VIAJE AL FINAL DE LA NOCHE
(Luz en ruinas, de Itziar Mínguez Arnáiz, Madrid, Visor, 2007.)
“(…) no quiero decir tus datos y fechas
de historia, sino esa tu propia memoria íntima y ciega
rememorándose en mi corazón, como uno que hereda
el sueño de otro y, soñando con él, él mismo se sueña.
Yo he de vivir tu memoria para que nunca te mueras.
Guía mi paso tú, que ya voy bajando a tus cuevas.
He vuelto -¿no ves?- a tu casa de niño, (…)”
Agustín García Calvo, Relato de amor
Un médico vuelve al olvidado pueblo de sus antepasados en busca de sus orígenes y, después de colarse en la antigua casa familiar clausurada para pasar la noche, de asistir a un parto y una defunción al día siguiente y ser reconocido por los viejos del lugar como hijo del pueblo, encontrará en el cementerio local el sentido del destino final de su viaje.
Este argumento, que pudiera hacer pensar en el resumen de un relato, es sin embargo el hilo conductor de un poemario que, en la línea de la poesía de la experiencia, medita con contenida emoción sobre la existencia de un ser que vuelve a cerrar su círculo vital.
Y es que el tú con el que el yo lírico de la poeta vizcaína Itziar Mínguez apela al Pardal en la búsqueda de sus auténticas señas de identidad, lejos del experimental tú narrativo, es una segunda persona auto-reflexiva embarcada en un soliloquio elegíaco y recurrente, de ritmo asociativo que va encadenando, rescatadas de la desmemoria, ciertas realidades perceptibles por los sentidos –casa, maleta, grietas- que se configuran como símbolo del viaje a la semilla -posición fetal en la casa,antesala de la tumba-, y en el que un médico –administrador por excelencia de la vida desde el parto a la defunción, y conocedor del alivio del dolor-, viajero fugitivo en pos de la luz –que se filtra por todas las grietas-, ha de recuperar su antiguo oficio –de la maleta al maletín- para asistir al reequilibrio vital entre la cuna –dar a luz- y la sepultura –“¡Luz, más luz!”-, antes de acceder –alejado del ruido de la ciudad y de la noche en la casa abandonada- al “silencio y la luz en ruinas”.
Y es precisamente en la búsqueda de esa epifanía, del futuro que revela ser su pasado, donde este poemario, conversacional –sin hacer ascos a lo coloquial-, confidencial –no sin ciertos derrapes hacia el prosaísmo- y en voz baja –como un susurro de ultratumba-, en la estela de la poesía moral contemporánea –existencialista e irónica- de Cernuda, Gil –es Accésit del XVII Premio “Jaime Gil de Biedma”- o Ángel González –la cita inicial-, hunde sus raíces en el mito del último viaje del Hombre, en la narración versicular de un tú amnésico y amnistiado de su historia reciente, en su descenso al Hades, tras vadear el río que nos lleva-letal río del olvido-, en cuya ribera, Carontes anónimos, los más viejos del lugar, esos muertos vivientes que conocen su árbol genealógico –“Los padres de tus padres/ Y así/ Hasta infinito”-, lo reconocen como su último fruto en la estación final de quien “cava en su ir y venir su monumento” bajo la “monumental belleza” de la lápida familiar, de los dioses lares de su tierra, en la Luz en [las] ruinas, en la “luz […] sobre tus ruinas”, en la luz arruinada finalmente, “Allá, allá lejos./ Donde habite el olvido”. En el pie quebrado –Luz en ruinas- del octosílabo que se firma Itziar Mínguez Arnáiz.