —“Siempre se es ajeno. ¿Quién ve los adentros? Siempre se interpreta basándose en la ignorancia” (Emilio)—.
LA REVANCHA o LA PARTIDA INTERMINABLE
“Nadie sabe leer, viejo. Muérete. (Emilio)”
Max Aub, Juego de cartas
Y, pese al entusiasmo posmoderno con que pueda acogerse hoy en día el divertimento cartográfico de semejante castillo de naipes —desde La vida instrucciones de uso, de G. Perec, a 13, Rue del Percebe, de Ibáñez— en esta muerte de un burócrata que evoca El castillo/La taberna de los destinos cruzados, de Italo Calvino, por no olvidar el OuLiPo, Juego de cartas es el laberinto (de un) español encriptado en el castillo de los destinos que bifurcan; una puesta en abismo, ficticia, en la que el lector puede asomarse al vacío de su conocimiento —y de sí mismo por los otros— y a la imposibilidad de reconocer al Otro: “En estos menesteres se equivoca uno constantemente. Por eso gustan las novelas: nos dan héroes de papel, hechos de una vez, en los que se toma parte de verdad. Igual sucede en el teatro: se guardan las distancias. Nadie sabe cómo es conocido, si me permites el juego de palabras (José).” Y lo es, bien porque la percepción individual no es sino un aporte infinitesimal a la red de la intersubjetividad inasible; bien porque la realidad objetiva escapa al conocimiento humano, que fuga al infinito; bien porque el Más Tahúr, jugador de ventaja, siguiendo fiel a su apotegma —“La trampa es el juego del juego”— haya tomado cartas en el asunto y la baraja venga ya marcada de fábrica.