Después de escuchar tantas historias de horror sobre las mudanzas de casa, Tranquilino Pérez decidió sorprenderse a sí mismo, y a todo mundo que deseara sorprenderse, preparando meticulosamente todo un plan de ataque para su próxima marcha al Valle del Sol. Tranquilino no era bisoño en eso, no señor, con la próxima ya eran una docena de cambios que se había ejecutado en su joven existencia, sin considerar las veces que se cambio antes de que se casara, esas no valen. Tranquilino, lejos de ser aplicado, todo lo dejaba para el último, “al cuarto para las doce”. Ahora los vientos eran otros: se encontraba en un país serio, de tradición planificadora, en donde los niños nacían con la universidad escogida y el sepelio arreglado, en donde nada se debía dejar al azar y con aquello de “A donde fueres haz lo que vieres”, por esta ocasión trató la forma lógica y civilizada de planear la mudanza hasta el más mínimo detalle considerando que seis meses de anticipación apenas le serían suficientes para todo.
Sentándose a su mesa de trabajo inició una lista de acciones por ejecutar, no sin antes ponderar sobre la importancia de aplicar algo como por ejemplo la técnica de la “Ruta crítica”, cuya valía, según su profesor universitario de la clase de Sistemas I, había permitido a los Aliados ganar la Segunda Guerra Mundial y a otros la de Corea, aunque se preguntaba si había fallado la aplicación en la de Vietnam, o Irak;-preguntas vanas que dan lo mismo contestarlas o no- se dijo a sí mismo.
La lista de acciones, “actividades” les llamó él, era sorpresivamente corta una vez que desechó la mudanza usando una compañía especializada que se hiciera cargo de todo. El desecho fue, más que otra cosa, por la sencilla razón de que resultaba demasiado caro para su bolsillo de por sí raquítico, eternamente raquítico: $6700.00 dólares sin incluir el piano ni el refrigerador con doble puerta que durante el tiempo que lo tuvieron fue la delicia de chicos y grandes en su casa, y por eso decidió dejarlo con el resto de muebles blancos de la cocina para que el nuevo dueño de la casa lo gozara a sus anchas; más bien, la cosa de dejarlo fue medio obligada, no hay por qué hacernos: lo había forzado para que entrara en el hueco a un lado de la puerta de la cocina y sacarlo de ahí implicaría gastos innecesarios y magulladuras de dedos.
Muchas veces, cuando no tenía qué hacer, se había puesto a pensar en el por qué la publicidad televisiva de su país llamaba “muebles blancos” al refrigerador, estufa de cocina y otros enseres de la misma; sería porque sólo los había de color blanco y en la mueblería de Don Bedardo Pizano allá en su pueblo de Uriangato II, ni siquiera había refrigeradores de dos puertas, no digamos de colores como los de aquí que también pueden ser de diferentes tamaños y poco les falta para hablar. Es más, en todo el pueblo sólo había tres personas que tuvieran refrigerador: él y los dueños de los dos tendajones La escondida y Abarrotes Chave; la Cervecería Modelo les había prestado unos, algo vetustos, para que enfriaran la cerveza y los refrescos. Claro, la gente (sobre todo sin dinero para las chelas) gustaba más del agua fresca de frutas, como por ejemplo la de chirimoya, tan refrescante para la vejiga. ¿Seguirían los muebles suyos siendo “muebles blancos” a pesar de que eran negros con cubierta simulada de cuero? Dejó la pregunta flotando en el viento junto con otras tantas que no había querido o podido contestar. El piano lo malbarató y asunto arreglado.
Con decisión de leona a cargo de clan, se sentó a llamar por teléfono inalámbrico a la compañía más conocida para renta de camiones de mudanza: Yu-Joul.
En estos momentos le hubiera gustado tener teléfono celular y salir al centro comercial más cercano para ponerse en el lugar más visible del mismo y hacer la llamada: así como lo hacen los que van los domingos a todos los centros comerciales de todo el mundo a hacer llamadas telefónicas por medio de los celulares; hubiera sacado el celular Apple con una rapidez de gatillero del viejo oeste, lo hubiera alzado con una mano, la izquierda, para que todo mundo lo viera, e iniciaría la marcada con la derecha, con el dedo medio de la derecha—los otros hechos bolita— para imponer estilo, luego comenzaría a gritar en el celular, no importando que alguien o nadie hubiera recibido la llamada. ¡Ha, cómo le hubiera gustado! De regreso al anticuado inalámbrico.
