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ISSN 1989-4163

NUMERO 22 - ABRIL 2011

Apocalíticos Integrados

David Torres

La vieja distinción de Umberto Eco podría servir para marcar posiciones en el debate nuclear que se ha abierto en Fukushima a golpe de maremoto. Por un lado, estamos los que no queremos ver las nucleares ni en pintura, partidarios no de la piedra y el palo pero sí de alguna clase de energía que no suponga dejar un país abrasado por generaciones. Nos extraña que desde hace medio siglo, mientras se ha inaugurado internet y se puede extirpar la próstata a través de un poro, los científicos no hayan dado con un medio de producción energética más sutil que cascar un átomo a hostias y recoger el fuego en un capazo de plomo.

Por otro lado están los integrados, gente sonriente que guardaría residuos atómicos en el jardín (en el jardín de algún idiota, se entiende) y le darían las sobras al perro. A sueldo del lobby nuclear (que es como el lobby farmacéutico pero con más tentáculos), esta gente nos ha estado dando la matraca durante 25 años sobre la seguridad de las centrales. Alguno ha llegado a decir que están a prueba de meteorito, cuando si cayera un meteorito del tamaño de una naranja en Garoña, de Garoña sólo quedaría humo.

Las mentiras sobre las que se ha edificado esta nueva iglesia del átomo (cuyo Papa bien podría ser Homer Simpson) se han desvanecido a la primera de cambio, en cuanto la naturaleza se ha tirado un pedo. No obstante, los apóstoles atómicos predican que ha sido necesario un avatar de Godzilla para poner a prueba su fe, que Fukushima todavía aguanta y que lo que ha salido a la atmósfera son unos isótopos de nada. Que es mucho peor el tabaco. Dicen que en España no hay riesgo sísmico, pero olvidan que uno de los escenarios más probables de un ataque terrorista es una central nuclear. Y hablamos de un país donde hace unas semanas unos quinquis entraron en un cuartel militar y se llevaron lo que quisieron, excepto el tanque, que no les cabía.

Los integrados aseguran que los apocalípticos exageramos pero es que la energía nuclear es en sí misma una hipérbole, un despropósito, una abominación. Oppenheimer, cuando vio la explosión del hongo atómico, citó el Baghavad Gita: “Me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos”. Y cuando se inventó el plutonio, un elemento tan peligroso que ni Dios se atrevió con la patente, los propios científicos lo bautizaron con el nombre del señor de los infiernos. ¿No había nada más a mano para freír un huevo?

Hay trazos de plutonio en Fukushima. El responsable de la descontaminación de Chernobyl ya ha advertido que no hemos aprendido nada de las lecciones del pasado. El pobre hombre no sabe lo difícil que es convencer a Homer Simpson.

Homer Simpson

 

 

 

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