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ISSN 1989-4163

NUMERO 04 - VERANO 2009

 

Pobre Criatura

Inés Matute

 

La película, narrada por la voz de “occidente” nos habla de individuos, de derechos y obligaciones. Sobre todo de derechos, del modo de exigirlos o al menos reivindicarlos. Pero a nuestro deshumanizado mundo – el que auspicia y al mismo tiempo se lamenta por el fraude de Madoff- los individuos le importan un carajo. Estamos en manos de grandes empresas que nos exprimen y a las que apenas podemos reclamar nada por abuso, engaño o incumplimiento. ¿Por qué en España las tarifas de la telefonía móvil doblan a la de cualquier otro país europeo, siendo el segundo más rico? ¿Por qué resulta imposible darse de baja de un servicio sin acabar embutido en una camisa de fuerza? ¿Por qué lloriquean los bancos, y nos deniegan créditos para acceder a una vivienda y sí los conceden para pagar el descomunal fichaje de un cretino cuyo único mérito es patear una pelota? ¿Por qué se compincha mi gobierno con un usurero sin escrúpulos? Nuestra cultura aún cree en los derechos, cuya vertiente política es más o menos respetada en los países democráticos. Pero alguien más listo que yo afirmó que la democracia es un abuso de la estadística, nada más que eso.

Pero los individuos no nos limitamos a ser entes con derecho a voto. También trabajamos, y consumimos, y como trabajadores-consumidores las empresas nos tratan con la misma delicadeza que un señor feudal a sus siervos. Este verano volveremos a viajar- ¡mira que no aprendemos!- y volverán a dejarnos en tierra, a extraviar nuestras maletas, a incumplir horarios y a mentirnos. A vender más billetes de los asientos que tienen disponibles, a juntarnos a todos en la misma cama. Al invento le llaman overbooking- sobrecontratación de plazas hoteleras-, y es práctica habitual en toda la franja costera. Con suerte, se te colocará en un hotel de características similares; eso sí, en otro pueblo, otra comarca, otra isla. Cometa usted la menor irregularidad en un avión, en un hotel o en un aeropuerto y ya verá lo pronto que le ponen las esposas. Los derechos individuales quedan de pronto suspendidos, uno deja de ser persona para convertirse en “viajero” o en “cliente”, ya saben, ese subgénero borrícola sin el cual “ellos” dejarían de existir pero al que tratan a patadas. No hay que caer en el engaño: si no estás en disposición de amenazar con tus abogados, no eres nadie.
Bien pensado, en el mundo hay 50.000 individuos. Los demás somos masa.

La pasada semana santa compré un viaje a Roma, para cuatro personas, a un conocido Touroperador. La bromita nos salía tres mil euros por cuatro días y unas pocas horas de pizza y piedras viejas. Antes del primer parpadeo, ya había abonado el treinta por ciento del valor total del viaje. Luego, me cambiaron de hotel dos veces, los cambios implicaban más euros, complicaciones e incontables molestias. Para cuando quise darme cuenta, habían pasado nueve días, el presupuesto casi duplicaba al inicial y no nos alojaríamos junto a la famosa fontana de Trevi, sino en lugar en las afueras. Tan en las afueras, que ya ni siquiera era Roma. Reclamé mi dinero. Curiosamente, y dado que no encontraban hotel disponible en Roma- ¿Crisis, qué crisis?- , me habían hecho una reserva “alternativa” en Budapest porque, a fin de cuentas, ¿qué más me daba a mí ir a un lugar o a otro? ¿Quién yo soy para ponerme tiquismiquis por esa minucia? Lo dicho: individuos, muy pocos. Los demás, borregos.

Pobre Criatura
 

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