Hay días pesados como estrellas,
tan lejanos que no llegamos a ver nada
Hay días inciertos como enigmas, espadas
en blanco en mitad de la calle
y no nos dicen nada, nadie apunta
a dirección alguna
Quedamos solos como el niño perdido
en mitad de la noche que grita y grita
y nadie, nada responde
Hay días luminosos como llamadas
a la esperanza, como diciéndote
que aún todo es posible
a pesar de tu costra de escepticismo
cincuentenal y los ojos cubiertos de inmundicia
Hay días perfectamente perdedores
y sabemos que tenemos todas las papeletas
para ser los últimos de la clase
los últimos en la tómbola de la casquivana felicidad
los últimos invitados al banquete de los afectos y las ausencias
Hay días duros de pelar como diamantes que no dejan tallarse
Días con el cielo cuajado de preguntas
y el suelo no refleja respuestas
El hombre se viste entonces de miedo
y las preguntas lucen como espadas inquisidoras
en el oscuro resplandor de la noche sin cielo ni luna
El hombre busca y busca y tropieza y tropieza
No encuentra, no halla sosiego
a sus preguntas
Las luces entonces repliegan a grises
entreveradas con míseros detalles de azul
Hay días que el hombre espera una sonrisa
un gesto amable, una palabra buena
Hay días que el hombre necesita besos
y no las lanzas cuajadas de indiferencia
Hay días que estallan en la cabeza
y no somos necesariamente buenos
Hay días incendiados de luz agridulce
con pequeños ramalazos azulados
y quizás no todo sea tan incierto