Todo el mundo se siente desamparado alguna vez, pero cuando uno lee a Pedro Juan Gutiérrez se tiene la impresión de que él es el último mohicano cada día. Su alter ego en Trilogía sucia de la Habana es un ser solitario, quemado por un hastío vital insoslayable, un superviviente que cada noche sale a buscar lo poco que le hace falta: un poco de comida, un trago de ron, un tabaco y una mujer.
Lo primero que viene a la cabeza cuando uno abre Trilogía sucia de La Habana es el regusto a Bukowski; pero a poco que uno lea con atención, se dará cuenta de que no hay más que esa vaga reminiscencia. Los personajes de Pedro Juan están más desesperados, atorados en ese marasmo que sólo produce el desencanto. Pedro Juan está más cerca de Carver, incluso de Onetti. Y sus relatos tienen, desde luego, más empaque que las páginas en ocasiones inconexas de Bukowski.
Las praderas en las que consume su vida son las efervescentes calles de Centro Habana. Allí viven esas mujeres que cuando no tienen un peso se van a jinetear al Malecón, los negros que enseñan la pinga a las turistas y los arribistas que compran lo que sea con la esperanza de venderlo unas horas después y ganar algún peso en la transacción. En medio del bullicio sórdido y vital, uno puede perderse y encontrarse cuantas veces necesite, vivir en pocas horas vidas diferentes que en el fondo son la misma vida.
Pero nada es gratuito en Pedro Juan. Sus historias están construidas sobre la sordidez, sí, pero no es una sordidez morbosa ni caprichosa. Es la sordidez de la propia existencia, como un ruido de fondo que emite la propia ciudad en el juego desbocado de la vida y la muerte en la jungla urbana. A través de ese sexo que se expresa como una cópula permanente y fatídica, Pedro Juan nos habla del amor, del miedo, de la desesperanza, de la soledad y en fin, de la vida.
http://www.youtube.com/watch?v=h-E5MbIqb08
http://www.youtube.com/watch?v=lkPjoOQv9Ec