Annobón es una novela en la que, los que somos seguidores de Luis Leante, descubrimos al autor en estado puro. Cuando tienes el libro en tus manos es muy difícil dejar de leer. Pasamos de la curiosidad al asombro, auténtica lección de historia con su pizca de misterio y, en algunos pasjes, de enfado por la situación del momento en el que discurre lo descrito y la falta de ética de algunos de los personajesprotagonistas. Estilo literario muy del gusto del autor y también, según confiesa, no fácil de encajar en ningún género concreto.
Annobón es una fascinante mezcla de reportaje periodístico y ficción histórica que retrata la cara menos idílica de la colonización española en África y los mecanismos de la represión franquista en el Madrid de posguerra, y nos adentra en las vidas privadas de los personajes que se vieron atrapados en esos oscuros momentos históricos.
La novela arranca con la investigación que un escritor lleva a cabo a raíz del hallazgo de un cadáver de mujer momificado en una localidad de Colliure, en el sur de Francia. A partir de esta noticia el narrador hace la reconstrucción de unos hechos casi desconocidos que ocurrieron en Madrid y Guinea en los años 30 y 40 del siglo pasado: la noche del 14 de noviembre de 1932 Restituto Castilla, sargento de la Guardia Civil, asesinó con una navaja barbera al Gobernador de Guinea cuando visitaba Annobón, una isla de 17 kilómetros cuadrados, a tres días de navegación de la capital, donde Castilla había fundado una comunidad utópica que se regía por los principios de la República.
Una vez cumplida la condena, el abogado Pedraza se cruzará en su camino y la vida de ambos entrará en una vertiginosa sucesión de adversidades que afectará a todos los que están a su alrededor. Celos, dignidad, locura, mentiras y obsesiones en un triángulo amoroso en el que el miedo y el amor se confunden con frecuencia.
Luis Leante (Caravaca de la Cruz, Murcia, España, 1963), se licenció en Filología Clásica en la Universidad de Murcia y durante mucho tiempo ejerció de forma vocacional la enseñanza del latín en academias e institutos rurales. A los veinte años publicó su primera novela, Camino de jueves rojo, un drama rural que se desarrolla en la posguerra española. En 2007 ganó el Premio Alfaguara por su novela Mira si yo te querré. Por entonces ya tenía publicada una decena de libros, pero fue este premio lo que le dio fama internacional y lo consagró definitivamente como escritor. También ha escrito libros de relatos y literatura juvenil, y es el ganador de la XXIV edición del Premio Edebé Juvenil con Huye sin mirar atrás.
Luis Leante nos recibe y habla para los lectores de Agitadoras…
P.- ¿Cuándo, cómo y por qué nace Annobón?
R.- El proyecto empezó a gestarse alrededor del año 2010, recién acabada otra novela. Para distanciarme del género, pretendía por entonces escribir una especie de ensayo-reportaje sobre la colonización de la Guinea Española. Y me tropecé inesperadamente con un personaje que me sedujo por su teatralidad e histrionismo, y no tanto por su personalidad: el sargento de la Guardia Civil Restituto Castilla, que en 1932 asesinó a Gustavo de Sostoa y Sthamer, gobernador de los Territorios de Guinea, por destituirlo de su puesto. Al parecer, Castilla no consideraba al gobernador un buen republicano.
P.- ¿Cuál ha sido su base de documentación?
R.- Para la ambientación geográfica-histórica he leído algunos manuales de historia, ensayos y mucha hemeroteca sobre Guinea y la posguerra española en Madrid. Diarios de Azaña y biografía de Primo de Rivera. También me fue muy útil la revista que publicaron durante aquellos años los misioneros claretianos, La Guinea Española. Para el personaje de Restituto Castilla y su aventura colonial, seguí casi a pie juntillas el sumario judicial y el proceso al que fue sometido en un Juzgado de las Palmas de Gran Canaria en 1934.
P.- ¿Qué ha pretendido al escribir este libro?
R.- Básicamente narrar parte de la historia con minúscula, individual y doméstica, de una época muy desconocida para mí: la etapa colonial de España en el Golfo de Guinea. También planear literariamente sobre la posguerra, recordar sus miserias y contradicciones, y pasar un bálsamo nada reparador sobre las viejas heridas históricas que aún están muy lejos de cicatrizar. Pero, especialmente, contar una historia particular como si fuera universal y hacerlo no desde el punto de vista de los protagonistas, sino de sus descendientes.
P.- Muchos son los temas que toca...historia, cierto misterio, asesinato, juicios... ¿en qué género englobamos esta novela?
R.- En ninguno, espero. Una de las cosas con las que más disfruto al escribir es con saltarme las reglas de los géneros, esos corsés que no sirven más que para orientar a los libreros sobre el lugar donde se deben colocar los libros en las mesas de novedades y, quizás, dar alguna pista a los lectores. Al principio el libro estaba planteado como un ensayo que fue derivando a un reportaje periodístico con demasiadas páginas y que terminó pareciéndose a una falsa entrevista. Como mucho me atrevo a definirlo como novela. Más allá de eso, me siento incapaz de etiquetar mi trabajo.
P.- No conocía esta isla ¿usted estaba al tanto de ella antes de ponerse a la labor?
