Atendiendo a directrices ajenas me he comprado una tienda
con la noble intención de acampar en mi porvenir... No
servirá de nada. Me queda tanto "hoy" por biengastar acurrucadito
en el cofre de este día, está tan rebosante de ahoras
este minuto que el horizonte ha perdido la noción de mis
ojos. No me rebajo (o me "resubo") a observar con demasiado
detenimiento nada que no esté creciendo en este instante
a dos días -como mucho- de mi intención. ¿Por qué paladear
auroras que aún no han sido diseñadas? Quizá esa aurora
nonata no llegue jamás a hacer equilibrios sobre la barandilla
de mi balcón y, por soñarla, me pierda el segundo vivo
y pulsátil que ahora caracolea entre mis dedos como un
pez que se engendra una y otra vez a sí mismo. No me deslumbran
las promesas y los astrólogos me dan risa. Lo siento.
Son gajes inherentes a este oficio mío de "mujer sin futuro"
para el que me preparé a conciencia (tengo diez diplomas)
y que ahora ocupa todo mi espacio y mi tiempo.
¿Y la tienda? Bueno, ya encontraré un cielo disponible
y un arroyo tierno, a la sombra de los cuales levantarla
para, desde allí, ver crecer la hierba de mi presente.