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ISSN 1989-4163

NUMERO 92 - ABRIL 2018

El Perro de los Ojos Tristes

Ángela Mallén

Aquel perro tenía los ojos más tristes que había visto en mi vida. Parecían arrancados de un poeta afligido y posiblemente malo. Era un perro escuálido, ocre y opaco, con la cabeza pequeña y muy triangular. Nos miramos un momento, de pasada; pero se diría que nos intimidamos y al mismo tiempo nos habría gustado conocer nuestros nombres.

El perro se zafó de su ama –que estaba entretenida hablando por el móvil– y se dirigió cabizbajo hacia la zona verde. Una superficie rectangular donde la hierba fresca relucía como un jardín de ensalada; con un seto de hortensias, varios arbustos probablemente de boj, dos magnolios jóvenes y un matojo de algo. A pesar de su aparente incertidumbre, al perro parecía conocer –tal vez aceptar– su destino: el matojo marchito y bastante reseco. Allí levantó la patita en ángulo obtuso, y orinó mientras me miraba tímidamente a los ojos como si me ofreciera su mundo interior.

Después regresó, macilento, abatido, a los pies de su ama parlanchina. Nos miramos una última vez antes de seguir con nuestras vidas.

 


El perro de los ojos tristes

 

 

 

 

 

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