Hay que tener cuidado
de no tropezar con un domingo,
sobre todo a las siete de la tarde.
Que ese día no te rocen
las hebras de la telaraña,
o la espina flamante
de un antiguo dolor.
No bebas
ni la copa turbia,
ni el café espeso
de la pena arbitraria.
Ni se te ocurra
desempolvar ayeres.
O almorzar pesadillas.
Es terrible el domingo,
con su santificada soledad
y ese desamparo de séptimo día.
Parece que Dios
tiene cerrado su shopping de milagros.
Nunca tropieces con esa jornada feroz,
sobre todo en sus tardes homicidas,
cuando tus ojos se vuelven pozos
que pueden ahogarte para siempre.
Jamás le des la espalda
a la tristeza un domingo,
menos aún si tras la puerta
viene cayendo el sol.
Te matan sin pudor.
Son días despiadados.
Nunca tropieces con un domingo
mucho menos a las siete de la tarde.
Yo sé lo que te digo.