Un matrimonio decide divorciarse después de cuarenta
años juntos. Ambos son ancianos y reúnen a sus hijos para
darles la noticia y pasar juntos las últimas vacaciones.
Los hijos no pueden entender por qué, con casi setenta
años, los padres deciden comenzar una vida nueva por separado.
La búsqueda de los motivos por los cuales la pareja de
ancianos desea separarse, aunque se comportan como siempre
han hecho, se convierte en una obsesión para el hijo mayor,
en un doloroso espejo para la hija mediana, separada de
su marido, y en un problema incomprensible para el hijo
menor, que prefiere enamorarse de una chica a la que conoce
de casualidad en la playa. Este es el planteamiento, simple
en apariencia, del que parte Bottomless Belly Button,
pero que va complicándose conforme avanzamos en la psique
y circunstancias de cada personaje. No quiero avanzar
nada del argumento, por si deciden -y ojalá decidan- leerlo,
pero sí les diré que el final de este cómic es absolutamente
emocionante, de lo más hermoso y profundo que he leído
en mucho tiempo.
Uno de los personajes más interesantes es Peter, el hijo
pequeño, un director de cine sin éxito, introvertido,
despistado, poco higiénico, ausente, cuya rareza queda
bien explicitada por Shaw dibujando su cabeza como la
de una rana, aunque en realidad -y como descubrimos al
ponernos en los ojos de la chica a la que desea- su aspecto
es para los demás completamente normal. Me parece ingenioso
ese hallazgo, como otros visuales que podemos ver a lo
largo del cómic; un ejemplo son estas dos páginas, donde
los pulgares del lector se superponen naturalmente con
los dibujados por Shaw. Es la forma de recordarle al lector
que tiene un volumen entre las manos, haciendo el mismo
juego que Ingmar Bergman cuando quema o corta la cinta,
ahora no recuerdo bien, en Persona (1966). Melancolías
matéricas de quienes tratan con imágenes, supongo.
Bottomless Belly Button gustará a quienes disfruten
con los cómics de Daniel Clowes o con las películas de
John Cassavettes. A quienes gusten las miradas lentas
sobre un rincón concreto de la sociedad actual que nos
dicen todo sobre nuestro tiempo. A quienes aprecien las
descripciones inteligentes de familias desestructuradas
y disfuncionales disfrazadas de familias perfectas, como
las realizadas en Thumbsacker (Mike Mills, 2005)
o American Beauty (Sam Mendes, 1999). No es ni
más ni menos que un cómic hermoso, inteligente, sensible,
hondo, más que recomendable.