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ISSN 1989-4163

NUMERO 12 - ABRIL 2010

 

El Periscopio

Óscar M. Prieto

No es la primera vez que duermo en una habitación orientada al Oeste y por la que entra suavemente el sol para despertarme –recuerdo otra en mi primera infancia y aquella en los Apeninos-. Pero sí es la primera en la que amanece dentro de ella y el techo azul se va iluminando como un cielo, techo en el que se prolongan las sombras primeras de los árboles.
Sin embargo, anoche, cuando me acosté, todo estaba cubierto por capas kilométricas de nubes. Y ahora, al despertar, me acerco a la ventana y con cierta sorpresa compruebo que  sigue nublado.

¿Cómo explicar este fenómeno?

Es más sencillo de lo que pueda parecer a simple vista. Se trata de un mecanismo de reloj, con un sol diminuto que se descuelga desde la parte superior de la ventana y transforma para mí, dentro de esta habitación azul, la mañana plomiza en luminosa. Es el mismo mecanismo del que se sirven las fantasías.

No son tan usuales en el universo como pueda creerse sistemas de una sola estrella. La mayoría de los conjuntos planetarios cuentan con dos soles y, por esta causa, los planetas describen órbitas que trazan el símbolo del infinito.

No encontré a nadie en casa cuando me levanté. Había dos manzanas amarillas como dos soles encima de una mesa. Las cogí. Entendí que las habían dejado para mí. Salí de la casa por el postigo de atrás, atravesando el huerto, el que da al Norte.

Como estaba amaneciendo y la luz, en lugar de iluminar, se entretenía todavía con caricias nocturnas, no pude ver que era lago y no camino donde me adentraba. Al principio me preocupó por la respiración, siempre había oído decir que los seres humanos no podíamos respirar bajo el agua, aunque siempre, también, me había quedado la sospecha de que esto fuera realmente así: si los peces podían... los peces que apenas tienen tres segundos de memoria... los humanos... Y sí, nosotros también podemos respirar bajo el líquido acuático.

Tan emocionado estaba con este descubrimiento que pasé horas caminando por el fondo del lago, separando las algas. Cuando quise salir, el frío había convertido en hielo la superficie y quedé atrapado. Allí he estado hasta ahora, hasta esta mañana en la que el sol ha conseguido abrir un pequeño agujero.

Se oyen lamentos al otro lado de la mampara de hielo. Los seres están agotados de invierno y de luminiscencias sólidas y opacas. Necesitan el sol. Por suerte, los días han ido aprendiendo a definir las sombras y la luz se va caldeando en un tono amarillento. Antes de salir, por si acaso, pido a una planta de la orilla que me preste su ojo, cien por cien esférico y vegetal, y lo utilizo como periscopio. Se ha ido la nieve y también las huellas de los animales en la nieve. Es hora de regresar de debajo del agua. El invierno ha servido para explorar y descubrirme existiendo en ecosistemas distintos al que estaba acostumbrado, a respirar el oxígeno que sobrevive en las moléculas de agua.

Me seco y salgo.

 
 

Retratos vegetales

Fotografía: Rafa Rodríguez Palacio

@ Agitadoras.com 2010