Argg estaba viendo la tele en el salón de su casa mientras
se comía un plato de lasaña precocinada. Estaba comiendo
en la mesa baja del salón, frente al aparato, mientras
escuchaba las noticias. Se había servido también un vaso
de cocacola y no había puesto ni mantel ni servilleta
ni nada sobre la mesa, sólo el plato y el vaso. Y un tenedor.
Cuando acabaron las noticias empezaron los anuncios; un
anuncio de un coche nuevo, luego otro de una tele nueva
y otro más de una lavadora nueva.
-Señor- decía el hombre del televisor -¿Cuánto tiempo
hace que tiene su lavadora? ¿Cinco años? ¿Y no le da vergüenza?
Ahora las lavadoras son ultra silenciosas. Ahora podrá
dormir por las noches y tener limpia, seca y planchada
su ropa del día anterior por muy tarde que llegue a casa
por las noches, por muy agotado que se encuentre después
de la dura jornada de trabajo.
Argg terminó de comer y fue a apagar la tele. Justo
cuando iba a apagarla con el mando apareció un anuncio
de una chica muy guapa con un wonderbra y con una sonrisa
dulce, toda ella difuminada, como entre neblina, como
si fuera un sueño. Y detrás de ella el mar, el océano.
Argg esperó a que terminara el anuncio. Luego suspiró
y la desconectó.
Desde el teléfono móvil le escribió un mensaje a su novia.
Le dijo que tenía que retrasar la cita, que se verían
a las siete en el Café, que antes tenía que comprar unas
cosas.
Salió de casa. Era primavera
A las siete y diez Ufff apareció en el Café cargada de
bolsas. También había estado viendo la tele al mediodía
y, además, la tarde anterior se había comprado las últimas
revistas de moda donde salían los avances de temporada
y ahora aparecía en el Café cargada de bolsas y sonriendo.
Argg la miró. Él ya estaba sentado. Él no llevaba bolsas
consigo porque en los almacenes le habían prometido llevarle
a casa el lunes mismo la nueva lavadora, el nuevo reproductor
de dvd y los nuevos programas de ordenador que finalmente
también le habían despachado.
Ella llegó a la mesa, él se levantó y se rozaron los
labios. Volvieron a sentarse y, ya el uno frente al otro,
se miraron como si estuvieran muy lejos, a mucha distancia,
entornando los ojos.
-En fin, tenemos que hablar- dijo él nervioso, después
de pedirle al camarero la bebida para la chica.
Él ya estaba tomando una cocacola en un vaso grande
con mucho hielo.
-Sí, ya es hora de que hablemos. Me alegra que pienses
lo mismo.
-Bueno, si tú también quieres hablar empieza tú- contestó
él ligeramente aliviado.
-No, por favor, tú primero.
-Está bien- dijo él. Se aclaró la garganta -Bien. Cariño-
hizo una pausa, la cogió de la mano -Tú sabes que yo te
quiero mucho y que siempre podrás contar conmigo.
-Claro que sí- dijo ella dulcemente -Y tú también conmigo.
Habían empezado a relajarse, a conectar
. -Claro, cariño, ya lo sé- dijo Arrg -En fin, lo que
tengo que decirte es que, bueno, ya llevamos juntos tres
años.
-Es mucho tiempo, ¿verdad? Para serte sincera yo ya
llevaba unos meses pensando en ello. ¿A ti también te
pasa entonces? ¿Esa sensación de culpa... o de ansiedad?
Él asintió.
-Entonces debemos hacerlo ahora, ha llegado el momento-
dijo ella mirándole con los ojos muy limpios, con más
confianza cada vez.
-¿Estás de acuerdo entonces?- dijo él exaltado.
-Claro.
-Ufff, no sabes el peso que me quitas de encima. No sabía
sí tú también pensarías...- volvió a aclararse la voz
-Entonces no hace falta decir mas.
-En realidad, no- contestó ella sonriendo.
Se terminaron sus bebidas y aún permanecieron un rato
allí sentados, hablando de nuevos productos y de sus nuevos
proyectos. Cada uno de los suyos. Se sentían bien, como
renovados.
Después se marcharon cada uno por su lado, agitando las
manos ya desde aceras distintas, entre todas las demás
personas que transitaban veloces, hasta que se perdieron
de vista.
Siguieron caminando en direcciones opuestas, sonrientes,
satisfechos, y ya no volvieron a encontrarse nunca.