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ISSN 1989-4163

NUMERO 62 - ABRIL 2015

La Luz de tus Ojos

Javier Neila

 

Martina sale del agua y se acerca, medio desnuda. La luz cenital del medio día caribeño endurece sus rasgos, aumentando su belleza natural. Su mirada irradia decisión. Me mira directamente a los ojos. Desafiante. Segura de sí. No se entretiene en preliminares. Ni es necesario ni hay tiempo. Se me sube encima y empieza a moverse como nunca antes había visto. Su pelvis embiste contra mí, como el mar que tengo delante lo hace contra las rocas; sin piedad, sin importar el resultado, sin reparar en daños. Me intimida ver a esa mujer encima mía. Me falta el aire en el pecho. Arranca los botones de mi camisa y me clava las uñas en el pecho mientras se toca; Intento agarrar su pelo negro, pero me muerde tanto como se lo permite su mandíbula. Me duele y siento como un líquido caliente y denso baja por mi antebrazo. Su piel oscura tiene olor a almizcle, y una textura salvaje y morbosa que se mezcla con mi sangre, su saliva y la sal del mar. Sus ojos color miel, muy abiertos, me escrutan mientras me besa agresivamente y me vuelve a morder, primero en la barbilla y luego en el cuello. Aprieto los puños contra la finísima arena. La maldigo. Me vuelve loco la forma en que me trata, y ella lo sabe. Me gusta porque es sucia y no tiene prejuicios. Algo normal en las haitianas que, tras el Katrina, se dejan ver por la Base. Además sé que no me quiere. Y eso lo simplifica todo; ninguno espera nada del otro. Su infancia en los suburbios de Cité Soleil, al oeste de Puerto Príncipe, la han convertido en lo que es. En nada. El sol por encima de sus hombros me ciega…

…Dulcemente me acaricia la mejilla con su mano y me besa con su torpe inocencia. Su pálida cara brilla en la nocturna complicidad del cobertizo, mientras me regala la mirada más hermosa que jamás haya visto nadie. Tiembla y baja lo ojos. Está asustada; es la primera vez que está con un chico. Yo tampoco tengo mucha experiencia, pero da igual; no tenemos prisa y estamos tan enamorados que el momento se vuelve eterno. Solos ella y yo. Y la trémula luz de un candil de petróleo que cogí de casa. Respiramos profundamente mientras le hablo de la luna y las estrellas, que se ven a través de los escasos tablones del techo. Sus ojos verdes lo dicen todo. No me importaría quedarme aquí para siempre. He estado enamorado de ella desde el primer día de instituto. Me falta el aire en el pecho. Le digo que estoy loco por sus pecas, y aparto un pequeño mechón de reflejos rojizos, retenido sensualmente en la comisura de sus labios. Se ríe… Somos demasiado jóvenes, lo sé, pero seguro que cuando sus padres vean que vamos en serio, nos dejaran estar juntos. Yo puedo trabajar en la tienda de ultramarinos de tío Vince cuando me gradúe, y ella cuidará del jardín y de nuestros hijos que serán preciosos. No quiero ir a West Point, como quiere mi padre. No quiero ser como él. Lo único que le pido a la vida es estar con ella, y no perderla como perdí a mi madre. Nunca me he sentido tan nervioso y a la vez tan decidido; Becky O ‘Sullivan sonríe tensa, y los brackets de sus dientes vuelven a brillar hasta cegarme…

…Tía Bertha tiene los ojos rojos y húmedos. Se acerca hacia mí y se agacha. Me abraza y me dice que tengo que ser un niño valiente. Un verdadero soldado. Me aprieta mucho contra sí. Sus enormes pechos están calientes y eso me incomoda. Me falta el aire en el pecho. Por encima de su hombro veo al tío Vince junto a papá, que fumando mira a través de la ventana. Una enfermera muy delgada entra y me mira con una cara que no sé interpretar. Ha ido a decirle a papá algo sobre su cigarrillo, pero al final no lo hace. A papá todo el mundo le respeta. Lleva el uniforme puesto porque acaba de llegar de Europa, creo. Nunca está en casa, porque es un héroe. Sus medallas brillan al sol de la tarde. Tiene muchísimas; demasiadas según mamá. Algún día yo seré como él y lucharé por mi país. Está tan serio como siempre, pero hoy su mirada es distinta. Nos miramos sólo unos segundos. Me aparta la vista y sigue fumando. Me parece que no quiere acercarse a mí. He debido hacer algo malo, pero no sé qué. Quizás no haya cuidado bien de mamá, y por eso se puso malita. Intento llegar a los soldaditos de plástico verde que hay encima de la mesa de la sala de espera; los que me han comprado unos compañeros de papá, pero tía Bertha no me suelta y me sigue hablando de cosas que no entiendo. Los alcanzo pero algunos se me caen de las manos y tía Bertha los pisa sobre la moqueta gris. Pienso que están en una guerra y han muerto. Como mi mamá. Miro otra vez a papá pero el brillo de sus medallas me está cegando…

El fuego de mortero de las milicias chiíes continúa hostigando el campamento “Naser” de las Fuerzas Multinacionales en Irak, al oeste de Bagdad. En el improvisado quirófano de campaña, la comandante médico Claire Mendez, con la bata y los guantes ensangrentados, realiza una RCP de emergencia, subida a la mesa de operaciones, sobre cuerpo del capitán Saviour Atkinson que ha entrado en parada cardíaca. A horcajadas sobre él, aplica treinta compresiones sobre su corazón recién parado, siguiendo mentalmente el ritmo de Staying Alive , de los Bee Gees, como le enseñaron en la Facultad de Medicina. Continúa con dos bocanadas de aire sobre sus labios y otras treinta compresiones sobre la caja torácica. Le falta aire en el pecho. El oficial tiene graves heridas en la cara y la garganta y ha perdido la mano derecha, aunque la prioridad ahora es el corazón. Pero todo es en vano. El alférez enfermero la mira empáticamente, haciéndole ver que no tiene sentido seguir. Que está muerto. La midriasis pupilar es plena. Ella se baja de la camilla y apaga los cegadores focos del quirófano que iluminan el cuerpo, mientras se quita los guantes de látex...

-Ha hecho todo lo que ha podido, mi comandante.

-Lo sé.

-Entonces…. ¿Esa cara?

-Es duro cuanto te dicen “¿Eres tú, mamá?”.

 

 

 

 

 

La luz de tus ojos

 

 

 

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