Me contaron que en un lugar llamado Tierra estaba todo inventado:
Los caminos, el beso, las tardes de mayo, el ajedrez, los caballos, el ladrido de un perro, el bailar abrazados, el emborracharse, las lágrimas, la risa, el fumar, las películas, el silbar, la ropa, la enfermedad, los susurros, el árbol…
Un día a primera hora cogí mi caballo y fui a visitar ese lugar, anduve por senderos: entre la bruma, bajo un sol asfixiante que quemaba mi piel, o soportando un inmensa y brusca lluvia que empapó todo mi ropaje y hundió los cascos de mi caballo en un barrizal.
Recuerdo que llegué a un punto en dónde turbado no sabía que camino escoger, por una simple razón no veía con mis ojos ningún camino, por un lado el espeso follaje tapaba cualquier camino escondido y por otro un polvo marrón, semejante a la arena, cubría como una vestidura todo lo que abarcaba mi vista, convirtiéndose en un extenso desierto que también escondía los caminos.
Imaginé que si en ese lugar estaba todo inventado no podría tardar mucho en encontrar un castillo donde pasar la noche, pero miré a mi alrededor y no vi en el horizonte ningún castillo, ni ninguna montaña, el sol ya se había ocultado y de nuevo volvía la lluvia, estaba solo, sentado encima de mi caballo, debería buscar un lugar pensé, me resultaba desagradable la situación pues me habían prometido que en la Tierra estaba todo inventado; las camas, un hostal, una jofaina con la que lavarme, …, un trozo de pan que llevarme a la boca, estaba extrañado puesto que no veía nada de lo prometido.
Creó que el cansancio hizo que me adormilara encima del caballo y me despertó una voz, tuve alegría, pensé que no estaba solo, y pregunté: «¿Quién anda?»
—Nadie —me contestó la voz.
—No puedes ser nadie pues estás hablando —le dije.
—Sí —me contestó— Pero tan solo soy una Piedra. ¿Qué buscas? —me preguntó.
—Todo —le contesté— Me contaron que en la Tierra estaba todo inventado.
—Pues aquí no hay nada —contestó la Piedra.
—¿Cómo puede ser? —le dije.
—Muy sencillo— contestó la Piedra— Los que vivían aquí no se dieron cuenta que andaban equivocados, perdieron las formas y el respeto, olvidaron que el sol ilumina y la lluvia baña la Tierra desde siempre. Cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho se preguntaron: «¿Qué será de nosotros?», pues les estaba invadiendo la nostalgia por haberlo perdido todo. Y un niño de cinco años, con la lucidez de su edad, pregunto: «¿Quién inventará la Tierra ahora?» y un sabio de ochenta y nueve años, con la sabiduría de su edad, contestó: «Nadie, pues la que nosotros gastamos estaba toda inventada.»
—¡Y ahora Piedra! —exclamé— Entiendo que no encuentre las cosas porque las agotaron pero: ¿Por dónde andan todos los habitantes de la Tierra?
—No lo sé —contestó la Piedra— Pues gastaron también la memoria, los mapas y los libros de historias.