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ISSN 1989-4163

NUMERO 82 - ABRIL 2017

Entre Orwell y Huxley

Juan Planas

 Puede que George Orwell dibujara en «1984», su obra más leída y celebrada, el espíritu totalitario que nos acabará dejando sin más futuro que la sumisión, la uniformidad y la pobreza racionada. Tiempos de guerra global contra un enemigo ubicuo y malvado, ilocalizable. Tiempos de totalitarismo policial e información manipulada por el maniqueísmo cultural de la «neolengua», esa perversión que retuerce el lenguaje hasta convertirlo en algo desprovisto de sentido. La verdad no existe más allá de lo que conviene en cada momento al Estado, al Partido, para movilizar a las masas, para mantenerlas ocupadas, para que olviden el significado de la vida que nos late muy adentro sólo si somos capaces de escucharla. Para que nos rindamos al cortejo fúnebre de las tres o cuatro Grandes Palabras malabares con que la humanidad se deja vencer por la resignación o el miedo. El Hermano Mayor nos vigila y su mirada es la guadaña con que la muerte nos decapitará a todos, si la dejamos.

 Puede que Aldous Huxley dibujara en «Un Mundo Feliz», su obra más leída y celebrada, una sociedad convertida al gregarismo gracias al soma, esa droga de la que, según se afirma en el libro, «un gramo cura diez sentimientos melancólicos y tiene todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios». Nada menos. La verdad se convierte en algo irrelevante, en una sucesión de majaderías más o menos extrapolables y risibles. Somos superficiales, en definitiva, porque no somos capaces de aceptar el dolor ni tampoco el tremendo sacrificio que siempre conlleva intentar superarse. Somos triviales, porque preferimos la pose y el cotilleo en las redes sociales que la exploración, acaso dolorosa, de nuestro interior, esas entrañas abiertas, desgarradas, donde bailamos solos agarrándonos al vacío como a las raíces comunes, quizá, de la estirpe humana.

 Resulta, pues, que mientras Orwell nos avisa, contundentemente, del peligro de las dictaduras comunistas o fascistas, Huxley nos advierte, con idéntica intensidad, de los horrores de la inconsciencia, el simplismo populista o el miedo a pensar. Entre ambos infiernos deambulamos. O deambulo. ¿A qué negarlo? Por eso escribo sobre los libros que leí en otro tiempo, porque temo olvidarlos y ya casi no leo libros nuevos. Por eso escribo tuits con los que critico esa estúpida monomanía de escribir tuits. Por eso maldigo, en mi propio muro de Facebook, los otros muros de Facebook donde siempre encuentro un selfi que no recuerdo haberme hecho. Por eso, finalmente, acabo de declinar la amable invitación de unos buenos amigos a participar en unas tertulias radiofónicas locales: ya hay demasiados tertulianos en esta distopía, no sé si de Orwell, Huxley o ambos, en la que sobrevivimos. Pese a todo.

Entre Orwell y Huxley

 

 

 

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