La primera vez
que los cortocircuitos cotidianos
me cogieron en la ducha,
me puse a llamarte en el frío
con la angustia enjabonada.
Ahora no.
Ahora espero bajo el grifo
a que te vayas
y me quedo muda
recibiendo la oscuridad del agua
mientras siento, atenta,
la danza rápida
de tus pies al bies
por la moqueta,
tu otear umbrales,
tu tiento de paredes,
tus movimientos
rutinarios, primero,
cada vez menos, mis sobresaltos.
Y no pienso ni bebo.
Únicamente visto luego
la asombrosa bata chinesca
para cenar contigo
una copa pero poco,
queso,
la escarola.
Sólo me pesa entonces
callarme y no poder decirte
que qué bien
sin ti,
que qué a gusto
en lo negro.