A principios de los setenta (¡casi medio siglo!) surgieron una serie de grupos de música denominada rock sinfónico y progresivo. Quizás los más relevantes entre ellos fueron Yes, Génesis y Emerson, Lake & Palmer. Todos ellos estaban compuestos por grandes músicos del rock; incluso diría virtuosos, como Peter Gabriel (voz, composición, multi-instrumentista), Rick Wakeman (teclista), Steve Howe (guitarra), Jon Anderson (vocalista) y Carl Palmer (percusión). Aquellos grupos dominaron la escena musical del rock durante lustros y su calidad ha hecho que, hasta hace nada, siguieran, de tanto en cuando, juntándose y sacando nuevas composiciones.
En su época dorada juntaban a cientos de miles de melómanos en enormes estadios, acompañados de una escenificación teatral digna de las óperas más espectaculares, como Aida. Aún recuerdo cómo en su gira más renombrada, Emerson, Lake & Palmer iban acompañados de más de cien músicos. Algo verdaderamente espectacular.
Entre todos los discos que sacaron hubo uno que fue quizás el debut más impresionante de un grupo en muchos años. Ni siquiera tenía nombre. Se le conoce por “el disco de la paloma”, debido al ave que aparece en la portada, y es de Emerson, Lake & Palmer. Teclista, guitarra y voz, y batería, en ese orden. En aquella época, mis referencias musicales eran escasas. En aquellos tiempos sin internet y aún ni siquiera adolescente, empezaron a caer en mis oídos los primeros discos de Yes, bastante complicados para una primera audición, como Close to the edge o Relayer. Algunos de Génesis, como el poético The lamb lies down on Broadway... Eran discos cuyas letras no podían estar más alejadas de Los Pecos o similares de producción nacional. Eran de críptica poesía que iba calando poco a poco en tu cerebro. Eran vinilos cuya primera audición te resultaba ininteligible, pero, una vez conectado, puedes seguir escuchándolos con deleite décadas después.
Fue algo más tarde cuando descubrí a Emerson, Lake & Palmer. Ver y escuchar en “Top of the pops” una canción suya en medio de un estadio fue enamorarme de golpe de su música. Durante años fui buscando esa canción, a la par que lo hacía con el Death Trip de Steve Harley & Cockney Revel. En el Bilbao de entonces, y con el escaso dinero que paseaba en el bolsillo, tenías que ir poco a poco adquiriendo sus discos según los ibas localizando en las discográficas. Me tuve que hacer con la discografía de ambos grupos hasta que conseguí localizar el álbum que buscaba. Gracias a ello, pude disfrutar de toda ella. La canción de Emerson, Lake & Palmer era Fanfare for the common man, una versión de la homónima canción de Aaron Copland. Os la dejo para vuestro disfrute. Formaba parte del disco Works I, disco doble, cuya fea portada negra y elevado precio había hecho que no me hiciera con él hasta después de muchos otros.
Si era difícil para mí obtener los LP’s, imaginaos lo que sería escucharlos en directo. Nunca lo pude hacer. Pero, cuál fue mi sorpresa hace un mes, cuando me enteré que Carl Palmer (sin Keith Emerson ni Greg Lake), iba a dar un concierto en el desértico panorama musical de Palma de Mallorca con su banda,la Carl Palmer Band. De inmediato saqué las entradas para esa única oportunidad de ver al sexagenario (ha cumplido 60 años ahora) acompañado de un guitarra y un bajo. Para mi alegría, fui escoltado por mi hija menor y mi hermano mayor, quienes –en el mejor de los casos-, tenían una vaga idea de quién se trataba.
El concierto, al que asistieron unas doscientas personas, fue como sentirse uno de esos multimillonarios que contratan a una estrella del rock para que les deleiten en una celebración junto a sus amigos. El público tendía a ser de la quinta del batería y había más ingleses y alemanes que españoles. Gracias a todo ello, la proximidad de los músicos era un hecho. Sentados en nuestras cómodas butacas, representábamos perfectamente en lo que nos hemos convertido aquellos fans de los 70 y 80. Gente que le gusta disfrutar de la música, pero sin las algarabías e incomodidades de la primera juventud. El ambiente que se creó fue como el que, a veces, lograba Pavarotti con el público amante de la ópera. Aunque se prohibían las fotografías, nadie hicimos mucho caso, y ningún miembro de seguridad lo impidió, seguramente debido a nuestra provecta edad.
El concierto en sí, fue como un regalo de cumpleaños. Instrumental en su totalidad, Carl Parlmer, entre canción y canción, fue regalándonos una explicación –a veces en un español más que aceptable- recorrido bastante representativo de lo que había sido la producción de Emerson, Lake & Palmer: El de la paloma, Tarkus, Trilogy, Pictures at an exhibition, Brain salad surgery, Love Beach y Works I. Me pareció simpático que compartiera conmigo la opinión de que Love Beach fue sin duda el peor de todos ellos. Su nivel de batería sigue siendo asombrosamente bueno y enérgico, como demostró a lo largo del concierto y en el inevitable sólo, y los dos acompañantes –especialmente el guitarrista-, eran de un altísimo nivel. Durante dos horas largas, los cincuentones y sesentones allí presentes, disfrutamos de lo lindo y, para colmo, tocó también aquella Fanfare for the common man que mis hijas disfrutaban ya cuando apenas podían hablar.
Un concierto inolvidable. Por ello, gracias, Carl Palmer.