Sé de un barrio donde siempre es al alba.
Las farolas subrayan la primera luz del día.
Las calles empedradas aún están desiertas,
con sus porches amarillos
y la sombra rosácea de los arcos.
La calma
es tanta que nadie daría un paso,
nadie despierto,
nadie por ese barrio.
Casonas en ocre, en barro y color siena
-ya se distinguen los colores-,
portalones, contrafuertes, arbotantes
y una escalera con balaustrada.
Sé de un barrio donde siempre es al alba,
donde el cielo clarea sobre lánguidas acacias
y todo parece a punto de despertar.
(de “Palabra de elefante”, 2007)
Afuera llueve _dice el cronopio. _Todo el cielo. Nadie que viva aquí abajo ha visto jamás el cielo como se ven las cosas que se tocan, se rodean o se comen. Nadie averigua cuánto pesa el cielo, a qué sabe, si tiene o no gusanos. Nadie que viva aquí dentro puede trabajar la materia del cielo. _Afuera llueve, -dice el cronopio que ha visto llover de verdad, cuando las montañas se derriten, los charcos se vuelven océanos llenos de barcos y las nubes son tantas que tienes que comértelas para caminar. _Todo el cielo. _Dice el cronopio que jugaba de niño a pintar rayuelas, colorear mandalas, acariciar cachorros. De arriba a abajo. De oriente a poniente. 33 grados. 45 longitud. Paralelo Catorce S. Agua para los desiertos, los escarabajos, los rosales. Nadie que viva aquí abajo espera que el cielo descienda, nos envuelva, nos empape. _Todo el cielo. _Repite el cronopio. Y su voz nos atrapa uno tras otro, como estrellitas, nos hilvana. Su hilo de voz azul, de lluvia azul.
(de “Contornos”,2015)