Pese a que a veces mamarrachea, Jean Paul Gaultier es un gran creador, histriónico, de vocabulario fino, limitado y exquisito, que repite en sus cosmogonías de pasarela un universo en el que ni todas las mujeres tienen la talla 32, ni hay un canon de belleza universal, ni rige Occidente. Oriente no queda sumido bajo el dominio de Alejandro, el hoy no se reduce al pasado, la élite convive con los marginados, la multiculturalidad es más que una parte del discurso y de la imagen marketiniana de las relaciones públicas, y siempre hay lugar para una sorpresa: Dita Von Teese hace un striptease, Madonna sale con un parasol y un vestido con los pechos al aire o Coco Rocha -egh- danza vestida de escocesa.
En su último desfile, Gaultier no hace nada que no sepa hacer y, además, bien. Delirantes los detalles, sensacional la sencilla, nada afectada y elegante presentación, savoir faire y prêt a porter. Que sí, que sí, prêt a porter de ese antiguo, de ropa de diario de lujo lista para llevar. Una blusa de máxima calidad, pero una blusa: la Alta Costura no se resume en vestidos de noche -¿a que esto es nuevo, Elie Saab?- y el prêt a porter no tiene porqué ser un sucedáneo de la Haute Couture (o HC) en las firmas que no tienen una división de este tipo ni vaqueros rotos desarrapados al estilo Balmain –que, oye, también pueden ser HC, ¿a que sí, Monsieur Lagerfeld?-.
Hasta Sissi y Eugenia de Montijo, -¡qué demonios!- hasta Coco Chanel, la belleza necesitaba estar un poco entrada en años. No me entiendan mal, no es que los griegos no adorasen la juventud, no es que los efebos no fueran tan sólo jóvenes, no es que el ideal de la mujer no fuese la juventud y la fertilidad, viéndose la madurez y la vejez como censurables. Naturalmente, no es que la búsqueda de la eterna juventud no sea un rasgo humano pero… aunque Brigitte Bardot fue portada a los 15 y que Carine Roifeld -predespido- no supiera que una criatura de 15 es mejor que una de 18 incluso para describir sexo y carnalidad puramente egocéntrica al estilo Tom Ford... Tampoco es que Lolita no sea siempre provocativa con su nombre musical de Lola ni nada de eso, simplemente es que, bueno ya saben, Escarlata O’Hara no dejaba de ser una niña, atractiva pero niña, y solo te enamorabas de ella cuando ya -no- era una señora -¿eh, Rhett?-. Sí, era eso.
Gaultier, tras esas senectudes de Tom Ford de "yo diseño para los que compran y no para que se vea en Internet", con todo ese bla bla bla de "no se verá hasta diciembre y solo en 100 medios" y todo el jaleo de su discurso de los 60 millones de dólares, elegir Londres -¿?- y no Nueva York y el marketing -sí-, llega Gaultier y, sin levantar la voz, tejiendo cual Penélope sin decir su plan, deja una estupenda colección que si no tiene nada de transgresora, es transgresora. Gaultier, que desde hace mucho, mucho tiempo, antes de The Sartorialist y todo el rollo de "oh sí, yo es que me inspiro en la calle", ya se inspiraba en la calle, en las tribus urbanas, en el alma y en el sudor...
¡Conoce Gaultier tanto la calle, conoce Gaultier tanto a las mujeres! A las maduras que van a la compra con su carrito, a las ancianas elegantes al estilo “Memorias de África”, a las ejecutivas agresivas, a las ascetas de hoy, a los intimistas del amor, de la vida y a las almas tristes, fúnebres y oscuras que se desmelenan alocadas al más mínimo estímulo. ¡Y tiene tantos detalles delirantes! El cabello gris, repeinado. Las gafas, los carros, las grandes maletas, los chales para la garganta, las pesadillas de la vejez, los calores, la comodidad del día a día, la ropa de domingos, las gafas de sol, las medias, la lencería de la buena, el color champagne, el beige, el gris humo, los años 80, el tabaco y el ser fumador social, las hombreras, las cadenas de producción, los monederos con muchas monedas, los talismanes, los pasos firmes, el puritanismo de "aquella puta de a 5 francos a la que llevé al Louvre y se sonrojaba por las estatuas desnudas".
Nos conoce tan bien Gaultier, que lo importante, sí, no es su ropa...
Es su radiografía.
Su Mea Culpa de Un Escéptico.
Bueno, nosotros somos los escépticos.