Un profesor de Estética que tuve en la universidad me dijo una vez que la poesía no es publicable. Este prólogo no es una explicación del poemario de José Ángel Conde, es un parecer de mi experiencia sobre su lectura; la poesía no se origina desde el lenguaje ordinario, establecido. La poesía es la serpiente que se muerde la cola. El significante en el poema ya no se subordina a su significado. El destino de la poesía-magma de significante es la experiencia de la nominación originaria. José Ángel Conde expone su colección de poemas “Feto Oscuro” y nos expone y se expone él mismo desde el primer verso: “De mi doloroso parto nutro lo oscuro”. La primera impresión del libro es que está “embarazado” (sigo al título) de imágenes poderosas y oscuras. Es un libro oscuro: “De mi doloroso parto nutro lo oscuro. / No, tú no puedes estar dentro de mí”. Es un libro oscuro y sugestivo, y desde el título parece querer cumplir la vida como obra de arte. Poemas “feto”, poemas embrionarios; en proceso hacia. Desde lo “oscuro” hasta, más que ver la luz, hacer la luz. Es una poesía existencialista. El poeta (se) hace poemas, pero no ejerce el oficio de escritor, sino que el mismo escribir(se) es una forma de ser y de estar en el mundo. Aquí lo escrito late: “el feto embadurnado de sangre creativa”. Aquí lo escrito se independiza del escritor, lo trasciende: “el recién nacido no reconozca a la madre”. José Ángel Conde expone el mundo y se expone al mundo. Y en esa exposición revela una actitud y preocupación existencialistas ante un mundo tecnológico contemporáneo que le aliena y aniquila. Pues siente que la técnica imbuida de razón instrumental se olvida de lo absoluto, y le cosifica en su torbellino de orgía con las cosas: “Los neones vistiendo la pérdida de valores”, “Yo veo pasar sus dígitos como cuchillas, \ en los días de la pérdida del cielo”. Lo que genera en el poeta un sentimiento de inautenticidad de la vida que le lleva a sus márgenes y al dolor de vivir: “Echados de todos los lugares”, “hombres llorando porque saben que van a vivir”. El poeta se desmarca de esa inautenticidad y reflexiona acerca de ella, de su vorágine que todo engulle, de esa maquinaria de disimulo que trata de disolver lo insoluble. A esta vida inauténtica, desposeída, que se pierde a sí misma en las cosas… opone una vida auténtica, una vida que se hace cargo de sí misma en su plena consciencia de la muerte; sin distracciones ni analgésicos: “No se puede estar vivo si se quiere engañar a la muerte con un sudario de glamour \ telaraña de seda sobre un esqueleto de mentiras”; “No merece la pena vivir si no eres quien eres”; “Hay que amar la vida incluso en las cucarachas y dejar que su reptante negrura angélica acaricie todos los agujeros de nuestro cuerpo”; “De esa putrefacción interior se alimentarán las cucarachas del devenir”. Asunción de la vida que se hace en un proceso hacia. Sin delegar, hacerse plenamente responsable de la propia vida en una mayoría de edad intelectual. Un proyecto que es proyectado en sus posibilidades, sin embargo, hacia la muerte. José Ángel Conde es vitalista en este punto, enseña la alegría del que se sabe libre como una especie de embriaguez de borde de precipicio: “En mis sueños hablo con los insectos. / Ellos me enseñan con qué pinceles pinto mi sombra, / es entonces cuando dejo que mi mano fluya / por el lienzo que me ofrece el suelo blanco de la vida, / danzando, escuchando, amando, mostrando. / La sombra es mi hermana”. A lo largo de los poemas el enfrentamiento entre lo auténtico e inauténtico se traslada al antagonismo naturaleza-ciudad. La ciudad constituye la amenaza de cosificación, la despersonalización por absorción del entramado de la cosa-mercancía. La naturaleza, siempre amenazada, significa el arraigo, un suelo real que se deja tocar entre la irrealidad de las cosas-mercancías de la sociedad tecnológica: “Soy el gorrión aplastado en el asfalto”; “La sinfonía de los animales de la ciudad es la música que ahora escucho, / la sinfonía de seres que viven en medio de la amenaza diaria / de una muerte de asfalto y ruido, de escaparates y de tedio”. Denuncia la falsedad de un mundo-artefacto, la falsedad de un mundo de plástico. Mundo-objeto hecho de objetos, de la proliferación de objetos que se suceden e imponen al deseo del individuo, revelándose al final (una vez despojados del espumillón y de las luces), como fetiches famélicos que enajenan y hacen sufrir al individuo al imponerle en realidad el deseo del deseo mismo: “Escucho alaridos de carencia / saliendo del interior de los supuestos paraísos de la abundancia”; “La felicidad cosmética deja transparentar el sufrimiento” ; “pensamiento licuado y falsificado en frascos”. Denuncia la indiferencia y deshumanización de un mundo de consumo en el que todo se ha vuelto cosa-mercancía. El poeta a lo largo del poemario tiene una postura combativa, pero se duele, se angustia ante el espectáculo del uso y del vertedero protagonizado por hombres-maniquíes vestidos y desvestidos incapaces de verdadero contacto, pues ya no se toca carne sino plástico: “Su mundo huele a esclavitud y a soledad desesperadamente estancada. / En ese mundo vives y vivo” ; “La vida envolviéndome con su plástico asfixiante / que me deja tirado en cualquier parte, / cunetas de la existencia”.
José Ángel Conde es un poeta oscuro y profundo, con un imaginario rico y un lenguaje personalísimo. Habla de la vida en términos telúricos, viscerales, con imágenes poderosas. Aplica epítetos de orden abstracto a seres materiales. Por todo esto exige del lector, que lea cuidadosamente cada verso. Considero este prólogo como un texto de un texto que lo ha suscitado. En mi opinión la poesía es autosuficiente y dice lo que dice; no necesita prólogos ni sinopsis. Aconsejo al lector que lea este poemario por su calidad, humanidad y por su evocadora capacidad de atracción.