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ISSN 1989-4163

NUMERO 82 - ABRIL 2017

Deseo de Chocolate

Rubén Castillo

Autora: Care Santos. Planeta. 2014. 424 páginas. 21 €

Estamos rodeados de objetos. Nos circundan física y emocionalmente, pero lo más frecuente es que no reparemos con demasiada frecuencia o intensidad en su textura, en tus perfiles, en su devenir. La vieja joya oxidada de la abuela, aquel souvenir que nos trajeron de un viaje, una prenda ajada de cuando éramos niños, el antiguo reloj de pulsera que ya no funciona, un viejo bolígrafo que nos sirvió bien y que tartamudea su tinta penúltima. En ocasiones, determinados escritores se han centrado en uno de esos objetos en apariencia insignificantes y han extraído de ellos una propuesta muy sólida desde el punto de vista narrativo o sentimental. Pero la ambición que la catalana Care Santos despliega en Deseo de chocolate va mucho más lejos, en todos los sentidos, porque persigue las vicisitudes que experimenta un objeto durante tres siglos y nos va mostrando las peripecias ramificadas de sus diferentes poseedores. Así, nos suministra varias historias (muchas historias, en realidad) en una misma novela. El objeto en el que fija su mirada es una chocolatera que se fabricó en Sèvres por encargo de Adélaïde, hija del rey Luis XV, la cual adoraba tomarse esa bebida a diario. Con el paso del tiempo, el insigne recipiente fue pasando de mano en mano hasta llegar a la actualidad, que se encuentra en el hogar de Sara y Max, que llevan casados diecisiete años... Durante esas tres centurias, la pieza de porcelana ha sido testigo de una gran cantidad de sucesos y se ha visto manejada u observada por personajes de lo más variopinto: la mujer que engañaba a su marido con el mejor amigo de éste en la habitación 709 de un hotel; un doctor octogenario que, después de casi dos décadas de vida bajo el mismo techo, se anima a dar el paso de casarse con su sirvienta; el maestro chocolatero que ejecuta todo el proceso de forma artesanal y que tiene a su hijo estudiando en Suiza; una esposa inquieta, que se fuga de casa para irse con un tenor (“Para conocer a los hombres no basta con acostarse con uno solo. Yo quiero ser sabia en este terreno. Con un hombre solo no tengo ni para empezar”, p.198); un muchacho que, en el último cuarto del siglo XVIII, es enviado a Barcelona para hacerse con una máquina que está llamada a revolucionar la historia de la repostería... Con su maravillosa capacidad para desarrollar argumentos y salpimentarlos con personajes inolvidables, Care Santos consigue, una vez más, embrujarnos y llevarnos a donde ella quiere: la butaca de la seducción. Allí nos invita a sentarnos; allí nos ofrece un café caliente (en este caso, un chocolate); allí despliega ante nuestros ojos su fabuloso arsenal de prodigios, como esos magos ambulantes que provocan exoftalmia entre su público. Deseo de chocolate es la historia de muchas fascinaciones, de muchas emociones, de muchos seres. Y el zigzag cronológico que utiliza para contar todas esas vidas es tan magnético como convincente, permitiéndose incluso alardes como el que maneja en la secuencia 15, donde se pasa al formato teatral, para darle un ritmo más brioso a las postrimerías de la novela. Care Santos hace lo que quiere y en todo brilla. Es única. God Save the Queen.

Deseo de chocolate

 

 

 

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