Los creadores necesitan musas, y aquellos llamados a mostrar novedades sorprendentes temporada tras temporada, todavía más. Si por lo general una musa ha de ser una criatura excepcional o al menos dotada de algún espléndido talento, no hay duda que para ser una musa de la moda la condición sine qua non es sin duda la fotogenia. Una musa fashion vende, convence y enamora, y todo a través de los medios visuales. De ahí lo importante que es para un diseñador encontrar una musa que no sólo le inspire y le empuje a crear, sino que transmita su trabajo y versión del mundo como ninguna otra.
Una musa de la moda es una mujer con suerte. Disfruta de todos los beneficios y satisfacciones de saberse imprescindible para un creador, pero es que además todos la admiran por ello, porque si hay algo común a las musas fashion es su estatus de conocidas. Los diseñadores son artistas bastante menos complicados y atormentados (salvo conocidas excepciones) que los del resto de las disciplinas, lo que facilita bastante el trabajo y la vida de la musa, que ve como su nombre pasará a estar siempre ligado a la historia de una maison sin pasar por las penurias económicas, el abandono o los devaneos con la locura que tanto han sufrido las musas de las artes con mayúsculas.
La ansiada y temida globalización ha llegado también al etéreo mundo de las musas y las reglas han cambiado. Donde había amistades, ahora hay contratos. Donde había fidelidad y sinceridad, ahora hay devaneos y deslices. Por eso me gustaría categorizar a las musas escogiendo algunos ejemplos, que si bien no son exhaustivos, ilustran escuetamente mi análisis…
Las musas auténticas. Cuando una mujer de inusual talento y belleza se topa con su homónimo en la moda, el resultado es irrepetible. Mujeres que se forjaron (aún sin quererlo) como iconos de belleza de varias generaciones sirvieron de lienzo y alma a unos hombres excepcionales embriagados por la pura esencia femenina. Hubert de Givenchy trabó amistad con una jovencísima Audrey Hepburn y ella le fue fiel durante décadas, inmortalizando numerosos de sus diseños y bendiciendo al diseñador con la varita del éxito internacional. Los austeros, hermosos y geométricos diseños de Hubert lucían como nunca sobre la elegante y huesuda Audrey, que compensaba su falta de curvas con unas facciones deliciosas y un increíble talento interpretativo.
Otro fenomenal encuentro al que debemos mucho fue del de Catherine Deneuve e Yves Saint Laurent. Ella, una mujer bellísima y admiradora del joven diseñador aún antes de “Belle de Jour”, lució como nadie los diseños sofisticados y urbanos del mítico creador. Eran jóvenes, eran guapos y su amistad duró décadas, tanto como la fascinación de un público entregado a la magia francesa.
Las musas prolíficas. Existe otro tipo de musas, tan hermosas y excepcionales como las anteriores, pero que no se limitan a lucir los trajes con fantástico estilo. Me refiero a las musas que participan en la inspiración, que se ponen manos a la obra y traen al taller la materia prima que luego refinará el maestro. Lady Amanda Harlech es una mujer formidable: experta amazona, hermosa y aristocrática por naturaleza y capaz de resultar juvenil siempre vestida de riguroso negro. No me extraña que el kaiser Lagerfeld la idolatre y se base en sus susurros al oído para encontrar temas, inspiraciones y tendencias. Porque si algo hace bien el kaiser de la moda es vomitar una tendencia tras otra, y de algún sitio tienen que salir. Él y su musa, además, son parecidos: delgadísimos, congelados en el tiempo, distantes de la plebe. Sólo espero que Lady Amanda termine por encarrilar al genio teutón y que se centre, de una vez, en ponerle un rumbo estético a la maison, uno que no esté dictado por el repiqueteo de los euros.
Si alguien tuvo suerte al encontrar su musa, ése fue Tom Ford. Carine Roitfeld era la mujer Gucci mucho antes de que Tom Ford arrasara con su primera colección sexy para la casa. Durante sus años en la firma, era ella quien dictaba los looks, la actitud, el número de botones desabrochados de la blusa. Carine es apasionada y moderna a un tiempo, y gracias a ella el fotogénico Ford modernizó una casa en decadencia. Gucci es hoy en día la firma de moda más apreciada en todo el mundo por el público en general, y eso en gran parte es gracias a la labor de estos creadores de sensualidad.
