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ISSN 1989-4163

NUMERO 42 - ABRIL 2013

Francisco ¿el Breve?

Joaquín Lloréns

¡Ojalá me equivoque!, pero múltiples señales parecen indicar que el papado de Francisco  será breve. ¿Y por qué?

De un lado está su elección. Como relato en mi artículo del mes pasado, hacía setecientos años que un Papa no renunciaba a su papado; acción que se conoció como “el gran rifuto”. El primero, Celestino V, duró como Sumo Pontífice quince semanas. Sí, podréis refutarme que esa circunstancia lo acerca más a Benedicto XVI que a Francisco, y no os falta razón. Pero si a la circunstancia del “gran rifuto” añadimos las características de su breve papado veréis una nueva semejanza que, al igual que a mí, a lo mejor os hace cambiar de opinión. Celestino V, hasta su elección, era un anciano eremita con fama de santo. Una vez en Roma, ya como Papa, “A su edad no iba a cambiar, así que comía un mendrugo y bebía sólo agua; todo en soledad. Viajaba a lomos de un asno, como Jesús. Profundamente molesto con el comportamiento licencioso de Roma, se estableció en Nápoles y comenzó a entregar las posesiones de la Iglesia a los monjes pobres”. Aquí empiezan a darse inquietantes semejanzas. Francisco, no sólo por la elección de su nombre, sino por su forma de actuar y sus palabras en estos primeros días de papado -¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres! Esa renuncia a las estancias papales- está lanzando un mensaje sospechosamente similar al de aquel Celestino V. Es cierto que no anda en burro, ni, que se sepa, come un mendrugo. Normal. Estamos en el siglo XXI. Una forma de actuar así simplemente parecería una sobreactuación o síntomas evidentes de demencia, lo que está lejos de ser la realidad. Pero sí que ha comenzado a dar signos de un paralelismo actualizado. Su anillo, en vez de ser de oro macizo, es de plata dorada; al igual que los últimos papas, no ha usado la tiara, sino una mitra mucho menos opulenta. Usa sus zapatos usados y nada más ser elegido se mostró vestido con la sotana blanca, pero sin esclavina roja. No sólo eso. Según se cuenta, él pudo ser elegido Papa cuando lo fue Benedicto XVI. Por lo visto, hace ocho años, dijo aquello de “pase de mí este cáliz”. Si esto fuera verdad, aún lo haría más próximo a Celestino V. Francisco habría renunciado antes de ser elegido.

Entonces, ¿por qué aceptar ahora la carga del papado y por qué no antes? Yo tengo mi teoría. Creo que, en efecto, la elección de su nombre es significativa. Creo que este jesuita argentino quiere cambiar la Iglesia de arriba abajo; que quiere de verdad una Iglesia pobre; o al menos, alejada del lujo. Esta decisión, que puede parecer baladí, tiene una trascendencia brutal. De un lado, cambiará la Iglesia por completo y retrocederá dos mil años hasta volver al mensaje de fondo que la gran mayoría del mundo cristiano cree que es el auténtico de Jesucristo. De hecho, así lo indicó en su Misa de Inicio del Ministerio Petrino. De otro lado, en realidad sí que puede cambiar todo el mundo. Si la Iglesia pusiera a la venta sus inmuebles y objetos de arte de una manera masiva, revolucionarían ambos mercados. Si se usasen con eficacia esos recursos, se podría erradicar la pobreza del mundo. Creo no equivocarme al decir que reventaría los mercados inmobiliario y del arte y, con ello, la economía mundial. Por estas razones, imagino que si logra imponer su criterio, la vuelta a la pobreza sólo sería parcial. Es difícil pensar que Francisco pretenda colapsar la economía mundial, con lo que el remedio sería peor que la enfermedad. Pero estoy persuadido de que es su objetivo final. Es consciente del cambio brutal que esta política producirá y, por ello, pienso que hace ocho años tuvo miedo. Doy por sentado que es un hombre de fe verdadera y que, al verse frente a la posibilidad de cambiar la Iglesia y el mundo, flaqueó. Debió de pensar: ¿Y si estoy equivocado? ¿Tengo derecho a cambiar el mundo? ¿Soy El Elegido para ello? Y debió de concluir: Pase de mí este cáliz. Si Dios lo quiere, ya me mostrará algún signo de Su Voluntad.

Y al menos uno de los signos que Jorge Mario Bergoglio esperaba fue la renuncia de Benedicto XVI, hecho casi inédito en la Historia de la Iglesia. El que el Papa se apartara fue una indicación lo suficientemente trascendente para que se dijera: Si de nuevo el Espíritu Santo me señala ante los cardenales, acataré Su mandato. Y así ha sido. El que hayan elegido por vez primera en la Historia a un jesuita –siendo el único cardenal de esa orden- y a un americano, son otras señales. Es curioso, en cualquier caso, que haya elegido el nombre de un fundador de otra orden –los franciscanos-, echando un jarro de agua fría a las esperanzas jesuíticas que, en un primer momento pensaron que su nombre se debería al Apóstol de las Indias, el navarro San Francisco Javier, pero dejó claro de inmediato que no era así, despejando de esa sencilla manera las posibles sospechas de que el Vaticano hubiera sido ocupado por un hábil político e intrigante jesuita, maestro de la nunca reconocida monita secreta de la que ya hablé en mi artículo de hace dos meses.

Lo que de significativo tenga la revolución que Francisco prepara, dependerá de lo que dure su pontificado. Y esto es el segundo motivo para temer que va a durar poco. El último Papa que anunció cambios radicales fue Juan Pablo I, quien anunció su intención de terminar con los negocios vaticanos, cortar la relación del Banco Vaticano con el Banco Ambrosiano, destituir al presidente del Banco Vaticano y hacer frente a la masonería y a la mafia. Y ya sabemos qué le pasó. Murió a los 33 días de ser elegido, y su muerte siempre ha estado bajo sospechas de no haber sido natural, sino provocada por una dosis masiva de un vasodilatador. Me temo que las intenciones de Francisco van a generar una gran alarma, no sólo en el Vaticano, sino en muchas partes del mundo y van a ser los más poderosos quienes van a desear que su pontificado sea extraordinariamente breve. ¡Ojalá que no sea así y podamos contemplar la más grande revolución desde el nacimiento del Cristianismo!

En cualquier caso, parece que Francisco asume los riesgos y ha puesto su vida en manos del Espíritu Santo. Sus paseos entre la gente, su jeep descapotable, renunciando por vez primera en treinta años a la seguridad del Papa Móvil, así lo indican. Para mí es una muestra más de que sigue pidiendo señales de que su destino es el que él cree. En su mente debe de decirse: Si Dios quiere que cumpla esta misión, Él me protegerá.

El tiempo nos lo dirá. 

 

Francisco ¿el breve?

 

 

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