Modelos de Mujer (VIII) - La Torpe
Mª Ángeles Cabré
De nada sirve ser guapa si se es torpe. De nada ser lista u ocurrente, ni siquiera interesante. Si se es torpe todo está perdido porque nada tiene arreglo. Se es torpe y punto, y nadie recuerda de ti más que esa manera de tropezar incluso con muebles que no existen o lámparas que nadie ha colgado más que en tu imaginación.
La pobre tropieza con todo, es una evidencia, y tiende a romper todo lo que toca incluso no habiéndose siquiera acercado: sólo mirándolo ya lo rompe, como si tuviera poderes mágicos. En su torpeza, la que ha nacido con ese defecto nefasto llega incluso a tropezar a diario con su propia cama antes de meterse en ella, aunque tampoco le son extraños los dedos pillados en lugares tan dispares como los cajones o los neceseres, con esas malditas cremalleras que se le resisten siempre; incluso algún que otro dedo se ha machacado, dolorosamente, en la puerta de un taxi.
Hay torpes que chocan incluso con su sombra y que, queriéndose mirar una espinilla en el espejo, se dejan en él la nariz, sea o no protuberante, y parte de la frente. Incluso sé de una torpe que queriendo atarse los cordones de los zapatos se dio mismamente en la napia con su propia rodilla, con resultados alarmantes y un abundante rastro de sangre.
Y qué entrañable observar a la torpe intentando combatir la torpeza con mil métodos de invención casera como forrar el salón de cojines o poner cantoneras en las puertas de los armarios más traicioneros. Habiendo salvado todos y cada uno de los obstáculos, más que ufana, sale de casa, advierte que se ha dejado las llaves dentro y, llevándose las manos a la cabeza, tropieza con el felpudo y se cae de bruces en mitad del rellano. Por un instante había olvidado que es torpe.
Pero no sólo de caídas y dedos tumefactos vive la torpe, sino que destaca también en ella una habilidad para la que parece haber sido premiada con cum laude: cuando se trata de meter la pata a ella no hay quien la gane, es que lo borda. A la recién separada le pregunta por el novio, por el trabajo al parado de larga duración y a quien oculta los años directamente la edad, así, a bocajarro y delante de todos.
Queriendo quitarse de encima la dolorosa carga que la aflige, la que padece la enfermedad de la torpeza hace lo imposible por potenciar otros aspectos de su personalidad: se tiñe el pelo de rojo, usa gafas estridentes, botas acharoladas hasta las ingles o lo que haga falta. Pero todo es en vano. A los demás, de ella tan sólo les queda el recuerdo de su inmensa torpeza.
En sus sueños, la pobre alberga la esperanza de que un día la torpeza desaparecerá de su vida como si se tratara de una almorrana, pero al despertarse no puede evitar que se le caiga el despertador al suelo y se haga añicos; era de plástico irrompible, pero ella puede con todo. Lo certifica un cepillo de dientes que logró partir por la mitad, aún no se sabe cómo.
Visto lo visto y con el carrerón que lleva, me parecería feo pronosticarle a la torpe un futuro plagado de torpezas, a cual más inmensa, de modo que voy a darle un consejo que no podrá rechazar: que busque a alguien más torpe que ella, de manera que su torpeza pase desapercibida. Si en compañía de una amiga fea se liga más, qué no será de una torpe acompañada de un gañán o una gañana con mucha más facilidad que ella para resbalar en la ducha, quemarse el pelo con el secador o reventar los bolígrafos. Aunque los bebedores de café los tienen prohibidos (aún no se ha inventado producto alguno que quite las manchas), mirando el lado positivo que un torpe entre en tu vida es garantía de que el aburrimiento salga por la ventana.