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ISSN 1989-4163

NUMERO 62 - ABRIL 2015

La Privacidad

Juan Planas

 

Repaso las portadas de la prensa y llego a la dolorosa conclusión de que, según parece, todos los teléfonos móviles (y sus correspondientes pilas íntimas de mensajes en aplicaciones como WhatsApp y similares) de la gente más o menos conocida o por conocer están, constante y ubicuamente, pinchados, intervenidos, minuciosamente auscultados.

La verdad es que me cuesta mucho creer que eso es así. Me resisto a aceptarlo pese a que la batalla parece perdida e intuyo, incluso, que nunca sabremos, con certeza, si lo que se filtran son las goteras malolientes de la realidad desbordada y desbordante o su abono de parte, ese riego interesado que va escribiendo la historia. O rescribiéndola. Mal asunto, éste, el de la historia rescrita según se escrutan las líneas de una mano o se convoca a los muertos para que nos digan, en fin, lo que ya sabemos. ¿Qué otra cosa podrían decirnos?  

La privacidad pasa, entonces, por huir del escenario de la modernidad y las nuevas tecnologías, por abandonar el vértigo de los chats del infierno, las rápidas y desaliñadas grabaciones de la barbarie, el tuit inmisericorde con que el pensamiento libre se cuadra y se convierte en otra cosa, una consigna, un dogma, quizá un arma vírica y arrojadiza que intoxica al personal, desvía su atención o, mejor aún, la colapsa. Será por eso, tal vez, que desde hace tiempo sé que soy aproximadamente quien soy y no más ni tampoco menos. Desde ese lugar tan incierto miro al mundo, como a mí mismo, sin acabar de reconocerlo o reconocerme. Buena señal. Estoy seguro.

 

 

La privacidad

 

 

 

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