Que fría es la Parca. Que fría y que puta.
Siempre que dejo a alguien recostado en la barca que gobierna Caronte, siempre que alguien parte para que Anubis le pese el corazón, me queda esa sensación que, aunque ya vieja conocida, hoy me resulta más amarga que nunca. Y es que me quiebra el ánimo esa sutil fragilidad que me empapa de pena y me enfrenta al solitario e íntimo vacío, que es el abismo de la muerte prematura y sin sentido, si es que alguna vez lo tiene.
Nunca ha sido nueva esta extraña sensación. Sin entender porqué, la conozco desde siempre. Siempre ha estado aquí, conmigo: olvidada, adormilada, enroscada a mi tobillo, como un perro sin casa que bajo la lluvia, paciente y latente, resignado y vencido, me mira con ojos tristes y entreabiertos, de un verde intenso de esperanza, desde la soledad y el olvido.
Sí…sé que éramos mortales; pero no tanto. Sí…sé que éramos soldados –yo más que tú; reconócelo- y que nos educaron para aceptar la muerte como algo cercano y a veces hasta romántico; pero en ningún sitio aprendimos a sobrevivirte y a quedar viejos tras tu ausencia. Y ahora me queda aprender a vivir sin ti, sin medio hermano, sin medio hijo.
El incomodo visitante, el eterno huésped que viene sin avisar para quedarse en nuestros huesos, zafiamente te ha sustituido, sin delicadeza ni paciencia; dejando en tu lugar un roto y desubicado vacío de imágenes y momentos. Hemos descubierto los dos –tú más que yo; reconócelo- que la vida no es un regalo; es un préstamo usurario que has devuelto con intereses y por adelantado. Y aunque nos dejes un mundo mejor, te digo desde ya, que no nos va a merecer la pena. Así que no esperes que me conforme. Nunca lo voy a hacer. No fue culpa tuya que no leyeras en la letra pequeña, que la vida no trae cláusula suelo, y que nuestras expectativas pueden bajar tanto, que huelen a azufre y ya no puede verse el cielo.
Porque si lo peor de la vida es que hay muerte, lo peor de la muerte es que hay vida, y que ésta sigue adelante después de ti, indecentemente y con descaro, casi desafiante. Y todo se recompone, y todo vuelve a florecer -maldita sea- como si nada hubiese pasado…y precisamente porque todo ha pasado. Por eso apretaré los dientes al ver a tus hijos correr hacia otro padre; y morderé mi lengua al oír en tu casa voces nunca oídas; y apretaré mi corazón al saber que tus amantes, ya respiran otro aliento advenedizo. Porqué será entonces, y sólo entonces, cuando ya no estés. Porque será entonces cuando te hayas ido.
Así que hoy te entierro, amigo mío, angustiado. Los caballos con penachos y crespones negros acompañan tu sendero rítmicamente y con elegancia, hacia la Laguna Estígea, La marisma de Aaru, Los Campos Elíseos, o donde tú quieras. Porque el camino de cipreses que se abre ante ti, es tan sólo el punto de partida; ya eres libre de elegir tu casa, de buscar tu destino, de encontrar tu estrella.
Buena suerte hijo.