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ISSN 1989-4163

NUMERO 42 - ABRIL 2013

Torería

Francisco Gómez

Te vi y quedé admirado. Un hombre con todas y cada una de las letras, de la primera a la última. Salías de la puerta principal del Hospital tras la terrible cogida que sufriste el aciago 7 de octubre de 2011 en La Misericordia que te cercenó el ojo izquierdo y casi te cuesta lo más preciado y sagrado: tu vida.

Saludaste a quienes te esperaban con vergüenza torera con los brazos alrededor del pecho y saludando con torería al tendido de los médicos, periodistas, público y las personas que te querían y a los ignorantes, como yo, que desde la televisión no sabían que había un torero de casta y raza. Su nombre Juan José Padilla.

Te vi y estoy seguro que las lágrimas y la emoción te nublaron tu otro ojo, las gracias grandes y profundas a tu Virgen del Rocío y a San Martín de Porres seguro que te inundaron el ojo, el alma, el sentimiento. Ese gesto tuyo tan torero, tan noble, tan valiente saludando a todos como si tuvieras la montera entre las manos, me emocionó grandemente.

Pensé: “Este hombre ya ha pasado a la historia de la Tauromaquia, como otros grandes toreros que han recibido enormes cogidas y han seguido adelante, con esa materia valiosa de la que están forjados los grandes. Juan José Padilla, el ciclón de Jerez, estará en la historia de los toros y en la enciclopedia de José María de Cossío”.

Tu voluntad y tu carácter indomable no ha podido domeñarlos la adversidad y el 4 de marzo del año de Nuestro Señor de 2012 volviste a vestirte de torero de verde esperanza y oro. El parche que llevabas en tu ojo herido te lo regaló Fernando Carrasco y su mujer, Ana Romero, de donde era el toro-Marqués- que te supuso tan grave cogida cinco meses atrás.

Te imagino ahí, lleno de orgullo, de satisfacción, de vergüenza torera, esperando en el centro del albero el primero que te tocó en suerte. No te podrías quejar de tus compañeros de cartel-Morante y Manzanares-, y tú ahí, con tu parche en el ojo de soldado curtido en mil batallas y tus patillas bandoleras a lo Luis Candelas. Tus señas de identidad como hombre y torero que se viste por los pies y el orgullo y el miedo en el capote. Y brindaste la muerte de tus astados a los cirujanos que te trataron y salvaron de las garras de la muerte y a tu segundo lo recibiste con espeluznantes cambiadas, rodilla en tierra, para seguir por chicuelinas el clamor del respetable.

¿Qué sentiste, entonces, Juan José Padilla? Las palabras seguro que no pueden expresar tanta grandeza, tanto regocijo. El triunfo de la voluntad, el sacrificio, el esfuerzo y las ganas de seguir siendo torero. He leído algunas entrevistas tuyas y me ha cambiado la cara tras intentar descifrar tus códigos. La inmensa grandeza de tu vida y tu gesto. “Mi fuerza no es física, es pura voluntad indomable, pero que conste que no me considero un héroe”, dices y te quedas tan ancho.

Sigues y afirmas que “soy una persona de fe y sé que el sufrimiento es parte de la gloria”. Y yo lo creo contigo. Nadie ha hecho nunca nada grande sin esfuerzo, sin sacrificio, sin voluntad. Cada cual tiene su Getsemaní particular y no puede renunciar a él pues si renuncia se traiciona a sí mismo. Y la fe es como la pasarela del hombre para caminar por los cambiantes y turbulentos alberos de la vida. Por tardes gloriosas y otras catastróficas que a ti en más de una ocasión te han podido costar la vida, como aquel 14 de julio de 2001 en la Monumental cuando un miura estuvo a punto de llevarte ante el Supremo Hacedor.

Juan Belmonte decía que el miedo es innato al torero pero es tu vocación desde un seguro siempre recordado 18 de julio en Algeciras, hace ya 18 años y este año se cumple tu mayoría de edad de tu alternativa y dices con torería que cuando te pones delante del toro sientes la soledad en tu montera, en el capote, en tu traje de luces, en tu ojo y tu parche, en tus patillas jerezanas. Esa soledad que sienten los hombres grandes en los momentos imperiales cuando se juegan la carta de la vida a todo o nada y tú con un par decides sacar juego de naipes vencedores y la plaza se viene abajo y  te conviertes en mito. Y te brindan dos orejas y sales por la puerta grande.

¿Qué sentiste, torero, qué sentiste? ¿Dónde estaba tu corazón y tu hombría de bien? ¿Adónde se te iba la mirada de tu único ojo? ¿Cuántas lágrimas derramaste por dentro y por fuera, como lloran los hombres grandes?

No te conozco, Juan José, pero quiero decirte con este relato que me has admirado y ganado para tu causa. Pero te pido, por favor, que no te quieras convertir en leyenda pues este es el fin de los grandes toreros muertos en faenas apoteósicas y nosotros, todos, yo que me encuentro entre tu público, queremos disfrutarte tardes y tardes de grana y oro mientras tú saludas triunfante desde el centro del ruedo a todos los que te admiran mientras tú entonas con tu montera un saludo de gracias al Altísimo.

 

Torería

 

 

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