Es como
preparar macarrones
en cazuelas
viejas
mientras
sobre los campos
descargan su furia
los cielos.
Ya se ha cocido la
pasta
pero
hay que ir a limpiar
los sumideros
del corral
para que traguen agua
y tierra y
cagarrutas
de oveja.
Y es como
caminar contra una lluvia
implacable
que te aguijonea la cara y
las manos.
Un impermeable
azul
se zafa de
ti. Apenas puedes
volver a
taparte.
Te pones de
espaldas al viento,
coges la capucha con
una pinza de la ropa
y pasas las
manos
por debajo del
plástico:
una lapa
que te succiona la
piel.
Las katiuskas
no te libran de
embarrarte
los pies.
Pero sigues
avanzando a
trompicones
con las blasfemias
del cielo
estrellándose contra tu
alma.
La mesa puesta
como a
diario,
la pasta en el
agua
apelmazándose
indolente.
Te esperan
sudor y dolor de
riñones y
espalda.
Es como un hombre reseco y
borracho
con pantalón de pana
y cazadora de
tela blancuzca,
la piel
tiznada,
balanceándose
al borde de
la calzada, un
paso adelante
otro
atrás,
cruzando entre los coches
a destiempo.
Como querer y
no poder, como
pedirle a los grillos
que levanten
catedrales,
como domesticar una pulga
y recorrer los
caminos
en busca de
una gloria
imposible.