Al pasar por la Grande Place he visto que los soldados alemanes sonreían, eran felices, bebían cerveza y de vez en cuando se reían a carcajadas delante de todos. Parecían simpáticos, invitando a la gente a sentarse con ellos.
Sin embargo, me pregunto qué ha de ser la invasión de un país extranjero. Supongo que lo primero es que las tropas de ocupación no sonrían en público porque con ello confunden a los belgas y les hace olvidar que su país se encuentra sometido. La vida de la gente humilde requiere una línea recta por la que caminar despacio con la cabeza agachada para no perderse. Así es la felicidad de los belgas y los alemanes deben atenerse a dejar bien marcada esa línea de tiza en el suelo.
No cabe mostrar cortesía o condescendencia, ni siquiera respeto, porque son dos mundos que deben estar separados y uno encima del otro. Orgullo y soberbia. Conviene así que los soldados aprovechen su poder y se jacten del mismo, que traten a las mujeres con rudeza, que las desnuden cuando se acerquen y las echen antes de que se vistan. No les ha de temblar la mano cuando merezcan una bofetada. Con las mujeres lo mejor es no quitarse las botas y mantenerlas brillantes para que les sirvan como espejo.
Que los militares se cuiden de las palabras y que no se aventuren en tertulias y debates. Las palabras flotan en el aire y no tienen arraigo, por eso no crece sobre ellas nada definitivo. Además con las palabras hay quienes hacen ver como bueno lo que por sentido común es absurdo Que desconfíen de los idealistas que hablan de cambiar el mundo con los dientes llenos de argumentos, porque los mastican una y otra vez sin darles utilidad. Las palabras en la boca no mueven el mundo, lo que mueve el mundo es la digestión y ésta incluye hacer de vientre.
Las órdenes deben ser radicales e inflexibles, que no admitan discrepancia ni consejo porque no somos iguales y no construimos nada juntos. También las órdenes han de ser a veces crueles para que fomenten el miedo. El miedo reblandece el ánimo a tus enemigos Que los soldados griten cuando ellos mismos provoquen un incendio y que cojan el doble de lo que les apetezca cuando algo se les niegue.
Pero la crueldad requiere mucho esfuerzo y sus efectos se extienden despacio, por eso hay que servirse de las leyendas. Las patrañas causan en la población el mismo temor que los hechos, aún mas: una leyenda sustituye el esfuerzo de cien trabajos y después aún sigue creciendo. Son mejores los gritos tras los muros que los muertos amordazados, tanto da si son los propios carceleros quienes se turnan en los aullidos. Llenad las calles de espías, mejor aún: llenad las calles de murmuraciones acerca de los espías. Que por la noche se escuchen golpes de nudillos en las puertas, que aparezcan cadáveres por la mañana; mejor aún: que todos hablen de ello aunque nadie lo haya visto. Los rumores son valiosos porque causan los mismos efectos que los hechos pero no manchan las manos ni requieren intendencia.
Sin embargo un control absoluto tampoco puede basarse únicamente en la fuerza. La sociedad se mueve por la rutina y la rutina se adapta a cualquier novedad. Además los belgas son indiferentes a la política y el que se les derrame una cerveza les duele más que el incendio del Palacio Real. Por eso hay que sacudirles en su rutina para que se den cuenta de que las cosas han cambiado. Hay que procurar que en las tabernas retiren la mitad de las sillas para que cada vez haya mas gente de pie. Cuando después la gente se haya acostumbrado a estar de pie, que se les impida hablar. El silencio humilla a los que están cansados, son bueyes bebiendo cerveza. Sustituidles además la jarra por un cubo de madera y no les importará la hierba seca que se encuentren entre los dientes.
Abundando en la cuestión, porque a unos les duele lo que pierden y a otros sólo lo que les sobreviene, mi consejo es eliminar algunos hábitos viejos y a la vez obligarles a otros nuevos para dejar bien marcados el antes y el después de la invasión.
Lo que se les quite ha de ser importante para ellos. Por ejemplo, eliminar el servicio de tranvía sometería a toda la población. Imagínese las calles llenas de gente caminando cansada de un lugar a otro. Y para que odien más a los alemanes, dígales que los raíles del tranvía se han arrancado para fundir en acero otra escultura de Hindembug.
De otro lado, la obligación nueva no es precisa que sea importante para nadie, se trataría solo de que constantemente tengan presente la advertencia de que algo nuevo ha comenzado. Bastaría cualquier cosa, como obligar los civiles a llevar un sombrero azul con una pluma o a caminar utilizando sólo la acera de la derecha en todas las calles excusando que la de la izquierda es para los soldados.
Así es como entiendo que se debe actuar...
Y es que, cuando hoy he pasado por la Grande Place, he visto a unos soldados alemanes que sonreían sentados en una terraza y los transeúntes los miraban y les devolvían la sonrisa como si todo fuese un carrusel. Eso es inaceptable y ha de ser corregido, General. Si no delimitamos con claridad la diferencia entre la población civil sometida y los soldados alemanes de ocupación, entonces se confraternizará y esa estúpida felicidad borrará los valores y principios de la nación. Cumplan con su deber y sean despiadados para que nosotros, los belgas, no perdamos la identidad.