Todo listo: camión de 25 pies y una plataforma total para que el carro no ruede sus amoladas llantas. El costo global sería de $1045.70 dólares (incluyendo el impuesto) bueno para un recorrido de 1200 millas o siete días (whichever comes first, le decía le empleado al término del llenado de formas), incluyendo seguro completo. ¡A todo dar!
Más tranquilo, sabedor que lo principal estaba asegurado con bastante anticipación, decidió dejar lo demás para mediados de junio, quizá más bien finales o principios de Julio para no estirar demasiado las cosas, no quería cambiar tan radicalmente sus viejas actitudes de mevalemadre.
Llégase el mes de Julio, y con casi ya un pie sobre la plataforma del camión, cuando un entremetido, que como siempre, nunca faltan, le preguntó si había pedido presupuesto en Raider, la otra compañía que no hacía mucho se había establecido en la misma vecindad que el Yu-Joul. Tranquilino sintió remordimiento porque ya se tenía apalabrado con Yu-Joul, pero aguantándose la vergüenza como los meros machos, se mordió un huevo y llamó a Raider.
Nunca antes había hecho semejante cosa. Tranquilino siempre había sido fiel a su primera palabra así le costara lo que le costara. Recordaba aquella ocasión cuando por equivocación había firmado un contrato para un terrenito con vista al lago de Chapala. Eso fue cuando lo animó su compadre, Justino, ya que él también había comprado uno con rebaja del 22%, “¡una verdadera ganga compadre!”, además “así quedamos juntos, puros conocidos, compadre”, bien que recordaba esas palabras y se le enchinaba el pellejo del coraje: lo que Justino no le había explicado era que el terrenito lo podría utilizar sólo cuando estuviera en estado horizontal, es decir con el tenis estirado: eran terrenitos del cementerio de La paz eterna. No pudo hacerse para atrás con la firma, lo bueno que el cementerio era católico, si no, se hubiera cagado sobre su compadre. Imagínense tener que compartir la última morada con un protestante, evangelista, mormón, anglicano o sepa la puta con quién. “Ni lo mande Dios” pensó casi en voz alta. Allá está el terrenito, listo para que lo gocen en cuanto cumplan la mínima condición. Con el compadre poco se hablan, aunque, Rome, la esposa de Tranquilino le dice que ya olvide lo que pasó y haga las paces con él, “al cabo a la hora de la hora casi van a dormir juntos para siempre” decía ella con una sonrisa burlona que a Tranquilino le hacía el efecto de una patada a las talegas. Tranquilino, como es común en él, ignora el consejo de su media naranja y sigue terco en sólo tratar lo mínimo con el padrino de su hijo Torcuato.
¡Pinche nombrecito! Al crío le pusieron así por el abuelo materno ya que por el paterno le hubiera tocado Telésforo y por el santoral Guadalupe; aunque hay hombres que se llaman Lupe, algunos rechulos los carajos, para él no fue suficiente ser mexicano, católico, apostólico, romántico (además de romano) y guadalupano, el nombre le seguía soplando ecos como de mujer y el otro como que se le figuraba que tenía algo que ver con la compañía que monopolizaba la comunicación, por eso cedió ante la insistencia de su esposa “para recordar a mi amado padre” decía gimoteando y dando suspiros de hipopótama enamorada y mal correspondida. Su esposa ni cuándo recordaba que Don Torcuato—su papi—los abandonó en el peor momento (durante el episodio final de la telenovela María la del barrio o lo que es lo mismo: Bendita mentira, o Cumbre de pasiones, o…) cuando eran todos chicos; chicos y catrines trogloditas: nada más comiendo bien, vistiendo mejor y durmiendo a sus anchas: ocho de ellos, de 7 a 18 años. A Don Torcuato lo encontraron muerto, a los dos meses de la huida, en un hotel en el barrio de las preciosas de noche: “de cansancio” decía el reporte de la necroscopia. Por consenso mayoritario (hubo dos abstenciones, una de ésas, se presume, la del difunto y la otra la de Ruperta, la esposa de Tranquilino), la familia decidió decir que se había muerto en Argelia, en La Legión Extranjera y nunca reclamaron su cuerpo para darle cristiana sepultura, principalmente porque él así lo había querido (legó sus vísceras para el avance de la ciencia en el hospital civil de su ciudad natal) y además los santos padres de la iglesia del barrio se negarían a darle el perdón eterno a un recalcitrante y pendejo, de la p hasta la o, comunista, anarquista y todo lo terminado en ista. Sea como sea, al compadre: ¡que se lo coja un burro montaraz!
