Tiene que haber gente pa tó, decía el torero, incluso jubilados nostálgicos de la vida laboral que se aburren en casa y piden más curro igual que San Lorenzo, mientras lo asaban a la parrilla, pidió que le dieran vuelta y vuelta. Se ve que toda una vida de explotación les supo a poco y echan de menos los madrugones, el látigo, la tartera. También hay presos que, después de dos o tres décadas de condena, se asustan de la vida en libertad y lo primero que hacen para regresar cuanto antes a la rutina del trullo es romper un escaparate de una pedrada.
La gran mayoría de estos héroes sexagenarios trabajaba en bibliotecas, en escuelas, en sitios así. Ninguno, que se sepa, ha querido volver al azadón, al volante de un camión, a la noble mecanografía del pico y la pala. Algunos de entre los cinco millones de parados creen que muchos de estos esquiroles por amor podían haber calmado sus ansias dándose con una piedra en los tobillos o acarreando agua en cubos del Ebro al Duero. Ellos argumentan que están ahí para ayudar, que no hacen daño a nadie. Qué tiempos tan revueltos éstos, en que los muertos de hambre reclaman trabajo en lugar de justicia y son los esquiroles quienes forman sindicatos.
Si se trata de no perjudicar el ecosistema laboral, lo mejor que se podría hacer con estos vejetes hiperactivos es enviarlos al senado, al congreso, a las alcaldías, diputaciones provinciales y gobiernos autonómicos, lugares todos donde el trabajo brilla por su ausencia y no hay peligro de que se lo quiten a nadie. Allí, además, entre escaños vacíos y despachos dedicados a la meditación trascendental, aprenderían los placeres del dolce far niente, los deleites de la pereza, el difícil arte de la papiroflexia. Para que un jubilado se resigne al ocio, a la lectura, a mandar mensajitos por el móvil o a charlar con el vecino, ningún maestro supera a un diputado, que ya cobra un sueldo de por vida y es como un jubilado pero cum laude.
El mundo (o al menos España, ese taurino trozo de civilización) está construido de tal modo que unos cobran sin trabajar, otros trabajan sin cobrar, otros viven sin trabajar y otros trabajan sin vivir. Para compensar estos curiosos desbarajustes estaba el más allá, que es ese lugar paradisíaco donde se aplanarían todas las desigualdades sociales y todos viviríamos como ex presidentes o como liberados sindicales. Pero la crisis llega a todas partes y se calcula que a los más tontos les tocará currar hasta después de muertos. Algunos ya se van entrenando.