La colección de Raf Simons para Jil Sander otoño invierno 2012 2013 es toda una declaración de intenciones de amor. Según Suzy Menkes será el futuro diseñador de Dior, tras la salida de Galliano y las arenas movedizas en las que se encuentra ahora la maison. ¿Qué será de Dior sin Galliano, el hombre que le dio su imagen y su esplendor? Es una pregunta que persigue a todos y sobre todo a Arnault y a Toledano, pero especialmente al que se haga con el timón de la defenestrada casa a día de hoy. Dior es un pastel y envenenado. Igual que Chanel cuando muera Karl.
En su trayectoria en Jil Sander, Simons siempre ha hecho gala de una mesura, una concisión y un minimalismo propio de la firma de la que los Prada echaron a su creadora, inaugurando un despliegue de butacas vacías para el puesto de diseñador creativo. En una oda al menos es más, a la depuración de líneas y de colores sólidos, Simons ha mantenido el espíritu de la firma y, al tiempo, ha sabido colar algunas de sus propuestas en la alfombra roja y en editoriales. Las camisetas blancas sobre faldas largas entubadas y algo armadas de color hueso, en tonos vivos o con flores multicolores, se convirtieron en una apuesta que la crítica de moda alabó con entusiasmo de entre sus propuestas.
Si la línea de la firma de la buena de Jil Sander se basaba en una occidentalización radical de los principios de japoneses como Kawakubo o Yamamoto y en una germanización funcionalista en sintonía con el movimiento moderno en arquitectura y una racionalización del vestuario femenino para el mundo actual, Simons -que continuó esa línea con su trabajo-, parece bastante alejado del universo de Dior. Christian Dior, ese normando fascinado por la exuberancia de las rosas y los vestidos de cóctel que metió de nuevo a las mujeres en vereda bajando las faldas y con la gracia de un corsé, no puede estar más alejado -¿no?- de ese concepto.
No tanto, en realidad. Las líneas de Dior siempre fueron depuradas -como las pintó Gruau-: la línea H, la línea A, la línea Y... Es evidente que la casa ha pasado por distintas etapas: la romántica de Monsieur, la renovadora y chispeante de YSL, la sofisticada y pop de Bohan, la lujosa, sublime y madura de Ferré y la alocada, bulliciosa, tormentosa y orgásmica de Galliano. A la salida del gibraltareño, el equipo -las manitas que dirían ellos- ha continuado en la estela del imaginario del genio de Saint Martins y fracasado estrepitosamente: años 40, lencería a la vista, los 60 de Jackie entremezclados con el circo, el cabaret, la revolución bohemia de Montmartre y el encanto discreto y chirriscante de la Francia del Moulin Rouge y del barón Haussmann (que era tan barón como yo, más o menos). Así que Arnault va a hacer su tercer salto mortal.
El primero fue poner a Galliano en Givenchy para luego mandarlo a Dior; el segundo fue colocar a McQueen en Givenchy de donde salió su firma y su imaginario -pobre Arnault- y luego, bueno, el tercer salto mortal, pudo haber sido Tisci en -oh sí, ¿adivinan?- Givenchy para pasar a Dior -cuando estuviese vacante-. Pero parece que Givenchy es donde ha llegado Tisci y que ahí se va a quedar un tiempo, al menos. Así que... ¿no es suficiente Raf Simons para Dior, tan alejado de la magnificencia versallesca de Galliano, de sus ansias de exposición, de su halo de corsario con melena rubia?, ¿no es el cambio lo que mueve el mundo?
Simmons ha hecho una pasarela que pretende ser el primer paso en el abordaje a Dior. "Lo puedo hacer" dice esta colección. Tan femenina, tan sutil, tan deliciosa. El abriguito completamente delicado y el gesto recatado salido de una dama que va al salón de té, el abrigo rosa con el forro amarillo que promete una noche en la Ópera y un estuche de terciopelo lleno de joyas, el satén moviéndose en torno a los muslos y al pecho descaradamente bajo pero ingenuamente cubierto... Todo es tan increíblemente Dior... Es verdad lo que decía Chanel sobre que Chanel no era una moda sino un estilo, Dior también lo es. No es más que mantener la esencia...
Y Simons sabe hacerlo.
Por mí, vía libre a Dior, señor.