-Raider, how may I help you?
...
-Yes Sir, yes,...yes,...yes. Just a moment please.
...
-Well, let’s see. 25’ with a full carrier, accident insurance, “safe” travel coverage, 1200 miles, 7 days, and two sets of thick blankets: $760.00.
¿¡...! ¡...! ¡...! ¡...! ¡...! ¡...!?...
-Yes sir. Yes, sir, sure thing, thanks for calling.
Como una de las balas de Llanero Solitario, antes de que se lo cogiera Toro (¡Tonto le dicen los gringos!), se fue a ver a los yu-joulianos:
-[llegamos tarde al mitote]...yes, Sir, let me see..., I’ll tell you what..., we’ll beat the amount of those fucking raiderettes all the way with an additional 10% discount, just because I like you! Shit yes, fuck’em! New truck too!...and four sets of extra-thick blankets! Fuck’em again!, and all boxes you want, shit yes!
Por fin, el entrenamiento recibido en su país en el arte del regateo intensivo rendía frutos. Aunque todavía recordaba cuando quiso hacerlo en la tienda de Sears ofreciendo $135 por una videocasetera que costaba $190. Al vendedor de la tienda no le hizo mucha gracia y ni los bigotes movió, lo miró de la cabeza hasta los callos en forma despectiva y se fue mascullando un “¡these Mexicans!” que a Tranquilino lo puso de mal humor durante una semana entera.
Viéndolo bien, ahora que tenía tiempo para pensar mientras empacaba todo, le pesaba haberle puesto Torcuato a su primogénito: “Pero en que cabeza cabe ponerle un nombre tan jodido como ese; mejor le hubiera puesto el mío”. Tranquilino era un gran fanático del futbol soccer y sus ídolos eran las grandes figuras de las Chivas, “Mellone”, “Peque”, y el “Jamaicón”: “esos eran chingones de a quilate pa’rriba no se les pasaba ni el aire, perros como los policias del barrio”. Por eso le hubiera gustado ponerle a su hijo uno de esos tres gloriosos apodos o los tres. Su compadre le había puesto a uno de sus hijos el apodo de su boxeador preferido: “Bondojo”, “Bondojo Sánchez se llama el crío, por cierto mi ahijado”. ¿Qué le faltaba a él para que no hubiera hecho lo mismo con su hijo? Recapacitando por un momento se dio cuenta que su compadre no estaba casado con la Rome. Punto final.
Iniciado el pleito de los colosos mudanceros, la codiciada presa, Tranquilino Pérez, se vio convertido, ¿sin quererlo?, en una pelota para los dos titanes que no daban cuarta ni cuartel. En un momento que fue considerado crucial, aunque después se vio que era pura pedantería, entró en la competencia un tercero en discordia: Jerts, pero rápido se lo descontaron los otros dos. Luego entró Budyet y lo mismo. Los precios fueron bajando de un lado al otro: $750, $645, $527, $289, $125, $1.00 [nada más para que no se dijera que el sistema no era capitalista] con, además de todo lo prometido, 100 acciones de la compañía, con precio fluctuante ya que la batalla era seguida muy cuidadosamente por los nerviosos inversionistas de Wall Street, que para ésas se las pintan solos.
Ganó Yu-Joul. Poco más aguante de Raider y hubieran hecho a Tranquilino presidente (o sea CEO) de la compañía, división sudoeste, aunque Tranquilino estuviera de indocumentado en el país.