Flip es el campeón de la rotación sobre el eje vertical; podría ser, de hecho, un bailarín, un Fred Astaire, un ejemplo de libro. El espín de Flip se mide con las vueltas que da sin proponérselo casi, mientras mira la hora en los relojes. Las horas que navegan con él incontables momentos que guarda con celo.
Flop es el campeón de rotar sobre sus tobillos. Flamea usando sus maléolos de goznes y ese es su gran número de calle. Da vueltas girando, solo que se rompe un poco ahora, otro después, los huesos de la cara. El rey del tobillo tiene la nariz más rota. Pero, a veces, una mujer lo mira y es suficiente.
Flap es el escarabajo luminoso que solo puede verse de reojo, el bicho rojo si se mira de día, negro si la observación se realiza en horas más bien nocturnas, el que tiene cabeza móvil si se lo avista de madrugada con esa visión de mirar para otro lado pero saber que se está mirando donde se sabe que se pondrá. Flap es campeón de invisibilidad objetiva.
Plaf, su contrafigura, es un pequeño dragón con forma de gusano, campeón del descanso y el descaro; aparece para enamorar mujeres cuando las encuentra ya tomando el baño, lo que genera no poca desazón y nada de espíritu amable, por cierto, ya bebiendo cerveza de un vaso tal vez casi vacío o que contiene espuma, mero aire de mota salvaje traído acaso por el lúpulo. ¡Qué! ¿los pequeños dragones deberían tener privilegios, acaso?
Tomen nota, Flip y Flop son danzarines clásicos conchabados por la nueva compañía teatral, uno gira sobre sí, el otro rebate sobre el tablado. Entre los dos cubren varias condiciones de libertad y, si a eso se suman Flap y Plaf, probablemente la situación quede bajo control, pero el comandante ha sido claro.
El comandante no se sabe si es Plif o Plof. Es que son comandantes intercambiables, como si fueran agujas de un reloj pero del mismo tamaño y no es que se pongan de acuerdo, para nada. Cada uno toma sus decisiones y el otro, tanto lo puede secundar como no hacerlo, cosa que a los demás personajes les resulta bochornoso. Imagínense a Flip dando vueltas con las rodillas extendidas como lo pide Plof y a la tercera que da, Plif asume el comando y pide que las rodillas se le tuerzan. Flip corre el riesgo de caerse lo que no es poco, porque perdería el concurso de mejor pegador de vueltas sobre sus piernas y la estatua de Fred Astaire se la podría llevar, por ejemplo, Pete Articulado, el rival de Flip quien, además, quiere quedarse con su novia, la excelente écuyère Flipa, que ganó varios concursos de equitación y de danza con caballos.
A menos de cinco años de ese suceso es bueno recordar que Flipa ganó danzando con Clip, el caballo azul, con la música de varios de los músicos más famosos del mundo, incluyendo una música china que el jurado no entendió pero el caballo sí. Desde entonces Pete Articulado quiere a Flipa pero, por suerte, Flip siempre le gana en el corazón de Flipa pues ella está tan enamorada que Pete no puede creerlo.
Los otros jugarán bien al ajedrez, tendrán monos y mejores zapatos de salir a pasear por la playa, pero ni Flipa ni Flip se entusiasman con otra cosa que sus vueltas en caballo azul o en sus rodillas. Claro, con Flop es otra cosa. Él es como que cae, entonces está más atento a las contingencias de la tierra y no tiene novia, aunque se sabe que no mira mal a Plif, quien no le hace caso porque quiere ser comandante todo lo que pueda ser y piensa solamente en eso, mientras Plof le roba tiempo y se cabrean los dos. Hay una cosa que podrían hacer, pero empieza por ponerse de acuerdo y es algo que no saben cómo hacer.
Esta historia es sobre Flip y Flop y no sobre sus novias o novios, aclaro, ni sobre los jefes o gente que está enojada con Flip o con Flop o, por ejemplo, el primo Flit, el más famoso hace unos años porque lo usaban de insecticida. Flip y Flop, que quede claro: el campeón de las rodillas extendidas y el campeón de los tobillos flexibles como ramas de limonero.
En un tiempo Flip podía jugar con Flop porque estaban más cerca, pero las vueltas de la vida llevaron a Flip a conocer otros lugares, otros nombres de personas (uno que terminaba en jota, por ejemplo) y en cambio Flop se quedó yendo y viniendo, yendo y viniendo al suelo, con algún cambio menor, como cuando se cayó y al levantarse quedó mirando para otro lado. Esperaba, en aquel tiempo, que Flip, de tanto dar vueltas por ahí, volviera y volviera y revolviera. Y se quedaba como sube y baja, ida y vuelta y de vez en cuando se golpeaba la nariz o la cabeza, cabeza y nariz, nariz y nariz.
Entonces había menos gente en el barrio, todos conocían a Flop y lo invitaban a comer, a bailar y hasta hacían tortas para que festejar lo que quisieran festejar. Eso hacía Flop: festejaba todos los días algo, pero con tanto ejercicio, con eso de ir para arriba y para abajo, nunca engordaba demasiado, siempre con ejercicio: comía y eso lo ponía en movimiento. Pero aquello cambió, llegó más gente ocupada en otras cosas y algunos nunca supieron que ese que iba y venía se llamaba Flop y algunos hasta se lo sacaban de encima con un golpe que dolía donde cayese. Flop seguía con las tortas de los vecinos más viejos y comía asados con sus amigos, esperando a Flip.
