AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 22 - ABRIL 2011

Consumismo y Consunción

Ricardo Triviño

Resulta inquietante ver cómo, después de que un terremoto y un tsunami hayan azotado salvajemente las costas niponas, seguimos preocupándonos por nuestras fuentes de entretenimiento. Tras la catástrofe natural y el cada vez más peligroso desastre nuclear, no son pocas las webs de manga y anime on-line que, junto a las peticiones de ayuda a través de donaciones, han listado la situación de sus mangakas favoritos después del seísmo. Quién va a negar ahora que la industria nipona ocupa gran parte del ocio de muchos occidentales.

Entre los megaventas, ni Eiichiro Oda ni Masashi Kishimoto parecen estar en problemas. De los inicialmente desaparecidos, poco a poco han ido apareciendo noticias a través de las editoriales donde trabajan, de sus cuentas en Twitter o de sus blogs personales. Hay un autor, sin embargo, del que no he conseguido saber nada, a pesar de que fue el primero en el que pensé. Rebuscando entre ideogramas y telegráficas traducciones de Google, lo más reciente que aparece es un texto de agosto del 2010 donde se anuncia la publicación del tercer tomo de Tôkyô Kaidô, su último trabajo para la revista Weekly Morning. Su página personal, mientras tanto, se mantiene en un incómodo stand by.

Son numerosas las obras de este talentoso autor pero, desgraciadamente, pocas son las que nos han llegado. En 2009 se publicó su último cómic en España. Habían pasado casi ocho años desde que su mayor éxito pasara por nuestras librerías. Minetarô Mochizuki fue conocido mundialmente a comienzos de la década por su manga Dragon Head (Glénat, 2000-02), galardonado con los premios Kodansha y el Cultural Osamu Tezuka. Tras este cómic de culto, Ediciones Glénat llegó a publicar otras dos obras suyas: Zashiki Onna (La mujer de la habitación oscura, 2005) y Maiwai (2007-09), aunque con mucha menos resonancia. Es Dragon Head y su Japón en ruinas el que ha perdurado en el imaginario colectivo. Es el miedo cerval que exudan sus páginas el que vuelve a la memoria ante las desconsoladoras imágenes de Miyako o Natori.

La historia lleva unos pasos más allá el terror que describiera en su ópera prima Zashiki Onna. Si en la primera enfrentaba al protagonista a una mujer obsesiva que lo perseguía sin razón aparente, recorriendo las profundidades del miedo y de la angustia frente a lo desconocido e incomprensible, en Dragon Head analiza estos sentimientos a una escala global y apocalíptica. A causa de un extraño terremoto, tres estudiantes quedan encerrados en un túnel mientras vuelven en tren de su viaje de fin de curso. Únicos supervivientes del accidente, los dos chicos del grupo ejemplificarán las dos caras de la moneda: mientras Teru luchará por sobrevivir, Nobu lo considerará todo perdido. Entremedias, Ako, pasiva como en la mayoría de personajes femeninos de shônen, irá adquiriendo un papel cada vez más activo.

Lo que verán los personajes al salir del túnel no será en ningún caso la luz. En su camino hacia Tokio en busca de respuestas, recorrerán una tierra devastada por un cataclismo de magnitud aparentemente planetaria y origen desconocido, donde el cielo ha quedado cubierto por un espeso manto gris y toda comunicación ha sido cortada. Las personas con las que se encuentran encaran el desastre como pueden o consideran oportuno. Hay quienes esperan ser rescatados y quienes deciden aprovecharse de la situación, quienes intentan reconstruir su vida y quienes sencillamente agonizan moribundos, quienes rezan a Dios y quienes se vuelven locos. Pero nadie sabe a ciencia cierta qué ha sucedido. Cada uno de los diez tomos alarga esta agonía sin fin, un esfuerzo enorme que difícilmente parece que vaya a tener recompensa.

El salvajismo, la locura, el horror o la impotencia son los sentimientos extremos que retrata Mochizuki a través de su estilo de tendencia realista para reflexionar sobre la utilidad del miedo, qué necesidad tenemos de él, si nos salva o nos condena. Sus escenarios recuerdan a los retransmitidos por la televisión nipona. Sin embargo, los ciudadanos japoneses se muestran comedidos. No ha sido hasta hace poco que han empezado a haber pequeñas manifestaciones ante la incertidumbre por no saber qué sucede exactamente dentro de los reactores, de si sus mandatarios les están explicando toda la verdad. Y desde aquí, mientras tanto, la tragedia es vista como un reality, impermeables a una empatía sincera. Somos consumidores de hecatombes.

La gente se pregunta qué pasará con los videojuegos, con el próximo número de Naruto, mientras se han cruces y se emocionan ante fotografías devastadoras antes de cambiar de canal. Decimos qué horror pero no podemos apartar la mirada de la pantalla de Youtube. Visualizo millones de culos en nuestros asientos y me pregunto qué estamos haciendo. ¿Por qué no afloran los debates y las acciones que en momentos como éstos deberían latir a revoluciones de infarto? ¿Es miedo lo que nos atenaza o, por el contrario, es la ausencia del verdadero pánico, intoxicado por la indiferencia acomodaticia, lo que nos impide alejarnos del precipicio al que nos estamos dirigiendo sin remedio?

Palabras que se mojan

 

 

 

@ Agitadoras.com 2011