Autor: Joaquín Lloréns
Editorial Baile
del Sol. Tenerife, 2009. 280 páginas, 15 euros.
Una cadena de asesinatos se ceba con los socios beneficiarios
de una jugosa operación empresarial. Codicia y traición,
o más bien el ansia de venganza por parte del traicionado,
convergen desde posiciones encontradas para enfrentarse
en el último eslabón. Es ahí donde interviene Beatriz
Segura, la joven y sensual investigadora de espíritu dilettante
que, impulsada por la curiosidad, cierto sentido del reto
y una disposición hedonista, asume la labor de separar
las capas de la trama, desde los fríos ejercicios contables
de la superficie hasta las bajas pasiones que conforman
su núcleo. Terreno abonado para el olfato de una mujer
que no entiende de inhibiciones, que se erige en juez
activo para alterar con sutilidad el desenlace a fin de
dotarlo de equilibrio aportando también su habilidad innata
para revestir de placer hasta al más irremediable de los
trances.
Ni cínica ni resabiada, sino joven y bella, poderosa
aunque vulnerable, dotada de una ingenuidad engañosa,
Beatriz ofrece una estampa muy alejada de la investigadora
al uso. Consciente de la imagen que proyecta de sí misma,
no duda en servirse de sus encantos para promover sus
intereses, sus pesquisas, sin renunciar jamás a la opción
de disfrutar en el proceso. Una figura licenciosa, manipuladora,
promiscua y sinuosa, que se mueve como sirena en el agua
en los ambientes más masculinos y crápulas. Toda lealtad
reservada en exclusiva para su protector, padre adoptivo
y amante platónico, cuyo confinamiento en una silla de
ruedas trata de aliviar ejerciendo como fantasía erótica
para él en los acontecimientos reales en que se ve inmersa.
Quizás el maltrato sufrido por Beatriz a manos de su
padre real explique, en parte, su peculiar comportamiento
e incluso su empatía hacia quien escogió la opción de
la venganza. El contacto entre uno y otro suscita diversas
cuestiones: ¿Por qué algunas víctimas se transforman en
verdugos mientras otras son capaces de no volver la vista
atrás?, ¿por qué quienes padecieron un trato injusto a
menudo sucumben a la tentación de crear nuevas víctimas,
sea de los responsables directos de su desdicha, de seres
inocentes propicios por su indefensión o, tantas veces,
de ellos mismos, contribuyendo así a alimentar la espiral
de sufrimiento? ¿Por qué, en definitiva, quien se ha sentido
traicionado se ve impelido a traicionar?
Es la clase de dolor que anida en Citas criminales -primera
novela del escritor bilbaíno afincado en Palma Joaquín
Lloréns, publicada por la editorial Baile del Sol-, sepultado
bajo un miasma de bajos instintos: engaño, soberbia, cobardía,
adulterio, deslealtad, avaricia, superficialidad; esos
que tan a menudo fermentan bajo una fachada de éxito profesional,
de opulencia y sibaritismo, la que tan bien sienta a la
luminosa Mallorca, protagonista de pleno derecho de la
novela, desde las intrincadas callejuelas del centro histórico
de Palma hasta los enclaves más artificiosos y turísticos,
pasando por hoteles, lujosos chaléts de las afueras, iglesias;
sobre todo iglesias, coincidiendo con el trance solemne
en que sus campanas repican a difunto. Acaso las citas
de Schopenhauer y de otros pensadores, recurrentes a lo
largo de la novela, sirvan de recordatorio de lo poco
que vale un entorno propicio y los medios para disfrutarlo
si no van acompañados de la visión, de la actitud adecuada.
Tampoco conviene olvidar que la narración en Citas criminales
responde a una transcripción de hechos recogidos, e incluso
grabados en vídeo, por Beatriz al objeto de suscitar el
interés, el deseo -cabe pensar que también la admiración-
de Alberto, su protector, quien se encarga de darles forma
ayudándose de su imaginación. De ahí la pulsión vital
que palpita en la novela como contrapunto a tanta miseria
moral -a este respecto quizás se eche en falta un poquito
más de luz sobre el personaje femenino que ejerce de catalizador
de la traición- como si su autor pretendiera dejar muy
claro el contraste respecto de las distintas tácticas
que los humanos desplegamos a fin de poseer al prójimo.
Razones, en cualquier caso, más que suficientes para que
quienes se sientan a la intemperie tras los lúgubres y
gélidos inviernos escandinavos sepan que cuentan con una
alternativa más cálida, más próxima, en la que los más
bajos instintos no están reñidos con una sonrisa o, ya
puestos, con un leve gemido de placer.