AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 35 - SEPTIEMBRE 2012

Verano entre Vampiros

Jesús Zomeño

                                   Las reposiciones son para el verano

                                   Julio Soler

 

            He conocido este verano a varios vampiros y todos ellos me han dicho que algunas noches te quedas dormida leyendo mis poemas. Que mi libro cae al suelo y que la luz queda encendida a mitad de un poema, que la ventana queda abierta y que ellos, los vampiros, penetran.

Este verano lees de noche este libro y los insectos nocturnos sobrevuelan alrededor de la bombilla y tú, por unos días, olvidas tu libro de Ortega y Gasset y comes helados y piensas que de noche se está bien leyendo poemas.

Por la mañana te bañabas en la playa y, tumbada en la arena, en el esplendor del día, repasabas tus lecciones en ese libro que dejó el invierno lleno de frío. También discutías en público de filosofía y de música, de álgebra y teatro, ingenua pedantería que equivoca conocimiento con sabiduría; pero eras hermosa y yo nunca había visto a nadie que caminara tan bien como tú por la arena con el bañador mojado.

Te gustaba pasear con las chanclas azules por la orilla de la playa, que la suela de goma golpease con fuerza la planta del pie, que sonara como un aplauso; abrirte paso proclamando que, para que las galeras de guerra avanzasen orgullosas, las filas de esclavos movían sus remos al ritmo de tus chanclas, como al de mazas sobre un tambor.  Y a cada paso, al doblar el empeine del pie, la tira de goma azul entre tus dedos se tensaba por si algún galeote quería sentir en su espalda el látigo.

Te gustaba ir a esos cines de verano en los que uno cuenta estrellas y no puede besarse. Preferías las sesiones dobles con película de vampiros incluida, perseguir también en la niebla a los villanos; estremecerte si acaso la heroína se desmayaba en los brazos del vampiro. Te sentabas delante, en primera fila, y eras feliz o triste con la misma naturalidad que si tú misma hubieses escrito el guión.

Sin embargo, te quejabas de que el miedo me impidiera entender el argumento, que si el vampiro mordía a la actriz era por ir más allá de los besos y que si ella, poseída, se desmayaba era por demostrar que renunciaba a toda resistencia. La pasión te apasionaba. Lamentabas que no supiera yo que Juana de Arco ardía cada noche en tu pecho y que te excitaba el olor a carne quemada. Parecía que tu tragedia fuese no haber sido capturada por caníbales del Amazonas, o no haber sido mártir en un circo romano. Te hubiese gustado mucho, amor, estar en la calle cuando los rusos saquearon Berlín.

Soñabas, al dormir, que los vampiros en verano escalaban la tapia hasta tu ventana y te hacían el amor y manchaban de sangre el papel pintado de las paredes.

Pero otras noches, más tranquilas, quedábamos citados en tu casa. En tu habitación escuchábamos música, bebíamos agua fría y decíamos que en verano se estaba bien y que en Transilvania debía hacer mucho frío. Tu colección de grabaciones de Mompou aligeraba el calor, y la temperatura que marcaba el termómetro parecía diferente con la ventana abierta. Cuando el disco llegaba al silencio, como la advertencia de que la vida siempre continúa en otro lugar, nos llegaba la brisa de alguna verbena lejana.

El verano era de las vespas y de las carreteras amplias que bordeaban la costa tres veces a la ida, y septiembre, carril estrecho, a la vuelta. Un amigo me preguntó hace poco el porqué de esa imagen entonces de tres carreteras distintas en un mismo sentido, pero yo solo quería referirme a la bella ingenuidad de los proyectos y a lo duro del regreso. El aliento con que inflábamos los balones de playa rebotaba en la cresta de las olas.

Ahora que, a mi edad, he perdido todos los veranos, no espero más sangre que la del rubor en las mejillas de las desconocidas que pasan. Sentado en la playa de este café con leche, es otro el mar que tengo delante; aunque algunos vampiros me digan que, a veces, confundes el invierno y aún duermes con la ventana abierta y la luz encendida; que, a veces, te quedas dormida leyendo mis poemas en la cama.

 

 

Verano entre vampiros

Ilustración: Miracoloso

 

 

 

© Agitadoras.com 2012