R.- Jamás había oído hablar de Annobón. Mis conocimientos sobre la antigua Guinea Española empezaban y acababan prácticamente en los nombres de la isla de Fernando Poo y la capital Santa Isabel. Y algunos datos sobre la parte continental. Pero muy pocos. Mi gran ignorancia sirvió de aliciente para investigar y aprender.
P.- Ficción-realidad ¿Qué porcentajes de una y otra tenemos?
R.- Cuando estaba escribiendo la novela trataba de que la realidad pareciera ficción y la ficción realidad. Fueron casi seis años de trabajo, y llegó un momento en que me costaba reconocer la verdad de la mentira. Ese es el punto ideal para mí. Ahora no me atrevo a dar un porcentaje. Yo diría, a golpe de memoria, que una mitad es realidad y la otra es ficción. Pero si entrara en el manuscrito con lápiz rojo y marcara uno a uno los elementos reales, creo que superarían ampliamente a los de ficción. No obstante hay muchos acontecimientos y personajes que son reales, pero que forman parte de otras historias que convergen, por conveniencia del argumento, en la historia del sargento Castilla.
P.- Dos protagonistas-narradores de la misma historia ¿por qué ese artificio narrativo?
R.- Abundan las historias contadas desde un mismo punto de vista. Casi siempre el lector tiene la sensación de que quien las narran está en posesión de la verdad sobre los acontecimientos, o al menos solo puede conocer su opinión. Annobón se cuenta por las dos hijas de los protagonistas de la historia y, además, lo hacen más de sesenta años después de que ocurrieran los hechos. Las dos interpretan la misma música, pero la letra de la canción no coincide. Las cosas no se suelen contar como ocurrieron, sino como uno las recuerda. Eso es lo que pretendo, que el lector oiga a las dos mujeres y saque sus propias conclusiones. O, quizás, que no saque ninguna y llegue a la conclusión de que la verdad nunca se podrá conocer.
P.- Cuando escribe ¿lo hace pensando en el lector?
R.- Pienso en un lector ideal, que soy yo mismo. Ideal en el sentido de que piense como yo y tenga los mismos gustos literarios. Es decir, escribo aquellas cosas y de aquella forma que a mí me gustaría leer. Pero no las escribo para mí, sino para que las lean otras personas que probablemente no tengan mis gustos. Y a pesar de todo espero que al lector le guste la novela.
P.- ¿Cuáles son sus géneros y autores favoritos?
R.- Los autores y los géneros han ido cambiando y alternándose con los años. No hay un género ideal. En realidad, me gustan los libros difíciles de encasillar en un género, aquello de lo que tanto suelen huir algunos editores. Mi género ideal es aquel que cuenta una buena historia, con dosis de intriga, dosis de sentimiento y una forma de narrar que me haga olvidarme de que estoy leyendo, es decir, que no me estorbe el lenguaje. Autores que me gusten hay muchos, pero yo sigo recordando de manera especial aquellos que fueron un gran descubrimiento en mi adolescencia y juventud: García Márquez, Cortázar, Juan Rulfo, Borges. Todos latinoamericanos. Después vinieron muchos más, pero mi capacidad de sorprenderme había descendido considerablemente.
P.- ¿Qué está leyendo ahora mismo?
R.- El baile de las lagartijas, de David de Juan Marcos.
P.- Como lector, prefiere: ¿libro electrónico o papel?
R.- Libro de papel.
P.- Confiese a los lectores qué manías tiene a la hora de escribir.
R.- Me gusta estar rodeado de libros y objetos que he ido acumulando a lo largo de muchos viajes; pantalla de ordenador gigante y música en inglés para no despistarme con la letra. Y un rito que se repite desde hace muchos años: la primera canción que oigo justo antes de empezar a escribir es Aguas de marzo, una versión de Elis Regina y Antonio Carlos Jobim.
P.- Relate alguna curiosidad literaria personal que le haya ocurrido y no ha contado hasta hoy.
R.- Hace unos años, una señora muy mayor se me acercó en la Feria del Libro de Zaragoza para que le dedicara una novela de Luis Landero, Absolución. Casualmente era un libro que yo acababa de leer. Cuando le confesé que yo no era Luis Landero, sintió una gran decepción. Sin embargo, empezamos a hablar de Absolución y concluimos que a los dos nos había gustado la novela por las mismas cosas. Fue una conversación breve pero muy emotiva. Al final, aquella mujer me pidió que le firmara el libro de Landero, aunque yo fuera otro Luis. En realidad, a lo largo de los años he firmado libros de otros autores porque el lector no tenía el mío a mano. Y, si lo pienso, esto viene de muy atrás, porque en la escuela también firmaba el boletín de mis notas con la firma de mi padre, que me salía perfecta.
P.- Venda su novela ¿por qué hay que leer Annobón?
R.- Soy un mal vendedor de mis libros. Creo que vendo mejor los de los demás, pero no sé si sería correcto hacerlo aquí. Soy más de regalar que de vender.
P.- Sus planes a corto y medio plazo ¿son?
R.- Hace años que no hago planes, y mucho menos literarios. Descubrí que casi nunca se cumplían. Voy viviendo el día a día y tomando notas en mis libretas sin saber muy bien qué haré con ellas.