Es obvio que todos tenemos espalda. O deberíamos tenerla. De lo contrario seríamos monstruos con el culo pegado al cogote. La espalda es una gran desconocida para su propietario por estar situada en el lado opuesto al de los ojos; algo así como la cara oculta de la Luna, que existe, pero que nunca vemos. Sin embargo, se habla mucho de ella y de sus problemas, casi todos achacados a malformaciones o desviaciones de la columna vertebral; a las posturas que adoptamos al dormir, al trabajar, al conducir, a la dureza de los colchones o a los deportes que practicamos y que deberíamos evitar. O a la carga inadecuada de pesos y otras incompatibilidades. Esos problemas se solucionan acudiendo al traumatólogo. Con masajes, rehabilitación, acupuntura o atendiendo a buenos consejos. Pero… ¿y el picor? El picor en la espalda es algo terrible, por lo molesto, por su difícil alivio. Los brazos no llegan casi nunca al lugar exacto donde rascarse y eso produce una terrible desazón.
Así pues, valgan estas instrucciones para cuando el molesto escozor nos ataque por sorpresa:
Localizado el lugar exacto del picor, deberá intentarse, en primer lugar, alcanzar el mismo con los brazos, plegándolos hacia atrás cuanto su flexibilidad permita y, una vez situados éstos en el centro de la espalda, extender manos y dedos hasta rascar sobre el punto crítico, abandonando el intento en el caso de que los ligamentos de codo y omóplato amenacen con descoyuntarse.
Se acudirá entonces a elementos próximos y sencillos: el canto de una puerta o la esquina de cualquier muro donde se apoyará la parte afectada y, mediante delicadas flexiones de las piernas, se frotará la espalda, arriba y abajo, hasta alcanzar la calma. Otra posibilidad sería el confiscar por unos instantes una aguja de hacer media del número seis a nuestra madre, hermana, esposa o pareja – siempre que nosotros mismos no nos dediquemos a tejer jerséis – e introduciéndola por debajo de la ropa, generalmente desde el cuello, llegar por fin a la causa de nuestro desespero. Se pueden adquirir, también, en las tiendas de recuerdos, unos artilugios en forma de manos diminutas fabricadas de madera, plástico o algún otro material resistente que, provistas de un mango de apropiada longitud y donde figura un rótulo o leyenda que pregona la ciudad que se visita, pueden ser aplicadas directamente sobre la ropa propiciando un sosiego inmediato.
Dicen que la Nasa experimenta en la actualidad con novedosos métodos; automatismos inteligentes que, implantados en el interior de las ropas, solucionarán de forma perfecta este gravísimo problema.
Otro proyecto en estudio es el de crear la figura del R.P.D.E (Rascador Profesional De Espalda). Hombres y mujeres instruidos de manera adecuada y que, titulados tras un severo examen de capacitación, conformarían un retén permanente y acudirían raudos a nuestra llamada para liberarnos del molesto hormigueo. Sus tarifas, económicas, garantizarían la popularidad del servicio.
Pero esto es el futuro y, en la actualidad, el problema sigue vigente. Tanto que, si las instrucciones descritas no le satisfacen y le acucia el problema, aborde sin sonrojo ni complejos, con descaro, a la primera persona que se cruce en su camino y solicítele que le rasque la espalda. Seguro que es comprensiva porque, sin duda, también habrá sufrido en alguna oportunidad de urgencia tan terrible.