La enfermedad es la adicción a la droga y yo fui adicto durante quince años. He consumido la droga bajo muchas formas. La he fumado, comido, aspirado, inyectado e introducido en suspositorios rectales. Tanto da que la aspires, la fumes, la comas o te la metas por el culo, el resultado es el mismo: adicción.
W.S.B.
De todos los trabajos que William S. Burroughs ( 1914 - 1997 ) realizó en Norteamérica hasta su dedicación exclusiva a la escritura, el único que, según sus propias palabras, le resultó medianamente llevadero fue el de exterminador de parásitos e insectos, oficio este que, en buena medida, ilustra el hermetismo de su vida y sus novelas.
No puedo evitar la visión del viejo Bill con su pistola persiguiendo insectos y recitando versos de Blake con sus pupilas vidriosas de adicto a la heroína. Como tampoco la asociación de dicha imagen con la del Bardamu contador de pulgas que Céline describe en Viaje al fin de la noche: un oficio absurdo y delirante para un banal fin de milenio.
William Burroughs: escritor, yonqui, marica, deconstructor de imágenes, cazador, pintor, homicida, pederasta y padre indiscutible ( por más que no lo asumiera ) de la disoluta Generación Beat.
Situémonos en el Nueva York de los años cuarenta. Jack Kerouac y Allen Ginsberg, por aquel entonces jóvenes promesas, conocen al siniestro William Burroughs, una especie de ángel demonizado y adicto a la morfina, que les abre a un universo excitante de lecturas: Rimbaud, Céline, Blake, Kafka, Spengler, Yeats... Algo muy distinto a todo lo que hasta ese momento habían leído y sospechado. Y así, entre enloquecidas sesiones de psicoanálisis y bencedrina, germina en el lengendario apartamente de Riverside Drive el primer núcleo de intelectuales beat. Kerouac y Burroughs escriben en colaboración la novela Y los hipopótamos cocieron en sus tanques, Lucien Carr
( también asiduo a la comuna ) asesina a Dave Kammerer, se suceden las noches de bop y borrachera, aparece en escena el beatífico Neal Cassady y aumenta de tal modo la adicción de Bill a la heroína, que finalmente se ve obligado a instalarse en Texas para cultivar marihuana y evitar problemas con la policía.
Luego, en Mexico, tiene lugar en 1951 el trágico suceso que le conduce definitivamente a la escritura: una mañana le propone a su mujer hacer de blanco humano a su pistola con un vaso de agua, a modo Guillermo Tell, en la cabeza... Pero Burroughs, totalmente pasado, yerra el tiro y su mujer cae fulminada... Se le incoa por ello un proceso penal del que, mediante sobornos e influencias, sale absuelto, y parte después hacia Sudamérica para experimentar con el yagué, una poderosa droga que ilumina más tarde sus Cartas del yagué, dedicadas a Allen Ginsberg.
Así hasta que, en 1954, se afinca en Tánger y vive su más tétrica experiencia con la droga: dos años de adicción brutal a la heroína sin salir apenas de su habitación; inyecciones cada tres o cuatro horas; un descenso en picado al infierno.
Pero Burroughs, siempre iconoclasta, aún no había dicho su última palabra. En Londres, mediante un tratamiento con apomorfina, logra al fin desengancharse y regresa a Tánger para redactar El almuerzo desnudo, una de las obras clave de la segunda mitad del siglo XX, que arremete contra las más consagradas estructuras de poder. Una violenta explosión de imágenes y sensaciones que, según afirmó Allen Ginsgber, volverá locos a todos sus lectores.
Algún tiempo después, Burroughs descubre junto al pintor Brion Gysing la técnica del cut-up, una superposición de textos y recortes aleatoria que da lugar a la llamada Trilogía Nova ( La máquina blanda, Nova Express y El billete que explotó ), y que supuso la deconstrucción total del idioma y las palabras, la traslación del sentido primigenio del lenguaje hacia nuevos campos subconscientes e ignorados. Experimento sin retorno que le predispone, tras un período de mutismo y reflexión, a concebir su posteriores novelas: Los muchachos salvajes, ¡ Exterminador !, Ciudades de la noche roja, El lugar de los caminos muertos, Las tierras de Occidente, etc.
A todo lo cual hay que añadir su intensa actividad en la pintura abstracta y en la música ( genial su colaboración en The Black Rider, de Tom Waits ), en la defensa del movimiento punk y en un sin fin más de causas perdidas.
Las últimas imágenes de Bill Burroughs fueron las de un afable anciano octogenario de pupilas dilatadas y gesto escrutador, partícipe y testigo profético y excepcional de un siglo vivido intensamente. Una postal de colección para el recuerdo.
Norman Mailer calificó en su día a Burroughs como el único americano vivo poseído por genio. Afirmación tal vez discutible, pero, sin duda, lo bastante argumentada como para profesarle, en cualquier caso, admiración y respeto.