Después se supo que Flip había pasado cerquita, pero agarró para el lado del río y le costó encontrar el barrio, de tanta gente nueva que había. Tan rápido daba vueltas. Y daba tan rápido las vueltas que le costaba comer, aunque siempre encontraba cómo: una ristra de chorizos o salchichas de las de antes, una tira de caramelos, unos fideos largos largos. Había una señora que cuando podía le bordaba en punto arroz, así comía risotto. Pero entre comer y dar vueltas se le pasó la calle de Flop y se perdió, de tanta gente que había, entre la gente. Aunque cerca del campo lo pusieron en buena vereda y volvió para encontrarse con el buen amigo Flop. Flip y Flop siempre unidos por la rotación.
Cuando Flip se enamoró de Flipa sabía no tener chances, pues nunca podría ensillar a Clip ni pintarlo de azul y Flop no podía ayudar a su compañero, solo acercar uno al otro, encerrando a Clip con su nariz tan extrañamente destruida como la suya y a Flipa mediante los golpes dados contra las tablas. Entonces Flip se encontró con Flipa antes de que Flit se interpusiera, gaseoso, ya que con esa nube Flipa se perdió, llorando a su Clip y olvidada ya de Flip pero sin que Flit tuviera nada de ella o que Flop pudiera al menos verla ir hacia el horizonte. Menos mal que Chas y Paf, hermanos violentos si los hubo, le pusieron a Flit una mano pesada que lo dejó pensando si tanto insecto que había matado y tanta gente que hubo molestado valían una sonrisa con todos los dientes y se conchabó en el circo solo para hacer de fiera en caso que quisieran domarle. Flit se disipó casi para siempre después de que hubieron domado sus gases abriéndole la boca. Flap, en cambio, siguió su curso de rotación por el piso, pareciendo más una sombra que un personaje, o la insinuación de los seres que habitan las hojas de un libro en forma de letra pero no tanto.
Bastó que Plof disipase la niebla de Flit para que Flipa encontrase a Clip o Clip a Flipa, y ambos cabalgaron felices hacia el horizonte dejando a Flip rotando desparramando lágrimas como si hubiera puesto la llaga en el ventilador, a Flop rompiéndose narices y a Flap gastándose el abdomen en el ejercicio diario de rotar cual tortuga oficiando de brújula en un remolino turbulento.
La escena la cerró Plif, dándole la vuelta a todo, como una cachetada de Plaf llevada a las tablas y el libro del circo quedó cerrado en su lista de conchabos rotátiles.
Con la venia del Gran Geómetra (no obedezco ni a Plof ni a Plif, yo) contaré ahora este cuento en un mundo con menos dimensiones. Solo Flap puede rotar, ni Flip ni muchos otros, como Flop, sin ir más lejos, lo hacen. Todos los caracteres son apenas dibujos pensados para ilustrar un asterisco o la pluma planchada de una alondra. Paf da cachetadas que apenas tocan a los demás en pocos puntos y atraviesa los objetos sin dar en el blanco la más de las veces. Flipa seguramente enamoró a Flip en otros tiempos y otras dimensiones espaciales, pero este no podrá tener su cópula con ella ya que los agujeros sexuales se obturan en la dimensión que ahora les hago vivir. Ni hablar de Paf o Plof que quedan confinados y muchos claman por ver qué podría haber hecho Flit, el insecticida monstruoso, sin poder capturar a los insectos con sus gases, pues estos vuelan inalcanzables, ya que el cuento no los alcanza a ellos sino a los caracteres que parecen ser circenses en su mundo de pulgas inconcebibles. Y ni hablar del comandante de turno, sea Plif, sea Plof.
¡Cuánta menos literatura habría en mundos donde Flip no pudiera ser más que un signo de admiración o un punto y coma básico, elemento de puntuación sin dimensiones que hicieran posible su rotación! ¡Qué apestosas serían las reuniones donde solo se pudiera hablar por donde defecar y viceversa!
Que Flap rote, que sea el único que rote es ahora el themata de la situación. Ahora él es el héroe, es él el prócer y él es quien enamorará a Flapa, que no pudo resistir el mundo de Flip y Flipa. Entonces, Flapa había retornado de una historia que reencarnó en el momento en que Flip se enamoró de Flipa, amor imposible ahora o al menos bastante platónico. Flapa es a Flap lo que el plancton a las mariposas, sin embargo: transparente, intrascendente, misteriosa pero innecesaria. Flap no está enamorado de Flapa, sino de Flip, el rotador de verticales, el espín manifiesto que está ahora impedido de rotar, cosa que, a su vez, era una de los magníficos enigmas que enamoraran a Flap, por lo que tampoco él podía sostener tanto tiempo el amor como yo retener el final del cuento.
Extraño enajenamiento eso de cambiar las dimensiones del universo. Jugar a cambiarlas fue breve, por fortuna: Paf, sacando un rayo misterioso de su interior despejado, arrojó no sé qué gas y me hizo restituir, narcotizándome, sus dimensiones a todos, así que Flap pudo volver a enamorarse de Flip que, libre de la prisión dimensional, se dedicó a perseguir a Flipa con éxitos bastante raros, por cierto, como para ser considerados amor. Es más, transcurría tanto tiempo entre uno y otro de esos encuentros exitosos, que cada uno volvía a sentir amor a primera vista, de tan corta memoria que tenían. Flop, adivinaron, anda tan contento de retornar a la rutina de romperse la nariz contra el pavimento.
De más está aclarar que el Gran Geómetra me desaprobó ambos intentos de escribir el cuento; dice cosas horribles sobre mi incoherencia y mi inconsistencia geométrica y no sé cuántas otras sandeces sobre mí. Tendré que crearme otro Geómetra, un poco más relajado.