Llevo señalándote con el índice durante año y medio, y no te me quito de encima. Cretino. Con el aire jactancioso y valentón que te gastas en las fotografías, que apenas logro reconocerte en la reminiscencia de mi bendita memoria. Ni siquiera un recuerdo es perpetuo, ya ves. Aunque recordar, en casos así, se torna en acné que no desaparece hasta bien cerrada la adolescencia. La irrevocable carga de un gilipollas como tú. Se me antojaba curioso ver cómo, después de tantos años, habías desarrollado el grácil cuerpo del niño al que evocaba en tiempo de juego. Lo jodido es que desarrollaste también en pernicioso el intelecto. Te concediste a ti mismo la licencia de engatusar vocacionalmente el alma de una dama. Un miserable sucedáneo de galán de tres al cuarto, falto de la precisa indumentaria y el honor que requiere llamarse caballero. Que no tienes ni puta idea. Imbécil.
Me dejaste la acuosidad en los ojos que lidio batalla diaria por secar, anclada en tus patrañas a fuerza de insensatez. De lindezas incongruentes que pasé por alto en repetidos gestos de indulgencia, porque bastaba tu voz para inyectarme un fingido efecto placebo. Desgraciado. Por haberme mentido desde el principio. Y lo cuento. Por eso te doy punto final con estocada, a falta de un laborioso son de paz al que no da lugar tu desencuentro. Como a vosotras, que tanto subestimásteis el valor de lo honesto, y escapásteis a hurtadillas de la real amistad. Giligueras. Pandurranas. Carifondias. Que no hay vocablos. Por eso los invento. Sin clase ni distinción. Ahí quedan, escritos. En su mediocridad de conceptos que trazan vuestra desvergüenza. Por mi tristeza y agallas a partes afines. Por la distinción que merezco al enaltecer vuestro recuerdo en condición de bagatela. En ello estoy. Y lo suyo me cuesta. Gilipollas. A ti, falso trucho. Vete al Delta y que te pesquen con cebo de chati. Y a ellas. Porque la camaradería no es sólo el disfrute de los buenos momentos que tú, sobre todo, lista del business, quisiste menospreciar en beneficio de la indiferencia. Insidiosa. Que te ocultas en talle de humildad y te pierdes a voz en cuello en tu talante de arrogancia y capricho.
A los dos. O a los tres. Por no dar la cara. Sinvergüenzas. Por fraguar en mi vida aquello que por naturaleza propia, destierro: el rencor, el hastío, la ingratitud, la truculencia. Aquí estoy, en la retaguardia. Lejos de vuestro cenagal y resentimiento, procurando no sucumbir ya más al desengaño de las emboscadas.
A ellas, y a ti, sapo-rana. Que tiene delito y medio haberte cruzado en mi rumbo 35 años después. Que lo mío contigo tendría que haberse quedado en la foto que tengo a los pies de mi madre, meciéndote en brazos. Pedazo de borrego. Anda que si entonces llego a saber que me esperaban tus artimañas de impostor al crecer, le habría dicho con mi inocencia de niña: “Suéltale, mamá, que va a ser un soberbio cabrón a los 40”. Os lo cuento ad nutum, para alcanzar mi libertad. Por obligarme a convencerme de que el desprecio…se paga con desprecio.
Y a esto se le llama: despacharse a gusto.