Las musas de la familia. ¿A quién no le gustaría veranear con su diseñador favorito e intimar hasta el empalago? ¿Cuántos años pueden convivir en armonía dos egos inabarcables y sonreír ante el mundo? Algunas musas no sólo tienen el gen artístico, sino que además tienen la mano izquierda para convertirse en imprescindibles. Elisabeth Hurley no es familia de Donatella Versace, ni falta que hace. Ambas comparecen juntas en los momentos más álgidos de sus vidas y lo cierto es que la rehecha y sexy actriz luce como nadie el renovado estilo Versace. Glamour y sexo pero con un punto de inaccesibilidad, casi volviendo al buen gusto (que no os despiste el look de la diseñadora). De los talleres de la firma salen los mejores abrigos, botas y vestidos de gala que ha lucido la Hurley jamás, empezando por el mítico vestido negro con imperdibles que tanto enorgulleció al bobalicón-sinvergüenza de Hugh Grant.
A veces madre e hija se llevan bien, y a veces hasta se hacen caso e incluso llegan a admirarse. Es el caso de Carolina Herrera y su hija Carolina Adriana. Guapas, privilegiadas y genéticamente predispuestas para brillar en sociedad, juntas han renovado un imperio que empezaba a estar passé y ahora es hasta contenidamente cool. Desde sus copiadísimos shopping bags hasta sus creaciones de costura, la firma de Herrera está profundamente influenciada por el universo exquisito pero fresco de su hija y gracias a ello ha trascendido a una nueva generación. Suerte, mucho trabajo y un excelente olfato para los negocios es lo que distingue a esta familia de style-setters que hace las delicias de la clase media-alta por todo el mundo.
Las falsas musas. ¿Amigas, clientas, asalariadas? Ya nada está claro. Las musas de hoy en día son cambiantes, infieles, facilonas e intercambiables. Pero claro, no se les puede culpar. ¿Quién no sucumbiría ante los cheques millonarios, las puntuales entregas de bolsos y ropa gratuitos, y la valiosísima publicidad? Pocas son las actrices que no salen beneficiadas con estos intercambios, y lo cierto es que ellas son perchas fantásticas para los creadores: son camaleónicas por naturaleza y oficio, incansables trabajadoras por necesidad y ambición y sumamente fotogénicas, por si fuera poco. Cate Blanchett, una mujer de rasgos más masculinos de lo que parece, es una de las últimas adquisiciones de Armani, un hombre poco dado a inclinarse por una musa auténtica. Los rigores del creador italiano resultan elegantes sobre la actriz, pero… ¿convencen? A mí no, desde luego.
John Galliano anda muy perdido últimamente, tanto que su última colección parece el resultado de un rapapolvo del consejero delegado de la maison. Lo mismo pasa con su radiante musa publicitaria Charlize Theron, que si antes copaba la lista de las mejor vestidas en todas las alfombras rojas, últimamente ha encadenado varios patinazos de los que no se ha recuperado. Ambos parecen sacados de un cuento medieval, ella tan bella y sobrenatural y él tan… primitivo. Esperemos que el genio se regenere, y vuelva a encontrar el camino iluminado, con o sin su musa de anuncio.
Yves Saint Laurent cambió de dueño, cambió de diseñador un par de veces y ahí es donde apareció Stefano Pilati. Exquisito, contenido y muy bueno en lo que hace, huye de los estilismos facilones y opta por diferenciar su look desde el corte y el color. Pero en esta época de revistas que llevan más publicidad que contenidos y unos medios voraces, nada mejor que encontrar a una guapa actriz de prestigio con ambiciones cool para apadrinar, previo pago, las apariciones más resultonas. Julianne no es la falsa musa más espectacular pero sí es de las más creíbles, tanto como sus personajes. Pilati tiene en ella a una fantástica percha en los U.S.A., país vital para las ventas de cualquier firma de lujo.
Pero ¡ay!, Julianne no es fiel (como casi ninguna) y lo mismo se planta un espanto de la nueva hornada Calvin Klein como un horrendo vestido-chándal YSL, le caiga como le caiga.
Charlotte Gainsbourgh no es que sea estrictamente una falsa musa, es que Nicolas Ghesquière, el diseñador de Balenciaga, sencillamente no debería tener ninguna. Obligar a una mujer (hermosa o no) a lucir ante el mundo las ortopedias de la maison es bajo mi punto de vista una sádica tortura.
Ghesquière domina la vanguardia desde la casa Balenciaga y tiene enamoradas a una legión de seguidoras que gustan de enfajarse, deformarse y retorcerse bajo sus histriónicos patrones y adulados revivals. Habría que ser una exquisita belleza para pasar la dura prueba de una alfombra roja con uno de los Balenciagas más heavy, y Charlotte no está precisamente en esta tesitura. Su amor por la modernidad y la diferenciación la salva, pero ¿hasta cuándo? Pues hasta que el mundo despierte del efímero sueño y descubra el engaño de la falsa vanguardia, lo hortera que es la fealdad. Pero quizás no despierte nunca…