Autor: Juan Ramón Santos. La isla de Siltolá. 2016. 76 páginas. 10 €
Hay poetas que han ensayado la contabilidad minuciosa de un amor desde su antes hasta su ya no (será suficiente con aducir el ejemplo prodigioso de Pedro Salinas y su excelso La voz a ti debida), así que los lectores nos hemos acostumbrado a no observar con extrañeza estas filigranas diacrónicas. En este dulce Aire de familia que La isla de Siltolá acaba de publicarle al extremeño Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) se construye una propuesta lírica de idéntica intención y no inferiores resultados. Concitados alrededor del “arcángel Predictor”, el poeta y su pareja descubren con un asombro estremecido que en su ventanita de cristal se perfila una línea rosa que les anuncia “que de una vez dejamos / de estar solos”. Comienzan en ese punto los instantes gozosos, pero también las zozobras de la incertidumbre (qué soberbio poema el que lleva por título “Los miedos”). Embriagados por la dicha de los preparativos, los dos miembros de esta pareja (que ya es un trío) se sienten “alegres como un cielo / o un sol o una manzana” y comienzan la extenuante operación de abastecer su casa con todos los adminículos que requerirá el futuro cachorro. Al cabo de varias semanas se instala en sus vidas otro reto no menos dificultoso: el de buscar un nombre adecuado para la niña. Y no se trata de una elección baladí, meramente eufónica o familiar, sino que comporta reflexiones arduas, “pues no se trata de buscarte un nombre / sino de averiguar cómo te llamas, / de encontrar la palabra que defina / tu carácter incógnito y huidizo, / las letras que dibujen el emblema / de tu futuro, indescifrable ser”. Paso a paso, la gestación va completándose hasta que llega el momento final, con la incorporación de su hija a la luz del mundo, que da paso a la secuencia de fotogramas desarrollados en forma de sonetos y que se extienden hasta una jornada especial, que sirve como punto de inflexión y de clausura para el poemario... Tras mis experiencias con el Juan Ramón Santos prosista (varias y siempre dignas de aplauso) descubro que sus versos me atraen y me emocionan con la misma contundencia que sus relatos. Me siento muy identificado humanamente con esta obra (he sido padre cuatro veces y he transitado por estas mismas veredas que él convierte en versos) y, sobre todo, me ha servido para corroborar que la admiración que siento por su obra no se detiene en las fronteras de un solo formato.