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ISSN 1989-4163

NUMERO 22 - ABRIL 2011

Si no Eres Honesto contigo

Adán Echeverría

Toda mi vida he tenido que esconderme o soportar, sin responder, los comentarios sobre los putos, las locas y los maricones. La noche que me casé, mi esposa hablaba mal de Joaquín.

- Me dio risa su mariconez –decía- lloró más que mi mamá y tu mamá juntas. Por qué no se busca una pareja y deja de sufrir.

Joaquín era mi amigo desde la preparatoria, habíamos participado juntos en equipos de fútbol y baloncesto, y conocíamos todo el uno sobre el otro. Esa fue la razón de que lo escogiera como padrino de bodas. El comentario de Mercedes consiguió calar muy dentro.

No fue sino hasta el nacimiento de Rebequita que decidí enfrentar, con el recuerdo de Joaquín vibrando en todo mi cuerpo, a mi esposa.

Cansado de soportar su homofobia en las reuniones, de tener que fingir un machismo que no corresponde a la pasión que siento por Joaquín, su trato y sensibilidad, su don de gente e inteligencia, y ese amor recientemente confesado, conseguí el valor de hablar con ella.

Mercedes parloteaba sobre las leyes de convivencia que se habían aprobado en la ciudad, dando manotazos a la mesa, horrorizada y estrujando los periódicos, casi arrancándose la ropa como en alguna cita bíblica.

- En qué se ha convertido esta sociedad, toda llena de maricones y lesbianas que exigen la puerta libre a sus bajezas. Cómo puede permitirse. Por qué no hace algo la Iglesia; esos malditos gobernantes por unos votos son capaces de vender el alma al diablo o, como ahora, a esos homosexuales. Son una aberración. No los tolero.

Aproveché su momento de locura y enojo para plantarme frente de ella, sereno y en calma, y sin dejar de sonreír:

- Por eso te dejo, porque estoy harto de tener que vivir con una mujer como tú, llena de odios y rencores. Me iré a vivir con Joaquín. Hace años que tenemos una relación que no para de crecer. Fue un error fingir que te amo. El tiempo te hará darte cuenta que es lo mejor.

Me dio risa ver su rostro transformarse, como si mi peso mío y de la humanidad entera cayeran de pronto sobre sus hombros, sembrándola para siempre en el piso pulido y aséptico de su casa.

Horas después, con la cabeza recostada en el pecho sudoroso de Joaquín, nos reíamos de ella. Yo le acariciaba lentamente la entrepierna, él volvía a ponerse duro, y pensaba cálidamente en Rebequita, en su vestido de primera comunión que recién le había comprado, y en lo mucho que amaba a mi hija.

Bañera

 

 

 

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