DISCUSIÓN CÓSMICA
En la sombría llanura iluminada por el Sol, el día y la noche se juntaron. Hecho insólito, sin duda. “Yo quiero esta llanura para mí”, le dijo el día a la noche. “Ni hablar del asunto, esta llanura es mía”, le respondió la noche al día. Y en ese forcejeo dialéctico siguieron, sin ponerse de acuerdo, mientras el planeta se paró.
Siempre había luchado cada cual por su mitad, la noche persiguiendo al día y el día a la noche, cada uno por detrás del otro, dando vueltas sin parar; pero ahora, después de tanto tiempo, ya nada sería igual.
Ante tal contrariedad, los habitantes del planeta se congregaron en la extensa llanura para caminar, según sus necesidades, de un lado para otro, y así pasar del día a la noche o de la noche al día.
Todo cambió desde entonces, en ese planeta estático, por culpa de una llanura deseada. Ya no existe el flujo necesario entre el día y la noche, la mutación de la dualidad, para que la vida recobre su sentido. Ahora los habitantes son simples espectadores de esa discusión cósmica que trasciende su comprensión, sobre la verdadera existencia de una sombría llanura iluminada.
PENSAMIENTO DE ESTRELLAS
Soy un cuerpo celeste flotando en el espacio. Yo brillo intenso pero a mi alrededor está todo oscuro, salvo las chispeantes luces de los que son como yo, que ahora permanecen estáticos en la lejanía. ¿Qué es lo que hago aquí? No lo sé, quizá adornar la contemplación de un ser muchísimo más pequeño. He ahí el poder de lo insignificante frente a lo absoluto, de lo finito ante lo inmortal. Os aseguro que daría todo mi brillo por contemplarme a la distancia, por salir de mí mismo y acabar con esta interminable monotonía.
LA GRANDEZA DEL ESCRITOR
No puedo precisar mi edad ni desde cuándo existo, y aquí estoy ardiendo sin parar. Algunos planetas giran a mi alrededor y yo sé que tú estás en uno de ellos, escribiendo ahora sobre mí. Eso nadie lo sabe, sólo tú y yo; los demás se enterarán cuando lean estas líneas, unos días más tarde, unos años, unos siglos… Pero ese tiempo nada nos importa, aunque nuestra inmortalidad para el resto sea comparable. Así son las cosas: tú eres un hombre que escribes sobre el Sol y la existencia, cuando yo siempre existo y no escribo sobre ti, sólo te doy la luz y el calor para ser la simple excusa, y ahí, entonces, eres superior a mí.
UN PARAGUAS Y CUATRO ESTACIONES
La naturaleza muda con las estaciones, como cuando yo me quedo sin palabras. La voz ya no me sale, ya sea por falta de ideas o afonía. Lo peor es la afonía mental que me asalta en mañanas, nada más despertar, laxitud de la memoria que se extiende hasta tener el desayuno sobre la mesa, para luego mudar desde ahí hacia mi estómago. En la ducha me despierto de verdad, cuando se levantan las palabras que mudan en ideas, para que la afonía desaparezca de mi garganta. En ese transcurso de tiempo, como una muda de estación, pasó una mujer sin decir una palabra y tomó aquel tren que realiza su trayecto entre el verano y el otoño. Ahora las hojas secas mudaron de las ramas para formar una alfombra sobre el suelo, y ella camina, al llegar a su destino, con un paraguas sin tela por encima… Pero luego todo cambió de lugar, la señora muda y las estaciones que mudan, pues al abrir la puerta y salir de la casa me topé con el invierno. No me gusta el frío porque me deja más que mudo, no lo puedo soportar y regreso hacia la casa. Entonces, es cuando cierro los ojos y pienso en la primavera, para que todo mude dentro mi ser.
NUESTRO DIOS
Un universo de centellas sobre mi cabeza. Es el verano, la Vía Láctea y una pareja de enamorados. Nos preguntamos cuántas estrellas serán, mientras un cigarro de aquello se consume. Luego todo se multiplica, nuestros besos y mis manos cuando acarician tus senos, la succión de mis labios en ellos. Los grillos son millones, tantos como estrellas, haciendo su simple melodía para acompañar el espectáculo que nos contempla: la nocturnidad entera está al pendiente de lo que hacemos, espiando nuestra intimidad. Parece que todo fue creado para ese instante, para que dos enamorados se miren en un mismo reflejo. Ahora, con este recuerdo, todo adquiere otro sentido: “Dios hizo el mundo para nosotros, mientras el resto de la Humanidad discute o hace la guerra por él.”