El Sangrante Caso del Comisario Artístico Rodríguez
Luis Arturo Hernández
Yo, asesino , Antonio Altarriba y Keko. Barcelona, Norma, 2014, 134 pp., 19,90€
“Hace mucho que quedó probado que el hombre ha llegado a domesticar la naturaleza a fuerza de mala leche, ingratitud, instintos, asesinos, palos, pedradas, machetazos, tiros, hipocresía, asesinatos a mansalva, imposición de la esclavitud. Cualquier hombre, por el hecho de serlo, es un hijo de puta. Para mí el imbécil mayor —suizo tuvo que ser— fue Juan Jacobo Rousseau. Con estas ideas, ¿qué de extraño tiene que yo sea una buena persona? Que matara a don Jesús no tiene nada de particular: no le debía un céntimo a nadie.”
Max Aub, Crímenes ejemplares
“Sin embargo, desde el lugar que me había tocado ocupar a mí en todo el lío, era más completa y bella la idea del asesino individual. El asesino individual tiene, seguramente, un lado rechazable y por eso se le encarcela o se le agarrota vilmente, o se le pone una inyección venenosa teniendo mucho cuidado con no dañarle el nervio ciático. Pero ese lado que el muestra es aquel que todos ocultamos. A alguien ha de tocarle jugar ese papel dentro de este juego de policías y ladrones que es la vida.”
Juan José Millás, Papel mojado
Un farsante del action painting . Un gestor cultural y comisario de exposiciones. Una anónima empleada de un Museo de Bellas Artes... Víctimas, todas, del asesinato como una de las bellas artes por parte de un catedrático de Arte de la UPV, un tal Rodríguez.
Antonio Altarriba y Keko han dibujado —¿qué es la escritura sino arte cali gráfico ?— una novela —gráfica— negra en blanco y negro —enfatizado por el rojo de la sangre— que pone, negro sobre blanco, la peripecia de un teórico del arte de la crueldad que, en un acto de coherencia, lleva a la praxis la teoría del asesinato gratuito, por amor al arte, a mano—armada— “en la época de la reproductibilidad técnica del arte” de Benjamin.
Enrique Rodríguez expone a lo largo de los cartuchos de la historieta su discurso de la gratuidad del asesinato artístico cuando, de hecho, descontados el homicidio impromptu del transeúnte en Madrid y “ Blood, sweat & tears ” en Budapest —borradores, esbozos o ensayos preparatorios—, las “grandes obras de arte de su carrera” —“Sangría painting ”, “ Puzzle-murder ” y “ No body ”— son los asesinatos de “pervertidos del arte”, depurados por un “comisario artístico” justiciero —especialista en crueldad y suplicio en el arte—, cuyo bagaje intelectual hunde el cuchillo hasta las raíces, de lo social a lo antropológico.
Y es que, si bien el Pr. Rodríguez mantiene un discurso académico impecable sobre la pulsión de muerte patrimonializada por el Poder —se lanza el interdicto sobre la muerte, pero el estado se reserva la pena de muerte, lo mismo que se encauza la violación hacia el matrimonio, como elucidaba Bataille en El erotismo — y el contrapoder, en la medida en que aspiran a ser Poder —y la escenificación de los terroristas vascos y cómplices en la UPV/UEU es escalofriante— en pos de utopías totalitarias —valga la redundancia—, la afirmación de que “Todos somos asesinos” se nos antoja trivialización divulgativa de “la banalización del Mal” (Hannah Arendt), subsumiendo, en un aserto tan maximalista, patologías neurológicas —unos somos más asesinos que otros— como la que aqueja al propio comisario al sublimar su tendencia homicida en el Arte o —valga la paradoja— al sublimar artísticamente su pulsión de muerte en el asesinato —Y yo aún diría más: al sublimar su “tendencia homicida” en el asesinato consumado por una mente artística—.
Y sorprende, por último, que en ese intento de ahondar en las pulsiones biológicas del ser humano domesticadas o criminalizadas por la política, el cátedro criminal Rodríguez descarte de sus “ performances ” la pulsión sexual, por cuanto que Eros y Thánatos, en tanto que líneas rojas de la procreación y la extinción, acotan la “discontinuidad” del ser humano —Bataille dixit — con/fundiéndolas en “lo sagrado” —que no en lo religioso—.
Sea como fuere, Altarriba se sirve de la forma autobiográfica —y nada más tentador para una lectura maliciosa que confundir autor empírico y narrador “autobiográfico”—, con magistral efectismo, dotando al asesino de un apellido ¿de ecos nazional social istas en la UPV? —ideología cuya vesania, presión y presencia diarias a favor de terroristas presidiarios ha denunciado ex profeso el ex-profesor Altarriba tanto en esa Universidad como desde su ex-columna en el ex-diario El Mundo —, pero aportándole, por la obra y la gracia del dibujante Keko, su propia fisionomía, componiendo una criatura propia del Dr. Frankenstein —vale decir Enriquenstein —, una autoficción de juego de espejos que abduce al yo lector en un ejercicio de violencia simbólica que lo exime de cometerla —dilema entre violencia real y artística resulto a favor de ésta en Marat-Sade de Weiss—.
Una obra maestra del género negro —tirando a tenebroso—, con una trama principal y subtramas —correlato de las tramas que entenebrecen la textura de las localizaciones de sus escenarios: Vitoria, París, Madrid o Salamanca— que abordan las luchas intestinas entre facciones universitarias —como la que enfrenta al yo asesino con sus “enemigos a muerte”, quienes subliman la crueldad en la espiritualidad religiosa—, los conflictos de pareja o la competencia desleal de un plagiario del Maestro, que ya “ha hecho escuela”; y, además, publicada antes en el país vecino —donde la libertad gráfica acaba de pagar muy alto precio— que en España, donde aparece ahora, avalado el autor por su Premio Nacional de Cómic 2010 por El arte de volar —el ex-profesor, es ya maestro y profeta en su tierra—, y cuya atrocidad bien pudiera servir como metáfora de la difusa línea roja que separa la realidad de la ficción, esa raya que une la Vida —o la Muerte— y el Arte.