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ISSN 1989-4163

NUMERO 92 - ABRIL 2018

Cuando el Tiempo lo Explica Todo

Inés Matute

Un escritor muy conocido -lo siento: recuerdo las anécdotas y las frases, pero raramente quién dijo qué- explicaba hace años que inventar una historia es también intuir su longitud y su forma. Intuir es un verbo fascinante, porque lo intuido en literatura pocas veces se acerca al resultado final, cuando no lo contradice. Escribir no es sólo ponerse delante de un papel o un ordenador; es sobre todo esperar. Dejar que las cosas vayan sedimentándose en la imaginación y también en el recuerdo (o en el olvido, que viene a ser lo mismo), y saber detectar el momento en que conviene rescatarlas.

Personalmente, tardo relativamente poco en escribirlas, pero tardo muchísimo en ponerme a hacerlo. En estar en disposición de hacerlo. En considerar que ya no debo esperar porque el tiempo, tan milagrero como caprichoso, ha cumplido con su parte. Este tiempo de aparente inacción me parece tan decisivo, o más, que el del trabajo real, porque durante ese paréntesis las cosas permanecen en suspenso, engordando, pero no en el olvido, y mientras esos meses o quizás años transcurren, uno crece con otros viajes, otras experiencias, otras conversaciones y lecturas. La melodía es la misma, pero ya hay resonancias nuevas. Las que nos sirven para empezar a tirar del hilo sabiendo a qué nos arriesgamos.

Esto de empezar hablando de literatura para acabar hablando de las témporas debe ser un vicio mío, porque en realidad quiero hablar de la serie “Ochéntame otra vez” y valerme luego de lo que acabo de explicar como argumento.

Suele decirse que quien recuerda con nostalgia los ochenta – cuando Madrid se movía y en Valencia hacían del Bakalao una ruta- es porque no los ha vivido, o no los ha vivido a tope, bien fumados y exprimidos. Porque quien los vivió a fondo, no recuerda nada o no está aquí para contarlo. Algo de mito hay en esta idea, aunque también hay algo cierto y que va más allá de las hombreras y los pelos cardados, los calentadores y los Pecos como ídolos de jovencitas, Naranjito y el Mundial, el Óscar de Garci y los Stones en el Bernabéu. Más allá de la droga, la locura discotequíl, los Pegamoides, el fenómeno Punk y las primeras tetas en las revistas. Algo que quizás podríamos resumir como una explosión social y cultural que marcó a todos lo que, como yo, estrenábamos mayoría de edad cuando un país entero estrenaba libertades.

Siempre he pensado que yo los viví bien, considerando mi procedencia (nada menos que el pacato Bilbao) y lo cortito que mis padres me ataban, pero compruebo ahora, tras el visionado de cada capítulo, que ir dos veces a Rock Ola y estudiar Bellas Artes, frecuentar El Rastro y tontear con la gente que iba tan por delante que luego fueron llamados “Vanguardia transgresora”, no bastó, pues fue más lo que me perdí- por juventud, por inexperiencia, por no saber por dónde tirar sin derrapar demasiado- que lo que le robé a la vida, tan generosa y alocada en aquella década. Unos años que hoy se veneran y a los cuales se dedican series de televisión, libros y horas de debate.

Almodóvar, revisionista como siempre, dice que si ocurrió todo aquello es porque, de un día para otro, la gente le perdió el miedo a la familia, a los vecinos, a la policía, al ridículo y a uno mismo. Es probable. Y si ocurrió entonces, precisamente, es porque Franco había muerto y había que celebrarlo poniéndose el mundo por montera. Fuera o no ese el motivo, el resultado se agradece, porque con aquellos mimbres confeccionamos el cesto que hoy somos. Y no es un mal cesto.

Si vengo a contar esto es porque cada jueves, viendo Ochéntame, vuelvo a acercarme a mi juventud como si fuese la historia que aún no he escrito, pero que está ahí, engordando con cada nueva experiencia- a lo mejor la vida sólo es eso: echarle carne al esqueleto que se formó durante nuestra juventud- sumando nuevos capítulos a lo que sólo fue un prólogo prometedor, descubriendo nuevas resonancias sobre una melodía que es la misma, que siempre fue la misma. Ahora que me explican aquellos años desde otros puntos de vista, ahora que tengo acceso a una visión panorámica con la perspectiva que dan los años y los datos objetivos, sería quizás un buen momento para sentarme a escribir cómo fue Mi Movida, de la que raramente se habla pues viene contaminada por el factor Síndrome del Norte/ Terrorismo.

Creo que ya han pasado los años necesarios para engordar el caldo. Creo que ya ha llegado el momento no sólo de ver y disfrutar de la nueva producción del Grupo Ganga, sino de contarlo todo, o casi todo, a mi manera.

 


El tiempo

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