Lamento que los problemas no sean piedras en la garganta.
Al menos algo de aire entraría en los pulmones.
Lamento no seas piedra, al menos te amaría sin temerte,
te llevaría en el bolsillo, jugaría contigo dentro de
mi puño.
Lamento no sea mi ansiedad una piedra, para dejarla
posada a mi lado, en los descansos del camino.
Agradezco a las piedras la fiel solidez con la que me
sostienen, cómo señalan mi efímera fragilidad, piedras
gastadas por los milenios, ancianas antes de la existencia
de mis primeros antepasados, piedras que dan individualidad
a cada pañuelo de tierra de mi Cantabria, piedras calizas
de mi infancia asomando en los campos, cantos rodados
en los sedimentos de la cuenca de la ría, amigas inmutables,
compañeras de juegos y aventuras, siempre las mismas en
los mismos lugares, firmes, eternas, posadas o enraizadas,
sabias que me enseñaron el valor de la paciencia, el valor
del tiempo, tiempo de carne y hueso, tiempo de piedra.